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viernes, 18 de abril de 2025

El demente, causas de su padecimiento



“Confesiones del demente lúcido”


(Monólogo para narración)



La grabadora encendida cuando entre al consultorio , sin más preámbulo dije recostándome en el diván mientras el psiquiatra sacaba su libreta .


—¿Por qué me volví así? —me preguntó el psiquiatra, como si esperara una fórmula clínica.

Yo lo miré… y sonreí.


No fue un golpe, ni una pérdida, ni un trauma repentino.

Fue… acumulación.

Una suma de pequeñas verdades que, una tras otra, terminaron por romperme… o por despertarme.

No lo sé.


Todo empezó con las contradicciones.

Con ese predicador que hablaba de humildad…

mientras su anillo de oro brillaba más que las palabras que decía.

Con esa imagen de un Dios que perdona…

mientras los hombres condenaban sin piedad, sin juicio, sin alma.


Decían “ama al prójimo”…

pero nadie se detenía a mirar a los ojos del que sufría.

Hablaban de compasión…

pero solo la usaban como excusa para dar limosna sin tener que dar tiempo.


Y entonces lo entendí:

el amor, la fe, la moral…

eran disfraces.

Hermosas máscaras colocadas sobre un rostro que no queríamos admitir:

el de una especie que se autodestruye mientras aplaude su propia supuesta grandeza.


Vi cómo se aplaude al que acumula, aunque robe.

Al que miente con elegancia, aunque destruya.

Vi cómo los líderes del mundo no guían… solo administran el caos.

Y la gente los sigue, no porque crean en ellos…

sino porque ya no creen en nada.


Vi que el dolor ajeno se volvió entretenimiento.

Que la pobreza es decorado para discursos, pero nunca para acciones.

Que la muerte de muchos se reduce a una estadística,

mientras la vida de unos pocos se eleva como si fueran semidioses.


Me saturé.

De noticias que no informan, solo deforman.

De medios que no despiertan, solo adormecen.

De sueños que se fabrican en oficinas de marketing,

y se venden como salvación en anuncios de treinta segundos.


La realidad me desgarraba.

Esa realidad que llaman “normalidad”,

donde lo absurdo es rutina

y lo sensato es llamado locura.


Y así, sin quererlo… me alejé.

Me refugié en esta demencia que, curiosamente,

me devolvió algo que había perdido: la claridad.


Porque en mi locura, al fin entendí:

que la razón del mundo está enferma,

que la inteligencia humana se volvió arrogancia,

y que el progreso sin alma nos arrastra, no nos eleva.


Yo no estoy loco por ver cosas que no existen.

Estoy loco por no querer vivir en esta mentira colectiva.


En mi locura, ya no necesito fingir que esto está bien.

Ya no tengo que reírle al verdugo, ni aplaudir al farsante.


Aquí, en este rincón donde nadie me escucha,

yo descanso.

Y mientras el mundo sigue aplaudiendo su propia caída…

yo susurro verdades que nadie quiere oír.


No me compadezcas.

No trates de curarme.


Porque en esta demencia que me protege,

al fin…

Estoy tranquilo en mi universo interno


Llegue a esta demencia por un largo camino ,recorrido donde encontré  al miedo en los corazones que tienen una luz encendida, no para iluminar el camino, mismo para disipar sus propias sombras. Descubrí lo que es el hombre en sus grandes expresiones de arte y de crueldad, en su bondad, en la maldad que le transforma en una bestia indescifrable, entendí que no se podía comprender lo que es capas de hacer en sus pasiones, sus emociones, sentimientos, pensamientos , que esta, sujetos a un espacio y un tiempo reducido aún cuando comprenda que esos dos conceptos pueden representar el infinito. Lo que encontré en mi propio pensamiento fue el reflejo de esos siglos de búsqueda incesante, intentando encontrar respuestas que están vendadas a quien carece de la capacidad para entender lo esencial en lo más sencillo, en lo inmortal la propia vida. Me di cuenta que no se han inventado las expresiones que describan con claridad lo qué hay más allá  de los límites de nuestra mente, de la imaginación que al intentarlo se pierde para siempre como yo lo he logrado.



Durante cada sesión, el demente hablaba con los ojos cerrados, como si en su mente se desplegara un teatro luminoso que solo él podía ver.


—Esta semana navegué por un río que canta —decía—. Sus aguas murmuraban secretos en idiomas antiguos. Las libélulas llevaban coronas diminutas, y un pez sabio me contó la historia de los árboles que caminan para no olvidar sus raíces.


El psiquiatra asentía, fingiendo anotar síntomas, pero en realidad copiaba con rapidez las descripciones, los diálogos, los mundos. Ya no lo veía como un enfermo, sino como una mina inagotable de historias que luego, con ligeras ediciones, firmaba como propias.

Los editores estaban encantados con su talento repentino y lo llamaban un genio de la literatura onírica. Nadie sospechaba que el verdadero autor estaba encerrado entre muros blancos, hablando con aves invisibles y flores que eran veleros.


Pero el demente, aunque parecía no saberlo, empezaba a cambiar. A veces, al final de las sesiones, sonreía levemente y decía cosas como:


—Es curioso… soñé que alguien vendía mis palabras, pero los libros se volvían transparentes cuando los leían. Solo los que realmente sentían, podían ver las historias.



Días después, el jardinero podaba un arbusto cuando el demente se acercó y le dijo:


—He viajado al lugar más increíble que puedas imaginar. Le hubiese encantado, porque allá todo parece un inmenso jardín. Por las noches, todas las plantas —incluso los árboles— son luminiscentes. Los pájaros, al trinar, lo hacen con melodías hermosas, el aroma es delicioso… y no hay contaminación de ningún tipo.

La gente es lo más precioso: visten atuendos como sacados de un cuento de hadas. Platiqué con ellos sobre cómo lograron una sociedad así. No existen reyes ni gobernantes supremos. No necesitan cuerpos de seguridad, porque no se cometen delitos desde tiempos remotos.

Su educación se basa en el principio de respetar al otro como a uno mismo, y lo practican con rigor.

Sus principales actividades están relacionadas con el cuidado del medio ambiente. La naturaleza, dicen, es la madre que todo lo proporciona.

La producción de sus cosechas —y de todo lo que necesitan— está organizada de forma que nadie carezca de lo esencial.

No se miente, no se engaña, y las apariencias no existen. Sus espejos, en vez de reflejar el exterior, muestran el ser interior…

Eso lo lograron gracias a la ciencia, buscándola no para dominar, sino para el bien común.


Tal vez, en mi próximo viaje, le traiga de recuerdo un rosal. Sus flores tienen pétalos de muchos colores brillantes, y de noche brillan como luciérnagas.


El jardinero le dio las gracias por compartir su experiencia y esperaría con impaciencia esa flor.


Luego se quedó pensando… Quizás ese hombre había alcanzado lo que muchos desean: la paz interior.

Sin meditar mucho, pero seguramente siguiendo esa ruta que los grandes genios transitan, había convertido la realidad en imaginación… y la imaginación en una demencia luminosa, donde el cosmos puede recorrerse sin premura.


El viaje peligroso



El psiquiatra se acercó al jardinero con una expresión de inquietud mal disimulada.

—¿Ha notado usted algo extraño en mi paciente? ¿Ha dicho o hecho algo que parezca… peligroso? ¿Como si se sintiera perseguido?


El jardinero sonrió con calma, adivinando la verdadera preocupación que escondían esas palabras.

—Doctor, estoy acostumbrado a ver toda clase de delirios en este sitio. Su paciente no me molesta en absoluto. Es tranquilo, y sus alucinaciones no son otra cosa que poesía disfrazada. Créame, no hay ningún peligro en él… salvo para los que han perdido la capacidad de soñar.


Agradecido, aunque aún intranquilo, el psiquiatra se alejó, dejando que su paciente saliera una vez más al jardín.


El hombre no saludó. Caminó directamente hacia las flores, respirando hondo.

—¡Qué felicidad! —exclamó—. Las flores siguen igual de luminosas… y en su aroma lanzan sueños al viento. Sueños que, si caen en corazones adecuados, se convierten en románticos poemas, en mágicas historias, en aventuras tan grandiosas como montar en las mariposas que siguen el compás de la música cósmica… Esa que los humanos ya no oyen, por haber olvidado cómo escuchar con el espíritu.


Se acercó a la fuente, sumergió sus manos en el agua cristalina y habló con solemnidad:

—Aquí puso el Mago de los Tiempos su pasión. Esta fuente no es un simple adorno… es una prisión sagrada donde quedaron encerrados los genios oscuros que querían robar la imaginación y encerrar el amor.


Luego caminó hacia un viejo olmo, de tronco ancho y ramas sabias. Lo acarició como se acaricia a un viejo amigo.

—Este será mi velero en la travesía —dijo—. Tiene la fuerza de los siglos y la paciencia de los sabios. Sus raíces conocen todos los caminos invisibles, y sus ramas, con brazos poderosos, alzarán las velas del espíritu.


Y uno a uno, fueron llegando los demás tripulantes:

El fresno robusto, que sería el timonel con su corteza rugosa cargada de memorias.

El roble, con brazos como mástiles, dispuesto a proteger la travesía.

El ahuehuete, anciano de mirada líquida, conocedor de las aguas profundas del alma.

Y el eucalipto, veloz y flexible, que sería el vigía en lo alto del velamen de hojas.


—Estamos listos —dijo el demente—. Vamos a navegar por el océano de los silencios, cruzaremos hacia la isla del dolor para ponerle fin de una vez y para siempre. De paso, visitaremos la gruta de los rencores… hay que sacarlos de ahí, que vean la luz y se desvanezcan. Que se conviertan en perdón.


Se detuvo un momento. Cerró los ojos.

—Creo que el velero ya está dispuesto. La tripulación de grillos me ha llamado.

Me despido… deséennos suerte. Pronto nos veremos nuevamente.


El jardinero, conmovido, lo abrazó con una ternura que no se aprende en ninguna ciencia.

—Buen viaje, capitán —susurró—. Que la brisa del alma te lleve lejos, pero que siempre encuentres el camino de regreso.


Y entonces, entre los árboles y la bruma ligera de la mañana, el demente se perdió… o tal vez zarpó.




JuanAntonio Saucedo Pimentel 

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