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El hombre estaba sentado en el banco de un parque, la cabeza entre las manos, la espalda encorvada como si cargara el peso de una derrota infinita.
—Soy un tonto —musitó entre dientes—. ¿Cómo no me di cuenta?
Un duende, que pasaba por allí, detuvo sus pasos. Intrigado, saltó al banco y se inclinó hacia él.
—Vaya, vaya… ¿Otro humano quejándose de lo mismo? —dijo con una sonrisa juguetona—. ¿Qué fue? ¿Dinero? ¿Amor?
El hombre ni siquiera levantó la vista.
—Mi socio y mi esposa. Se llevaron todo. Años de trabajo, reducidos a nada.
El duende se rio, un sonido como de campanillas al viento.
—¡Ah, eso! Pensé que era algo único.
El hombre alzó el rostro, sorprendido por la ligereza del comentario, pero al ver los ojos brillantes del pequeño ser, su enojo se desvaneció. Había algo en esa mirada… algo sabio.
—Si tanto te aflige —dijo el duende—, pídeme algo. Cualquier cosa… excepto hacer daño.
El hombre soltó un suspiro escéptico.
—¿Un deseo? ¿De verdad crees que…?
—Nada pierdes con intentar —interrumpió el duende, balanceándose en la barandilla—. Pero date prisa. La magia no espera.
El hombre respiró hondo. Cerró los ojos.
—Quiero volver atrás. A cuando todo era sencillo. A cuando tenía amigos, risas, sueños… antes de que la ambición lo arruinara todo.
El duende chasqueó los dedos.
—Concedido.
Y entonces, el mundo giró.
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**El aroma a tierra mojada.** El sonido de una guitarra desafinada. Voces que cantaban, copas que chocaban. El hombre abrió los ojos y estuvo allí, en medio de aquella fiesta juvenil, donde el tiempo no existía. Sus amigos lo rodearon al instante.
—¡Por fin llegas! —gritó uno, abrazándolo con fuerza.
—¿Dónde te habías metido? —preguntó otro, ofreciéndole una bebida.
Y ella… ella estaba allí. Su primera sonrisa, su mirada sincera.
—Te extrañé —le susurró, rozándole la mano.
El corazón le latió con fuerza. Todo era perfecto.
Pero entonces, cuando intentó besarla, el mundo se desvaneció.
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Volvió al banco. Solo.
—¡Espera! —exclamó—. ¡Solo un momento más!
El duende se rio, balanceándose como si el aire lo sostuviera.
—¿Ves? Nunca es suficiente. —Hizo una pausa—. Tú mismo cambiaste esto por cifras en un banco. ¿Valió la pena?
El hombre no respondió. Sabía la respuesta.
—La vida no es un cuento de hadas —continuó el duende—, pero aún tienes tiempo. Busca lo que de verdad importa… antes de que solo te queden recuerdos.
El hombre se levantó. No estaba seguro de adónde iría… pero ya no importaba. Cualquier camino era mejor que quedarse atrapado en lo que ya no era.
—Gracias —murmuró, aunque el duende ya se había esfumado.
Y esa noche, por primera vez en años, caminó hacia adelante sin mirar atrás.
Idea original : JuanAntonio Saucedo Pimentel
Estructura auxiliar: chat DeepSeek
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