VENENO DULCE
En una mañana de otoño, que en norte del Líbano tiene un
esplendor inigualable, los aldeanos de Tala se reunieron en la plaza de la
iglesia para comentar el repentino viaje de Fares Rahal que, abandonando a su
joven esposa, partiera con rumbo desconocido.
Fares Rahal era el líder de la aldea. Había heredado su
primacía de su abuelo y de su padre. Y, aunque joven, había en él una
superioridad que se imponía.
Cuando se casó con Susan Barabat todos dijeron: “! Qué
felicidad ¡ consiguió, con menos de treinta años, todo lo que un hombre puede
desear de este mundo.”
Pero, aquella mañana en que lo recordaban, los habitantes
de Tula, que sabían que Fares había reunido todo su dinero antes de montar su
caballo y abandonar la aldea sin despedirse de nadie, se sentían perplejos y
comenzaron a buscar los motivos que podían haber llevado, a un hombre como él a
abandonar de repente a su gente, su esposa, su casa, sus campos y viñedos.
En el norte del Líbano, la vida se asemeja a un socialismo
más que a cualquier otro sistema. Todos comparten las alegrías y las tristezas
de la vida, guiados por instintos simples y sinceros. Y hacen frente, juntos, a
todos los acontecimientos importantes.
Fue por eso que los habitantes de Tula abandonaron sus
tareas cotidianas y se reunieron cerca de la iglesia para cambiar opiniones
sobre la misteriosa partida de Fares Rahal.
Mientras conversaban, vieron acercarse al padre Esteban
párroco de la ciudad, con la cabeza gacha y el rostro sombrío. Lo acogieron con
miradas interrogantes.
-No me hagan preguntas- dijo él, por fin-. Todo cuanto sé,
es lo siguiente: Fares vino a golpear mi puerta antes del amanecer; su rostro
estaba marcado por la tristeza cuando me dijo:
-Vine a despedirme, Padre. Me voy más allá del may y no
regresaré jamás a este país.
Después, me entregó una carta para su amigo Nagib Malik y
me pidió que la entregara personalmente. Hecho eso, saltó sobre su caballo y
desapareció antes que pudiera preguntarle nada.
Alguien conjeturó: - Sin duda, la carta explica los motivos
de su viaje, ya que Nagib era su mejor amigo.
Otro preguntó: - ¿Ha visto a su esposa, Padre?
-
La visité después de
las oraciones de la mañana – respondió el Padre – La encontré sentada al lado
de su ventana. Miraba a la distancia, con ojos vidriosos, cual si hubiera
perdido la razón. Cuando la interrogué, abanicó su cabeza y murmuró: - No sé.-
Y se echó a llorar como una criatura.
De
pronto se escuchó un disparo de revólver y todos se estremecieron. Y a
continuación escucharon los gritos de una mujer. Los aldeanos quedaron atónitos
un instante, y, enseguida, salieron corriendo en dirección al sitio donde sonó
el disparo. Cuando llegaron cerca de la casa de Fares Rahal, vieron a Nagib
Malik tendido en el suelo, con sangre brotando de su cuerpo. A pocos pasos de
él, Susan, la esposa de Fares Rahal, se arrancaba los cabellos y gemía:
-
Se ha suicidado, se ha
suicidado…
La
gente se detuvo temerosa. El Padre vio, en la mano del infeliz la carta que le
entregara aquella mañana, la retiró y la puso discretamente en su bolsillo.
Cargaron,
luego, el cuerpo del suicida y lo llevaron a casa de su madre, quien al ver el
cadáver de su único hijo, perdió el sentido.
Las
mujeres cuidaban a Susan, que estaba medio muerta.
Cuando
el Padre Esteban volvió a su casa, cerró la puerta, se puso los anteojos y
abrió la carta leyendo con voz trémula:
“Nagib,
hermano mío,
Abandono esta ciudad porque mi presencia en
ella es causa de infelicidad para ti, para mi esposa y para mí mismo.
Sé
que eres demasiado noble para traicionar a tu amigo y vecino.
Sé
que Susan, mi esposa, es pura e incapaz de cometer un pecado.
Más
sé, también, que el amor que liga tu corazón al de ella es más fuerte que
vuestras voluntades. Tú no lo puedes detener, como no puedes detener el curso
del río Kadisha. Somos amigos, Nagib, desde que éramos pequeños. Y deseo que
continúes pensando en mí como lo has hecho hasta ahora. Y si te encontrases con
Susan, dile que la amo y que no la censuro. Dile que sentía pena de ella
cuando, de noche, la veía arrodillada frente a la imagen de Jesús, rezando y
llorando.
Nada es tan cruel como el destino de una mujer que ama a un
hombre, mientras debe vivir con aquél a quien debe amor. Quería mantenerse fiel
a sus obligaciones, pero no podía acallar sus sentimientos. Es por eso que me
alejo hacia lejanas tierras de donde jamás regresaré. No deseo continuar siendo
un obstáculo en el camino de vuestra felicidad.
Finalmente, te pido, amigo y hermano, se fiel a Susan y
ampárala hasta el fin. Ella sacrificó todo por tu causa. Y permanece, Nagib,
tal como te conozco: corazón noble, alma elevada. ¡Y que Dios te proteja ¡
Fares
Rahal
El Padre Esteban dobló la carta y la devolvió a su bolsillo
con aire ausente. Sentía que algo se le escapaba. Luego, se levantó agitado,
como si hubiera descubierto un secreto terrible escondido tras apariencias
inocentes. Y gritó:
-Extraordinaria fue tu astucia, ¡oh, Fares Rahal! Supiste
matar a tu amigo sin manchar tus manos con su sangre. Enviaste el veneno mezclado
con miel, y cuando él dirigió el revólver contra su propio pecho, tu mano
guiaba su mano y tu voluntad dominaba su voluntad… ¡Mortal es tu astucia, oh,
Fares Rahal…!
Y el Padre Esteban se volvió de espaldas acariciando sus
barbas, el rostro marcado por una mueca amarga.
Desde el centro de la aldea, llegaba hasta él los lamentos
de las mujeres.