El Sabio y el Loco
Cada mañana, don Indagador recorría el pueblo para enterarse de lo que ocurría en la vida de sus vecinos. Llevaba años conociendo sus historias: accidentes, enfermedades, sueños frustrados, problemas familiares y económicos. Sin embargo, aquella mañana, algo distinto sucedió.
Al borde del camino, se encontró con un hombre al que muchos llamaban loco. Vivía en las afueras, cultivando una pequeña parcela. Su aspecto descuidado llamaba la atención: cabello largo trenzado, barba espesa, piel curtida por el sol, huaraches gastados y ropa sencilla. Pero lo que más impactó a don Indagador fue su mirada: profunda, penetrante, como si pudiera ver más allá de lo evidente.
—¡Buenos días! —saludó el loco.
—Eso esperemos —respondió don Indagador, sorprendido por aquel encuentro inesperado.
El loco se detuvo, lo miró fijamente y dijo con calma mientras ponía en tierra el pesado bulto de papas que llevará en las espaldas:
—Desde el momento en que nos cruzamos y usted me saludó, ya está sucediendo algo diferente. Este instante es único, como lo es cada día. Aunque la gente y el paisaje parezcan los mismos, todo cambia: los pensamientos, las emociones, el ánimo… Usted lo sabe bien, porque es un hombre que observa mucho.
Don Indagador sintió curiosidad. Aquel hombre, al que todos evitaban, hablaba con una profundidad inusual.
—Si entiendes tanto sobre las relaciones humanas —preguntó—, ¿por qué prefieres vivir aislado? Nunca te había visto por aquí.
—Muchos prefieren ignorar que existo —respondió el loco—. No soy alguien que les resulte útil ni agradable. Mi forma de pensar es distinta y eso incomoda. Vivo solo para evitar conflictos. Aquí, en mi choza, me acompaña mi pensamiento. No ofendo ni me ofende nadie.
Don Indagador reflexionó un momento.
—Pero el hombre necesita convivir —insistió—, compartir alegrías y penas, las fiestas, las reuniones donde se habla de cosas de interesantes, divertidas, se canta ,baila, conoces a alguien que te agrade y te enamoras, eso es la vida.
El loco sonrió levemente.
—Llevo tanto tiempo aquí que ya no sé cuántos años han pasado. El tiempo solo me importa para sembrar y cosechar. Debo andar por los cincuenta… Desde que tenía doce o catorce, vivo en soledad, captando con los sentidos lo que el mundo ofrece. Sé que me llaman loco, y tal vez lo sea… Pero prefiero mi locura a esa ansiedad obstinada que consume a los demás, buscando lo que ya tienen y viviendo en constante conflicto consigo mismos.
Se hizo un silencio.
—Sigamos cada uno su camino —dijo finalmente el loco, reanudando su andar.
Don Indagador se quedó allí, inmóvil, viendo cómo aquel hombre se alejaba. Esa mañana no solo había encontrado una historia para contar… había encontrado una forma distinta de percibir la vida, o tal vez era su reflejo que había encontrado por casualidad en ese camino que había recorrido sin notar lo que era importante.
En realidad se trata del mismo hombre en distintos momentos , los tiempos de introspección, los de convivencia en que se viven las experiencias de las relaciones con sus matices diversos, llegando a conclusiones que parecen contradictorias cuando en la práctica se complementan para formar en cada ser una historia única e irrepetible.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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