“El visitante de otro planeta”
Los abuelos estaban felices: sus dos nietas, Alessa y Vania, pasarían la noche con ellos.
—¡Eso es motivo de festejo! —dijo la abuela, preparando un delicioso pastel.
El abuelo, desde su silla mecedora, las vio acercarse con ojos brillantes. Ya sabía lo que querían:
—Abuelo, ¿nos cuentas un cuento? —dijeron, sentándose sobre el tapete a sus pies.
El abuelo sonrió y comenzó:
—Una vez, hace mucho tiempo, un carpintero vio entrar a su taller a un mosquito. Ya sabes, esos no suelen ser bienvenidos… pero este era distinto. Sobre su lomo venía montado un hombrecito diminuto, con un traje brillante que captaba la luz.
El mosquito aterrizó sobre el banco de trabajo y el hombrecito dijo con voz clara:
—Hola, me llamo Luternio, vengo de otro planeta. He sido premiado con un viaje a este mundo maravilloso. Me habían contado sobre él, pero al llegar, me quedé sorprendido: ¡qué paisajes, qué flores, qué animales tan distintos!
El carpintero no podía cerrar la boca del asombro. Luternio continuó:
—En mi planeta también hay bellezas: cascadas de arcoíris, amaneceres con dos soles, noches con cinco lunas de colores. Pero ¿sabes? Lo que no comprendo es por qué ustedes no cuidan este regalo que se les ha dado.
—Hace siglos, en nuestro mundo, éramos tan grandes como ustedes. Pero un gran científico, el doctor Arquioto, descubrió cómo volvernos cada vez más pequeños. ¿Sabes por qué? Para no agotar los recursos. Entre más pequeños, menos consumimos. Aprendimos a cuidar el planeta como un tesoro. Antes de empezar a trabajar, cada mañana cantamos el himno a la vida, al jardinero que siembra las semillas de los sueños y la alegría a lo largo del camino que tengamos que recorrer.
—Si quieres, puedo pedir la fórmula y enviarla en el próximo viaje de turistas.
El carpintero apenas pudo responder:
—No creo que la aceptemos… No tenemos conciencia de este tesoro. Primero deberíamos aprender qué significa vivir en un mundo tan maravilloso.
En ese momento, Luternio sacó un dispositivo y proyectó una imagen en tercera dimensión en la pared del taller.
—¿Un holograma? —interrumpió Vania.
—Sí, creo que eso fue —asintió el abuelo con una sonrisa.
La imagen mostraba a una princesa de su planeta que decía con voz firme:
—Luternio, esa no es tu misión. Disfruta tu viaje y no interfieras con la vida de los terrícolas. Ellos deben encontrar sus propias soluciones.
La imagen se desvaneció. Luternio se encogió de hombros.
—Ella es una dirigente. Supongo que estaban escuchando lo que te decía… Y tiene razón. Ustedes deben hallar su propio camino.
Dicho esto, montó de nuevo en el mosquito y se marchó volando.
—¿Volverá algún día? —preguntó Alessa.
—Tal vez sí —respondió el abuelo—. Quizá venga a visitarnos cuando vea que hemos aprendido a cuidar lo que tenemos. Pero por lo pronto… ¡vamos a comer pastel!
Esa noche, los sueños de las niñas viajaron a un planeta donde los más pequeños cuidan lo más grande y maravilloso: la vida.
A la mañana siguiente, apenas salió el sol, las niñas corrieron a buscar al abuelo.
—¡Abuelo! —dijo Alessa—. Ya estuvimos platicando sobre la historia que nos contaste anoche.
—Sí —agregó Vania—. Queremos saber cómo podemos ayudar a cuidar el mundo, como lo hacen en el planeta de Luternio.
El abuelo sonrió con ternura.
—Vamos a desayunar —dijo—. Y mientras comemos, les contaré lo que pienso.
Ya en la mesa, saboreando el rico desayuno preparado por la abuela, el abuelo habló con calma y sabiduría:
—Lo primero, niñas, es estudiar. Conocer bien cuáles son los problemas más graves que enfrenta nuestro planeta. Luego, hay que unir fuerzas, formar consciencia en muchos. Porque solos no podemos… pero juntos, sí.
—¿Recuerdan lo que dijo Luternio? “Cuidar la vida como un tesoro”. Eso no es tarea de uno solo, es un trabajo colectivo. Pero ustedes pueden empezar desde ya.
—¿Cómo? —preguntó Alessa, con los ojos brillantes.
—Por ejemplo —respondió el abuelo—, pueden hablar con sus compañeros de escuela y proponer que siembren arbolitos, o que ayuden a mantener limpia la escuela, sus casas, las calles.
—También pueden conversar con sus papás sobre algo muy importante: no acumular cosas innecesarias. ¿Saben cuántas cosas se tienen en casa que nunca se usan? ¡Muchísimas! Cada cosa que se fabrica consume recursos. Y como dijo Luternio: cuidar los recursos es salvar el planeta.
Las niñas lo escuchaban muy atentas. En sus caritas había una mezcla de emoción, responsabilidad y ganas de empezar.
Esa tarde, cuando se despidieron de los abuelos, no solo llevaban un pedazo de pastel envuelto en servilleta, sino algo más importante: una idea clara en su corazón, una misión, un propósito.
Querían hacer de este mundo un lugar tan bello, cuidado y armonioso como el planeta de Luternio.
JuanAntonio Saucedo Pimentel