**"LAS CADENAS INVISIBLES"**
*(Una tarde en el pueblo, bajo el mezquite)*
El niño Remigio vio llegar, como cada mes, a los citadinos en sus camionetas brillantes. Se apeaban estirando las piernas, respirando hondo, como si el aire del campo les limpiara por dentro. Pasaban el día riendo, ayudando a ordeñar, comiendo tortillas recién hechas. Bañándose en el río, cabalgando, Pero al atardecer, cuando partían, sus sonrisas se borraban.
—**Abuelo Artemio**— preguntó Remigio, jalándole la manga—, ¿por qué se van tristes si llegan tan contentos?
Artemio, que tejía un ayate con fibra de maguey, dejó la aguja de palo.
—**Ah, jijo, buena pregunta... Es que sus cadenas no les permiten ser libres, están acostumbrados a mirar el reloj para hacer las cosas y no pueden vivir sin el celular.**
El niño frunció el ceño.
—Pero no traen cadenas. ¡Hasta corren libres por el monte! Los vi riendo felices anoche en la fogata y antes cabalgando por los senderos.
—**No todas las cadenas hacen ruido**— dijo el viejo, escupiendo al suelo—. A ellos les aprietan por dentro. Les dicen *"hipoteca"*, *"tarjeta de crédito"*, *"jefe que no espera"*.
Y entonces, como quien cuenta una historia de aparecidos, Artemio le habló del **hombre que vivió atado a una estaca podrida**.
**EL HOMBRE Y LA ESTACA**
Había una vez un hombre que desde pequeño vivió encadenado a una estaca.
Era una estaca pequeña, clavada en la tierra seca de un patio polvoriento. La cadena que lo unía a ella era corta, pero lo suficientemente larga como para permitirle dar diez pasos en cualquier dirección. No más.
Cuando era niño, a veces tiraba de la cadena con todas sus fuerzas, soñando con alcanzar el árbol que estaba a solo once pasos de distancia. Pero la estaca no cedía, y sus tobillos sangraban. Con el tiempo, aprendió a no intentarlo.
Pasaron los años. El hombre creció. La estaca, oxidada y frágil, seguía allí. La cadena, ahora holgada en su tobillo, ya no le hacía daño. Un día, sin darse cuenta cómo, descubrió que podía tocar el árbol. Algo había cambiado: **la estaca se había podrido por dentro**.
Con un movimiento instintivo, tiró. La madera crujió y se partió. La cadena cayó al suelo.
Él se quedó mirándola, confundido.
Podía irse. **Pero no supo hacia dónde.**
El árbol estaba allí, pero sus ramas ya no lo tentaban. El mundo más allá del patio era un rumor lejano, ajeno. Dio un paso, luego otro. Sintió el viento libre por primera vez… y le dio miedo.
Al atardecer, volvió al centro del patio. Recogió la cadena, la enrolló alrededor de su cintura como un cinturón, y se sentó junto al hueco donde estuvo la estaca.
**Prefirió fingir que seguía atado.**
—Cuando por fin pudo irse, se quedó ahí, nomás acariciando el eslabón vacío... porque la libertad implica riesgo, iniciar un camino con los propios medios, vencer el miedo a lo desconocido.
**—Abuelo Artemio —susurró Remigio, viendo alejarse las camionetas—. ¿Nadie les dice que pueden quedarse?**
El viejo guardó silencio. Luego, señaló hacia el cerro:
**—Mira ese mezquite, muchacho. Hace años, una semilla cayó entre las grietas de una roca. Todos decían: ‘Ahí no crecerá’. Pero la raíz sí sabía.**
**—¿Y qué hizo?**
**—Romper la piedra despacio. Sin prisa, pero sin pausa. Lucho constantemente hasta convertirse en lo que es**
Remigio observó a los últimos visitantes subir a sus autos. Uno de ellos, un joven de manos suaves, se quedó mirando el atardecer un segundo más largo que los demás.
**—¿Ves? —sonrió Artemio—. Algunas raíces ya empezaron.**
Y en su voz no hubo lástima, sino certeza: **las cadenas que no se rompen de golpe, se desgastan con paciencia.**
Remitió corriendo llevó uña semillas a los visitantes, plántenlas en una maceta y pónganla en su ventana para que al verlas crecer no olviden que siempre hay forma de vivir diferente.
La esperanza no es decir *"todo mejorará"*, sino *"aquí hay herramientas para cuando decidas usarlas"*.
Idea original JuanAntonio Saucedo Pimentel
Auxiliar : chat DeepSeek
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