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El Gran Libro

El Libro Cuando nació la idea de escribir fue como la tormenta que de pronto aparece en el horizonte anunciando con relámpagos y truenos...

jueves, 7 de agosto de 2025

El campesino

 

(Verso 1)

Ya está amaneciendo, me siento contento,

el aire fresco parece estar cantando,

Un nuevo día, que se viva con alegría,

el corazón lo sabe: todo está cambiando.


(Verso 2)

Se está trabajando por la humanidad,

que nadie sufra por falta de pan.

Que un techo abrigue con dignidad,

y la justicia no sea solo ideal.


(Estribillo)

¡Qué día para celebrar!

¡Digámoslo cantando!

Que viva esta tierra que vamos cuidando.

Hombres y mujeres con lealtad,

haciendo que la verdad

se vuelva costumbre,

y se viva en libertad.


(Verso 3)

Que se gobierne con humildad,

que el poder no pierda su humanidad.

Que las promesas sean de verdad,

y florezca el alma en cada ciudad.


(Estribillo)

¡Qué día para celebrar!

¡Digámoslo cantando!

Que viva esta tierra que vamos cuidando.

Hombres y mujeres con lealtad,

haciendo que la verdad

se vuelva costumbre,

y se viva en libertad.


(Cierre – suave)

Ya está amaneciendo, y el canto empieza,

con paso firme… y con entereza.

Si juntos soñamos, también lo logramos,

¡que este nuevo día… lo sigamos cantando!




Cada mañana el campesino despierta con la ilusión de seguir sembrando vida,

No solo siembra semillas…

Siembra también la esperanza de un mundo distinto,

donde la tierra no se venda ni se robe,

donde el agua no se desperdicie,

y donde la ciencia y la tecnología no sean armas,

sino herramientas al servicio de la vida.


Mientras abre los surcos con su azadón, piensa:

”¿Qué pasaría si los recursos destinados a la guerra

sirvieran para reconstruir los bosques?

¿Si las mentes brillantes diseñaran soluciones

en vez de estrategias de dominación?”


No lo dice gritando.

Él habla con la tierra, y ella le responde en brotes verdes.

Dice que la codicia se puede detener.

Que las fronteras más duras están en la mente,

y que la verdadera revolución no es de fuego ni pólvora,

sino de empatía y acción compartida.


El campesino no sabe leer tratados ni discursos,

pero comprende algo más profundo:

que la humanidad tiene todo para hacer de esta vida un festejo.

Solo falta que los que discuten en salones lujosos

escuchen a los que trabajan la tierra con las manos limpias.


Porque no es utopía.

Es posibilidad.

Y ya  la estamos sembrando .



No solo siembra semillas…

siembra esperanza.

Siembra la posibilidad de un mundo distinto.


Un mundo donde la tierra no se venda ni se robe,

donde el agua sea sagrada,

y la tecnología sirva para curar, no para destruir.


Mientras abre los surcos con su azadón, piensa:

“¿Qué pasaría si todo el dinero de la guerra se usara para salvar la tierra?

¿Y si en lugar de fabricar armas, se fabricaran herramientas para sanar al planeta?”


Él no habla en foros, ni firma tratados.

Pero entiende algo que muchos han olvidado:

que el mundo necesita más manos limpias y trabajo parea cerrar las heridas ,

Y menos discursos brillantes.


Dice que no es una utopía.

Que sí se puede.

Si dejamos atrás la codicia,

si dejamos de levantar barreras con excusas gastadas,

si dejamos que la verdad sea el lenguaje universal.


No es pedir demasiado.

Es solo lo justo.


Que nadie sufra por falta de comida,

que nadie llore por no tener un techo,

No despertar con angustia 

Por malas noticias !

que la ciencia sea digna, y la política, humilde.


El campesino no busca fama ni aplausos.

Solo quiere que esta tierra, nuestra casa,

vuelva a ser motivo de celebración.


Porque la segunda oportunidad ya está se está sembrando…

Y florecerá si la cuidamos juntos.


JuanAntonio Saucedo Pimentel 



miércoles, 6 de agosto de 2025

El lenguaje primario

🐾🌲**“El hombre que quería entender a los animales”**


Cuento 


Había una vez un hombre llamado Eloy, que desde niño se preguntaba si los animales se hablaban entre ellos, y si lo que emitían —trinos, maullidos, ladridos o chillidos— podía llamarse lenguaje.


Cuando creció, se convirtió en inventor. Tenía su taller lleno de aparatos con luces, sensores y pequeños micrófonos. Cada noche se dormía soñando con descubrir un día el diccionario secreto del bosque.


Hasta que un día, ya con canas en las sienes y una sonrisa tranquila, decidió que era hora de ir al corazón del bosque. No para imponer, sino para escuchar de verdad.

Para comprobar su hipótesis.


Llevó algunos de sus dispositivos, claro, pero sobre todo llevó algo más importante: tiempo y atención.


Se instaló junto a un arroyo y se dedicó a observar.


Primero escuchó los sonidos:

El canto de los pájaros al amanecer.

El crujido de las ramas bajo las pisadas de los venados.

El zumbido de los insectos, que parecía caótico… pero tenía ritmo.


Pero pronto notó algo aún más fascinante.


Los insectos parecían avisarse entre sí dónde había fruta dulce, sin emitir un solo sonido. Las ardillas se alertaban de un halcón desde árboles lejanos, sin que sus bocas se movieran. Y los conejos, desde madrigueras distintas, salían a la vez como si hubieran escuchado una señal invisible para todos.


Eloy empezó a dejar sus aparatos a un lado.


Comprendió que la comunicación no siempre necesita ruido. Que a veces los animales se sienten, se leen, se perciben. Como si su lenguaje fuera una red invisible hecha de mirada, de vibración, de intuición.


Una tarde, vio cómo un grupo de cuervos se reunía alrededor de un remolino de hojas. Lo observaban, se acercaban, saltaban alrededor y luego salían volando uno por uno. ¿Jugaban? ¿Danzaban? No lo sabía. Pero en sus movimientos había alegría.


Otra noche, notó cómo los tejones se sentaban juntos bajo la lluvia, sin moverse, como si celebraran la frescura del agua. Nadie hablaba. Nadie huía. Solo estaban… juntos.


Eloy dejó de anotar, dejó de grabar.


Solo miraba, sonreía y a veces, sin darse cuenta, también se comunicaba.

Un zorro le sostuvo la mirada.

Un búho giró la cabeza como saludándolo.

Y un ciempiés caminó sobre su mano sin miedo.

Una mañana lo despertó una voz suave que parecía venir desde la copa de los árboles, despierta el so va saliendo es hora de empezar a disfrutar la fiesta de la vida!


Finalmente entendió:

El lenguaje de los animales no siempre suena,

A veces solo se siente.


Paso el día feliz pensando que en todo había un mensaje secreto que valía la pena tratar de descifrar.


Y esa noche, por primera vez, Eloy durmió en paz bajo las estrellas, con la certeza de que había encontrado lo que buscaba. No un diccionario, sino una conexión silenciosa con el mundo que siempre estuvo allí, esperando ser notado.


🌙✨


Y así, querido lector o lectora, si alguna vez ves a dos aves mirarse desde ramas lejanas, o a un grupo de gatos quedarse quietos ante la luna, tal vez estés presenciando un diálogo antiguo… que no se oye, pero sí se entiende.

JuanAntonio Saucedo Pimentel