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martes, 15 de abril de 2025

Una flor que se marchta


El Día que se Marchitó Doña Leonora


Esta mañana, el pueblo despertó con una noticia que corrió de boca en boca, sin sobresalto, pero con profundo respeto: doña Leonora, la tejedora, se ha marchitado.


Ella, la que enseñó a bordar a la mayoría de las mujeres de la localidad, la de las ideas brillantes, la de las manos mágicas, se ha ido tranquila. Su cuerpo será sembrado junto al olmo grande, al otro lado del cerro, donde desde hace dos años la espera su esposo Mauro.


Se va en paz, con una estela de buenas obras: bordados maravillosos, telas tejidas con dedicación y amor, muchas de las cuales han viajado lejos, como mensajeras de su talento. Se ha ido a reunirse con sus ancestros, con los amigos y amigas que ya partieron, para dar también su semilla a la tierra, donde otros vendrán a renovar lo que somos.


Así se ha dicho. Y la casa comunal se cubrió de flores. Se sacó la camilla labrada por Ruperto para estas ocasiones, y sobre ella se colocó el petate donde el cuerpo de doña Leonora sería envuelto. Encima, la tela bellamente bordada que ella misma preparó, años atrás, como su último atuendo.


No hubo lágrimas, sino un respetuoso silencio. El cortejo avanzó en columna por el sendero. Seis hombres cargaban a la digna señora con paso tranquilo. El pueblo entero seguía sus pasos, sabiendo que ese camino es el mismo que todos algún día recorreremos.


Mientras caminaban, se cantaba la canción a la Tierra, pidiendo que la recibieran bien quienes esperan al otro lado de las nubes. Era un bonito día. Ya se había cebado el lugar donde se depositaría esa buena semilla. Y así, la dejaron, deseándole un buen descanso.


Buen viaje —dijeron los niños en su canto de despedida.


Luego regresamos en paz. Compartimos las comidas, conversamos sobre las muchas cosas buenas que dejó doña Leonora. Todos habían lucido alguna vez una prenda bordada por ella. Todos tenían una historia, una anécdota, un aprendizaje que compartir.


Las mujeres recordaban sus enseñanzas, los secretos de los hilos, las combinaciones de colores, los nombres de las aves que tejía con tanto arte. Doña Leonora era alegría, y eso se veía en cada flor, en cada mariposa, en cada greca que creó.


Algunos visitantes nos miraban con sorpresa. No entendían cómo podíamos despedirla sin lágrimas. Pero les explicamos lo que aquí sabemos desde siempre: que todos nos vamos marchitando. Que un día partiremos, y que por eso es tan importante vivir dando frutos, siendo buena semilla para los que han de venir.


Se quedaron pensativos.


Y fue entonces que Melquiades, uno de nuestros sabios, se ofreció a contarles, esa misma noche, cómo las semillas se convierten en flores.


La Enseñanza de Melquiades


Sentados alrededor del fuego, los visitantes esperaban en silencio.


Melquiades, con su voz pausada y mirada profunda, les habló:


—Les contaré algo que aquí aprendemos desde niños. Todo lo que nace, florece y da frutos… también se marchita. Pero eso no es el fin, es parte del gran ciclo.


Mostró una pequeña semilla entre sus dedos.


—Esta semilla, tan simple, lleva dentro la promesa de una flor, de un fruto, de un árbol. Pero para cumplir esa promesa, primero debe soltarse, caer a la tierra, enterrarse. Tiene que dejar de ser semilla… y en cierto modo, morir.


—¿Y después? —preguntó alguien.


—Después, si la tierra la acoge y el sol la abraza, nace una nueva vida. Y esa vida dará nuevas semillas. Así sucede con las plantas… y con nosotros.


Hizo una pausa, viendo cómo los niños lo escuchaban sin parpadear.


—Cuando una buena persona se marchita, como doña Leonora, no desaparece. Su cuerpo abona la tierra, sí, pero lo más valioso es lo que sembró en los demás. Ella vive en los bordados que enseñó, en las manos que ahora crean gracias a ella. En las risas, en las flores, en los gestos de quienes la amaron.


Una niña preguntó:


—¿Entonces la muerte no es mala?


Melquiades le sonrió.

Es solo una transformación,


—Es parte del viaje. Duele, pero no da miedo. Porque si vives bien, si siembras con amor, cuando te vayas… florecerás en otros. Como lo hizo doña Leonora.


Esa noche, los visitantes comprendieron por qué no hubo llanto. Comprendieron que en este pueblo no se teme a la muerte, porque aquí sabemos vivir para florecer… incluso después de marchitarnos.


JuanAntonio Saucedo Pimentel 

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