Entrada destacada

El Gran Libro

El Libro Cuando nació la idea de escribir fue como la tormenta que de pronto aparece en el horizonte anunciando con relámpagos y truenos...

martes, 8 de abril de 2025

Las cadenas invisibles

 **"LAS CADENAS INVISIBLES"**  


*(Una tarde en el pueblo, bajo el mezquite)*  


El niño Remigio vio llegar, como cada mes, a los citadinos en sus camionetas brillantes. Se apeaban estirando las piernas, respirando hondo, como si el aire del campo les limpiara por dentro. Pasaban el día riendo, ayudando a ordeñar, comiendo tortillas recién hechas. Bañándose en el río, cabalgando, Pero al atardecer, cuando partían, sus sonrisas se borraban.  


—**Abuelo Artemio**— preguntó Remigio, jalándole la manga—, ¿por qué se van tristes si llegan tan contentos?  


Artemio, que tejía un ayate con fibra de maguey, dejó la aguja de palo.  


—**Ah, jijo, buena pregunta... Es que sus cadenas no les permiten ser libres, están acostumbrados a mirar el reloj para hacer las cosas y no pueden vivir sin el celular.**  


El niño frunció el ceño.  


—Pero no traen cadenas. ¡Hasta corren libres por el monte!  Los vi riendo felices anoche en la fogata y antes cabalgando por los senderos.


—**No todas las cadenas hacen ruido**— dijo el viejo, escupiendo al suelo—. A ellos les aprietan por dentro. Les dicen *"hipoteca"*, *"tarjeta de crédito"*, *"jefe que no espera"*.  


Y entonces, como quien cuenta una historia de aparecidos, Artemio le habló del **hombre que vivió atado a una estaca podrida**.  


**EL HOMBRE Y LA ESTACA**  


Había una vez un hombre que desde pequeño vivió encadenado a una estaca.  


Era una estaca pequeña, clavada en la tierra seca de un patio polvoriento. La cadena que lo unía a ella era corta, pero lo suficientemente larga como para permitirle dar diez pasos en cualquier dirección. No más.  


Cuando era niño, a veces tiraba de la cadena con todas sus fuerzas, soñando con alcanzar el árbol que estaba a solo once pasos de distancia. Pero la estaca no cedía, y sus tobillos sangraban. Con el tiempo, aprendió a no intentarlo.  


Pasaron los años. El hombre creció. La estaca, oxidada y frágil, seguía allí. La cadena, ahora holgada en su tobillo, ya no le hacía daño. Un día, sin darse cuenta cómo, descubrió que podía tocar el árbol. Algo había cambiado: **la estaca se había podrido por dentro**.  


Con un movimiento instintivo, tiró. La madera crujió y se partió. La cadena cayó al suelo.  


Él se quedó mirándola, confundido.  


Podía irse. **Pero no supo hacia dónde.**  


El árbol estaba allí, pero sus ramas ya no lo tentaban. El mundo más allá del patio era un rumor lejano, ajeno. Dio un paso, luego otro. Sintió el viento libre por primera vez… y le dio miedo.  


Al atardecer, volvió al centro del patio. Recogió la cadena, la enrolló alrededor de su cintura como un cinturón, y se sentó junto al hueco donde estuvo la estaca.  


**Prefirió fingir que seguía atado.**  

—Cuando por fin pudo irse, se quedó ahí, nomás acariciando el eslabón vacío... porque la libertad implica riesgo, iniciar un camino con los propios medios, vencer el miedo a lo desconocido.


**—Abuelo Artemio —susurró Remigio, viendo alejarse las camionetas—. ¿Nadie les dice que pueden quedarse?**  


El viejo guardó silencio. Luego, señaló hacia el cerro:  


**—Mira ese mezquite, muchacho. Hace años, una semilla cayó entre las grietas de una roca. Todos decían: ‘Ahí no crecerá’. Pero la raíz sí sabía.**  


**—¿Y qué hizo?**  


**—Romper la piedra despacio. Sin prisa, pero sin pausa. Lucho constantemente hasta convertirse en lo que es**  


Remigio observó a los últimos visitantes subir a sus autos. Uno de ellos, un joven de manos suaves, se quedó mirando el atardecer un segundo más largo que los demás.  


**—¿Ves? —sonrió Artemio—. Algunas raíces ya empezaron.**  


Y en su voz no hubo lástima, sino certeza: **las cadenas que no se rompen de golpe, se desgastan con paciencia.**  

Remitió corriendo llevó uña semillas a los visitantes, plántenlas en una maceta y pónganla en su ventana para que al verlas crecer no olviden que siempre hay forma de vivir diferente. 


La esperanza no es decir *"todo mejorará"*, sino *"aquí hay herramientas para cuando decidas usarlas"*.


Idea original JuanAntonio Saucedo Pimentel 

Auxiliar : chat DeepSeek 



Si deseas cantar

 

El duende entra en la habitación de un joven que pretende componer una canción y se esfuerza por encontrar la letra que se contagie sin mucho esfuerzo para convertirse en un éxito, cosa que le parece gracioso al duende al escuchar la repetición de aquello que no tiene mayor significado, por lo que le aconseja ! Ok ponle buen ritmo porque eso es muy apreciado, un ritmo alegre pero no vulgar, algo sensacional pero no exclusivo y

Canta a la tierra, canta con alegría, a la realidad y la fantasía, 

Canta con sinceridad a la belleza de las flores, de los campos y el mar

A ese dulce mirar de quien ama, a la sonrisa de los niños, a la fraternidad

Canta diciendo ,o que tu corazón guarda como grandes tesoros

La ternura de tu madre, el compartir con amigos y familiares los juegos, y las fiestas, lo dulce y lo amargo con risas o lágrimas , pero canta con la voz abierta a la vida que en cada detalle manifiesta lo grandioso, misterioso, de esta fiesta a la que fuimos invitados y que podemos gozar , canta a la vida , a La Paz, a la armonía y deja que tu inspiración componga versos que inspiren a seguir soñando en un mundo mejor.


Demente 5 punto de quiebre

 El personaje principal es el demente, dejemos que él siga con sus ideas guiando el discurso, ahora se extiende a los principios de la propiedad  El personaje principal es el demente, dejemos que él siga con sus ideas guiando el discurso, ahora se extiende a los principios de la propiedad  privada que marca un antes y un después en el destino de la humanidad, en el momento de decir esto es mío, levanta un muro entre él y los demás,  deja de compartir , acapara, inicia el control sobre los más débiles, se regodea en el poder , marca diferencias entre sus cercanos seguidores y los que dudan de su forma de actuar que aún siendo mayoría no se atreven a declarar abiertamente su postura, se va diluyendo la fraternidad de los grupos humanos, las luchas se hacen cada vez más intensas, se dividen ,marcan territorios, compiten por lo que consideran valioso sin percatarse que los verdaderos tesoros los están enterrando en su obstinada creencia de ser los mejores porque pueden vencer a quienes prefieren seguir por el sendero pacifico cultivando la tierra en armonía con el universo, ese comportamiento persiste, se nutre de nuevas herramientas, discursos sobre democracia,igualdad,justicia, mientras la verdad se desliza entre las sombras y el poder de los necios que se alza como un estandarte de la destrucción de valores, marcando el camino a un indigno final.

JuanAntonio Saucedo Pimentel 

Obras surrealistas campesinas

 A don Nabor se le ocurrió hacer sus obras surrealistas porque se enteró de que un extranjero había hecho un castillo en plena sierra potosina, por nosotros también podemos hacerlo dijo muy animado y a daré que es mole de olla, ni tarde ni perezoso empezó con troncos y piedras a elaborar esculturas y construcciones con otros lugareños que decían que no necesitaban violín pa tocar buenos sones , pronto empezaron a notarse por el camino esas obras que no tenían pies ni cabeza como de decía doña Cleotilde , hasta los burros paran las orejas cuando ven cosas tan extrañas, pero a muchos les parecieron muestras de arte campesino, sobre todo cuando vinieron turista tomando fotos y admirados quedaban de la creatividad, los que lo hicieron se paraban junto a sus obras para la fotografía y decían que en el pueblo no se necesitaba tener macetas para sembrar bonitas flores, muy contentos se sentían porque sus obras les decían que ya estaban en las redes sociales recibiendo muchos likes , cosa que no comprendían pero sentían que era cosa buena, después llegaron los que deseaban comprara esas obras, gran alboroto, que era la expresión de lo onírico más sobresaliente, eso le sonó a insulto a don Nabor que les dijo que hablando claro se entiende la gente, que le explicarán esas palabras, ya con la explicación resultó más confuso el asunto porque eso de que era expresión del inconsciente de forma espontánea sobrepasando lo real, mejor dejaron pendiente el asunto y pasaron al trueque, les hacemos un estacionamiento para los trueques a cambio del molcajetero con alas de mariposa, les ponemos celdas solares para iluminar el río a cambio del tamal con sombrero y huaraches, en fin no paraban de ofrecer y regatear, hasta que don Nabor dijo que dejarán ahí las cosas y regresarán en dos años para ver que decidían, así hasta la fecha ustedes pueden admirar esas obras fabulosas de la imaginación de los lugareños que dicen que pa uno que madruga otro que no duerme, cosa que algunos no entienden, que te parece para una narración de esta noche , pa que sepan como se hizo todo ese enredo de las esculturas que se ven por los senderos de este pueblo? Bien será ,de ese modo dijo Artemio acarician el ala de su sombreo y caminando rumbo al claro donde ya ardía la fogata.

JuanAntonio Saucedo Pimentel 

lunes, 7 de abril de 2025

Demente 4

 Capítulo 4: La coreografía del mundo


Grabadora encendida.

Esta vez el psiquiatra no pregunta. Me observa desde la sombra de su escritorio, con la luz difusa cayendo sobre mi rostro. Afuera, en el jardín, un grupo de pájaros traza dibujos imposibles en el cielo.


—¿Ha visto eso? —le digo, sin despegar los ojos del ventanal—.

No responde. La grabadora se queda con mi voz.


¡Es perfecto! Una danza sin director, una sinfonía sin partitura. Todos se mueven como si compartieran un mismo pensamiento. Ni un solo choque, ni un solo error. ¿Dónde estudian eso, doctor? ¿Qué universidad enseña semejante armonía?


Me río, pero hay algo triste en esa risa. Me levanto y camino hasta la puerta que da al jardín. Él me sigue sin hablar. Ahí está el jardinero, removiendo tierra junto a un hormiguero. Me le acerco.


—¿Lo ha notado usted también? —le pregunto al jardinero—.

—¿El qué, señor?

—Las hormigas… no tienen jefes gritándoles, no tienen reloj ni sindicatos, ni necesitan motivadores profesionales. Y sin embargo, mire: túneles, corredores, almacenes de comida. Un verdadero imperio bajo nuestros pies.


El jardinero sonríe, hay una complicidad en su mirada , entendiendo a la perfección lo que digo , las mariposas monarca viajan durante meses para llegar a su santuario, miles de kilómetros sin mapa o brújula. 


Sigo hablando, pero ahora no sé si para él, para el psiquiatra o para la grabadora.


Hay una inteligencia que nos rodea, doctor. Una que no construye rascacielos, pero sostiene el planeta. Una que no predica paz, pero vive sin guerras. Que no patenta ideas, pero innova cada segundo. Y nosotros…


Nosotros nos llamamos “la especie superior”. ¿Basados en qué? ¿En que destruimos mejor? ¿En que sabemos mentir con más estilo? ¿En que somos capaces de envenenar la tierra que nos da de comer? El poder expresarnos y trasmitir los pensamientos por el tiempo y el espacio no ha cambiado las cosas esenciales, somos los mismos depredadores luchando contra nuestros demonios sin poder controlarlos del todo, aspirando a lo divino, interminable batalla que marca nuestro destino, cada uno sigue el camino que mejor le parece , es una característica de nuestra especie. Una ecuación difícil con más de ocho mil millones de incógnitas, muy interesante para quien guste resolverla.


Miro al cielo otra vez. La parvada ya se ha ido, como una revelación fugaz.

Me doy cuenta de que no estoy solo en esa sensación. El psiquiatra no toma notas. El jardinero ya no escarba. Ambos me observan. Silenciosos. Dóciles, incluso. Como si temieran romper el cristal de lo que estoy diciendo.


¿No será que el verdadero desequilibrio del ecosistema… somos nosotros?


La grabadora capta ese silencio incómodo que nadie se atreve a llenar.


Y más allá de la sala, en su oficina revestida de documentos y cifras, el editor escucha la cinta por la noche.

Hace una pausa. Rebobina. Vuelve a oír la frase.

Mira su contrato con la editorial, el plan de marketing, los costos de distribución.

Y por primera vez en años, no sabe qué está vendiendo.

¿Historias? ¿Enfermedad? ¿Verdad? Fantasías?


No importa es solo un producto que genera ganancias

Pero algo en su interior le inquieta mentira envía la grabación a la editorial.

JuanAntonio Saucedo Pimentel 

domingo, 6 de abril de 2025

Un nuevo camino



---



El hombre estaba sentado en el banco de un parque, la cabeza entre las manos, la espalda encorvada como si cargara el peso de una derrota infinita.  


—Soy un tonto —musitó entre dientes—. ¿Cómo no me di cuenta?  


Un duende, que pasaba por allí, detuvo sus pasos. Intrigado, saltó al banco y se inclinó hacia él.  


—Vaya, vaya… ¿Otro humano quejándose de lo mismo? —dijo con una sonrisa juguetona—. ¿Qué fue? ¿Dinero? ¿Amor?  


El hombre ni siquiera levantó la vista.  


—Mi socio y mi esposa. Se llevaron todo. Años de trabajo, reducidos a nada.  


El duende se rio, un sonido como de campanillas al viento.  


—¡Ah, eso! Pensé que era algo único.  


El hombre alzó el rostro, sorprendido por la ligereza del comentario, pero al ver los ojos brillantes del pequeño ser, su enojo se desvaneció. Había algo en esa mirada… algo sabio.  


—Si tanto te aflige —dijo el duende—, pídeme algo. Cualquier cosa… excepto hacer daño.  


El hombre soltó un suspiro escéptico.  


—¿Un deseo? ¿De verdad crees que…?  


—Nada pierdes con intentar —interrumpió el duende, balanceándose en la barandilla—. Pero date prisa. La magia no espera.  


El hombre respiró hondo. Cerró los ojos.  


—Quiero volver atrás. A cuando todo era sencillo. A cuando tenía amigos, risas, sueños… antes de que la ambición lo arruinara todo.  


El duende chasqueó los dedos.  


—Concedido.  


Y entonces, el mundo giró.  


---


**El aroma a tierra mojada.** El sonido de una guitarra desafinada. Voces que cantaban, copas que chocaban. El hombre abrió los ojos y estuvo allí, en medio de aquella fiesta juvenil, donde el tiempo no existía. Sus amigos lo rodearon al instante.  


—¡Por fin llegas! —gritó uno, abrazándolo con fuerza.  


—¿Dónde te habías metido? —preguntó otro, ofreciéndole una bebida.  


Y ella… ella estaba allí. Su primera sonrisa, su mirada sincera.  


—Te extrañé —le susurró, rozándole la mano.  


El corazón le latió con fuerza. Todo era perfecto.  


Pero entonces, cuando intentó besarla, el mundo se desvaneció.  


---


Volvió al banco. Solo.  


—¡Espera! —exclamó—. ¡Solo un momento más!  


El duende se rio, balanceándose como si el aire lo sostuviera.  


—¿Ves? Nunca es suficiente. —Hizo una pausa—. Tú mismo cambiaste esto por cifras en un banco. ¿Valió la pena?  


El hombre no respondió. Sabía la respuesta.  


—La vida no es un cuento de hadas —continuó el duende—, pero aún tienes tiempo. Busca lo que de verdad importa… antes de que solo te queden recuerdos.  


El hombre se levantó. No estaba seguro de adónde iría… pero ya no importaba. Cualquier camino era mejor que quedarse atrapado en lo que ya no era.  


—Gracias —murmuró, aunque el duende ya se había esfumado.  


Y esa noche, por primera vez en años, caminó hacia adelante sin mirar atrás.  


Idea original : JuanAntonio Saucedo Pimentel 

Estructura auxiliar: chat DeepSeek 

Locuras con inteligencia artificial

Un relato que conduce por los senderos de la mente , permitiendo que encuentres tus propios símbolos , las señales que te conducen a lo que eres, o lo que crees ser


Capítulo 2 – El Sendero y sus Espectros


—¿Puede decirme qué ve en esta imagen?


El Dr. Ramírez deslizó una nueva ilustración sobre la mesa. No era parte del protocolo habitual. Era una imagen distinta, ambigua: un camino serpenteante que se perdía entre árboles de ramas retorcidas, con un lado florido y otro oscuro, plagado de espinas y agua estancada.


El paciente 48 no pidió tiempo para analizar. Sus ojos brillaron con un fuego viejo, casi sagrado.


—Es un recorrido —dijo—. Un sendero que debo andar. A un lado, árboles de dulces frutos, flores que perfuman la brisa, manantiales de agua limpia. Al otro, zarzales que desgarran la piel, un pantano donde se ahogan los sueños, y aguas turbias que reflejan lo que uno no quiere ver.


—¿Y cuál camino elige usted?


—Ninguno —respondió con una sonrisa suave—. No se trata de elegir. Se trata de avanzar con la luz de mi espíritu, con esa chispa primitiva que heredé de quienes caminaron antes que yo… Yo soy el portador de la esperanza. Aunque me extravíe, aunque las sombras me abracen, hay algo en mí que insiste.


El psiquiatra anotó. Pero sus dedos temblaban apenas. Había algo en el tono del paciente que perforaba la superficie del discurso clínico. No era solo metáfora. Era una verdad que no podía ser explicada, solo vivida.


—¿Y a quién ha encontrado en ese camino?


—A muchos… Algunos me siguen. Otros me tientan. La Reina de la Mentira me ofreció una corona hecha de vanidades. Los Vendedores de Tentaciones me hablaron de placeres inmediatos y gloria vacía. El Predicador de la Incertidumbre me regaló libros llenos de palabras sin alma. Y la Seductora del Abismo… me sonrió como si conociera mi historia mejor que yo.


El paciente hizo una pausa. Respiró hondo.


—Pero también vi a los Duendes de los Sueños, que susurran desde las copas de los árboles. A los Guerreros de la Luz, que no luchan con espadas sino con el alma. A los que escalaron la montaña del alma y descendieron con los ojos iluminados. Ellos no gritan. No venden. No convencen. Solo están. Y su sola presencia cambia el aire.


El silencio se hizo pesado. El Dr. Ramírez apagó la grabadora. Pero no dijo su nombre, ni la hora. Se quedó mirando al paciente, que ya había cerrado los ojos, como si hubiera terminado un rezo.


Esa noche, en la oficina del editor, el nuevo archivo llegó con una nota breve:


Este capítulo es demasiado simbólico. Me cuesta entender si el paciente delira o si describe, con imágenes, lo que todos vivimos sin darnos cuenta.


El editor volvió a releer el pasaje de la Seductora del Abismo. Le sonó familiar. Muy familiar. Años atrás, él mismo había seguido una sonrisa similar hasta un contrato jugoso, dejando atrás algo que no supo nombrar… y que aún extrañaba.


Apagó la computadora. No envió el capítulo a la revista. Por primera vez.


Y en su mente, como un eco, resonó una idea inquietante: Quizás este paciente no esté loco. Quizás solo está viendo lo que otros decidieron no mirar.


 Gracias por tu confianza. Es un verdadero gusto recorrer contigo este sendero entre la cordura y la locura, donde cada palabra puede ser una pista, una trampa o una revelación. Vamos con el Capítulo 2, donde el relato comienza a bifurcarse… y el que observa se vuelve observado.


Capítulo 2 – El Sendero y sus Espectros


—¿Puede decirme qué ve en esta imagen?


El Dr. Ramírez deslizó una nueva ilustración sobre la mesa. No era parte del protocolo habitual. Era una imagen distinta, ambigua: un camino serpenteante que se perdía entre árboles de ramas retorcidas, con un lado florido y otro oscuro, plagado de espinas y agua estancada.


El paciente 48 no pidió tiempo para analizar. Sus ojos brillaron con un fuego viejo, casi sagrado.


—Es un recorrido —dijo—. Un sendero que debo andar. A un lado, árboles de dulces frutos, flores que perfuman la brisa, manantiales de agua limpia. Al otro, zarzales que desgarran la piel, un pantano donde se ahogan los sueños, y aguas turbias que reflejan lo que uno no quiere ver.


—¿Y cuál camino elige usted?


—Ninguno —respondió con una sonrisa suave—. No se trata de elegir. Se trata de avanzar con la luz de mi espíritu, con esa chispa primitiva que heredé de quienes caminaron antes que yo… Yo soy el portador de la esperanza. Aunque me extravíe, aunque las sombras me abracen, hay algo en mí que insiste.


El psiquiatra anotó. Pero sus dedos temblaban apenas. Había algo en el tono del paciente que perforaba la superficie del discurso clínico. No era solo metáfora. Era una verdad que no podía ser explicada, solo vivida.


—¿Y a quién ha encontrado en ese camino?


—A muchos… Algunos me siguen. Otros me tientan. La Reina de la Mentira me ofreció una corona hecha de vanidades. Los Vendedores de Tentaciones me hablaron de placeres inmediatos y gloria vacía. El Predicador de la Incertidumbre me regaló libros llenos de palabras sin alma. Y la Seductora del Abismo… me sonrió como si conociera mi historia mejor que yo.


El paciente hizo una pausa. Respiró hondo.


—Pero también vi a los Duendes de los Sueños, que susurran desde las copas de los árboles. A los Guerreros de la Luz, que no luchan con espadas sino con el alma. A los que escalaron la montaña del alma y descendieron con los ojos iluminados. Ellos no gritan. No venden. No convencen. Solo están. Y su sola presencia cambia el aire.


El silencio se hizo pesado. El Dr. Ramírez apagó la grabadora. Pero no dijo su nombre, ni la hora. Se quedó mirando al paciente, que ya había cerrado los ojos, como si hubiera terminado un rezo.


Esa noche, en la oficina del editor, el nuevo archivo llegó con una nota breve:


Este capítulo es demasiado simbólico. Me cuesta entender si el paciente delira o si describe, con imágenes, lo que todos vivimos sin darnos cuenta.


El editor volvió a releer el pasaje de la Seductora del Abismo. Le sonó familiar. Muy familiar. Años atrás, él mismo había seguido una sonrisa similar hasta un contrato jugoso, dejando atrás algo que no supo nombrar… y que aún extrañaba.


Apagó la computadora. No envió el capítulo a la revista. Por primera vez.


Y en su mente, como un eco, resonó una idea inquietante: Quizás este paciente no esté loco. Quizás solo está viendo lo que otros decidieron no mirar.


¿Avanzamos al Capítulo 3? Podemos explorar ese pensamiento que el paciente se guarda: la duda constante de si su mente transita por la cordura o la locura… y cómo eso empieza a contagiar al analista. Esto apenas comienza.


Capítulo 3: La venda invisible


El psiquiatra se acomodó en su sillón, cruzando lentamente una pierna sobre la otra, con esa calma estudiada de quien está acostumbrado a observar tormentas sin mojarse. Encendió la grabadora.

—Proceda, 48. Lo escucho.


Yo ya no sabía si hablaba con él o con algo dentro de mí que solo despertaba en estas sesiones. El rostro que me mostraron hoy era el de un anciano dormido en un banco de parque. Solo eso.

—¿Qué ve usted aquí? —preguntó.


Y como si ya no fuera yo, comencé a hablar:


Veo la última estación del viaje. Veo la soledad tejida con hilos invisibles, esos que no duelen en la piel, pero laceran el alma. Veo a alguien que ya lo dijo todo, y ya nadie lo escucha. Que ya soñó, pero no sabe en qué momento dejó de hacerlo. Que vivió rodeado de gente, pero jamás acompañado.


Veo una venda. No en los ojos del anciano, sino en los de quienes pasan junto a él sin verlo. Venden su tiempo, su atención, su humanidad… por migajas de urgencia.


En ese banco no está un cuerpo cansado: está un universo esperando ser recordado. Pero nadie lo detiene para preguntarle qué historia habita en sus arrugas, qué batallas peleó, qué canciones amó, qué perdió en el camino. Y él se va desvaneciendo. Como niebla sin testigos.


Me detuve un momento. El psiquiatra no interrumpió. Parecía esperar algo más. Y entonces bajé el tono, como si hablase conmigo mismo.


Me pregunto si yo seré ese viejo algún día… o si ya lo soy. Si estas palabras no son más que ecos en un cuarto acolchado donde solo la grabadora pretende entenderme.


El psiquiatra tomó aire con lentitud. Anotó algo en su libreta, sin mirarme. Apagó la grabadora, dijo la hora, y salió sin palabras.


Pero no fue el único que escuchó ese día.

El editor —ese que compraba cintas como quien compra mercancía— había comenzado a notar algo que no esperaba: un crujido sutil dentro de su propia conciencia.


No era culpa, no aún. Era duda.

¿Y si en lugar de comercializar locura… la estaba acumulando? ¿Y si los verdaderos locos eran los que jugaban a fingir cordura mientras monetizaban el dolor ajeno?


Él, que había creído estar por encima del juego, ahora sentía la venda deslizándose un poco.


Y yo… yo lo sentí. Aunque él no estaba en la sala, lo sentí. Porque cuando uno ha vivido entre sombras, aprende a oír los temblores que recorren los muros de quienes se creen cuerdos.


¿Seguimos con el capítulo cuatro cuando tú indiques? Esta historia apenas comienza a respirar más hondo.

Idea original JuanAntonio Saucedo Pimentel 

Auxiliar :chat GPS