Capítulo 4: La coreografía del mundo
Grabadora encendida.
Esta vez el psiquiatra no pregunta. Me observa desde la sombra de su escritorio, con la luz difusa cayendo sobre mi rostro. Afuera, en el jardín, un grupo de pájaros traza dibujos imposibles en el cielo.
—¿Ha visto eso? —le digo, sin despegar los ojos del ventanal—.
No responde. La grabadora se queda con mi voz.
¡Es perfecto! Una danza sin director, una sinfonía sin partitura. Todos se mueven como si compartieran un mismo pensamiento. Ni un solo choque, ni un solo error. ¿Dónde estudian eso, doctor? ¿Qué universidad enseña semejante armonía?
Me río, pero hay algo triste en esa risa. Me levanto y camino hasta la puerta que da al jardín. Él me sigue sin hablar. Ahí está el jardinero, removiendo tierra junto a un hormiguero. Me le acerco.
—¿Lo ha notado usted también? —le pregunto al jardinero—.
—¿El qué, señor?
—Las hormigas… no tienen jefes gritándoles, no tienen reloj ni sindicatos, ni necesitan motivadores profesionales. Y sin embargo, mire: túneles, corredores, almacenes de comida. Un verdadero imperio bajo nuestros pies.
El jardinero sonríe, hay una complicidad en su mirada , entendiendo a la perfección lo que digo , las mariposas monarca viajan durante meses para llegar a su santuario, miles de kilómetros sin mapa o brújula.
Sigo hablando, pero ahora no sé si para él, para el psiquiatra o para la grabadora.
Hay una inteligencia que nos rodea, doctor. Una que no construye rascacielos, pero sostiene el planeta. Una que no predica paz, pero vive sin guerras. Que no patenta ideas, pero innova cada segundo. Y nosotros…
Nosotros nos llamamos “la especie superior”. ¿Basados en qué? ¿En que destruimos mejor? ¿En que sabemos mentir con más estilo? ¿En que somos capaces de envenenar la tierra que nos da de comer? El poder expresarnos y trasmitir los pensamientos por el tiempo y el espacio no ha cambiado las cosas esenciales, somos los mismos depredadores luchando contra nuestros demonios sin poder controlarlos del todo, aspirando a lo divino, interminable batalla que marca nuestro destino, cada uno sigue el camino que mejor le parece , es una característica de nuestra especie. Una ecuación difícil con más de ocho mil millones de incógnitas, muy interesante para quien guste resolverla.
Miro al cielo otra vez. La parvada ya se ha ido, como una revelación fugaz.
Me doy cuenta de que no estoy solo en esa sensación. El psiquiatra no toma notas. El jardinero ya no escarba. Ambos me observan. Silenciosos. Dóciles, incluso. Como si temieran romper el cristal de lo que estoy diciendo.
¿No será que el verdadero desequilibrio del ecosistema… somos nosotros?
La grabadora capta ese silencio incómodo que nadie se atreve a llenar.
Y más allá de la sala, en su oficina revestida de documentos y cifras, el editor escucha la cinta por la noche.
Hace una pausa. Rebobina. Vuelve a oír la frase.
Mira su contrato con la editorial, el plan de marketing, los costos de distribución.
Y por primera vez en años, no sabe qué está vendiendo.
¿Historias? ¿Enfermedad? ¿Verdad? Fantasías?
No importa es solo un producto que genera ganancias
Pero algo en su interior le inquieta mentira envía la grabación a la editorial.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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