—¿Dónde está la cordura?** —preguntó el niño a su padre.
Este suspiró profundamente, lo miró con ternura y respondió:
—A veces parece esconderse en el fondo de la mente. Por eso hay quienes cometen verdaderas locuras. La mayoría creamos o consumimos cosas que nos dañan, como si fuera algo normal. Vivimos en un estado donde lo inconsciente, los instintos primarios, dirigen nuestros actos.
Pero no hay que desanimarse. Intentamos ser mejores, buscar soluciones a esos errores, a esas matrices torcidas arraigadas en pueblos donde las tragedias son frecuentes. Quizá eso les haya causado profundas heridas, nublando su claridad para ver que repiten el mismo camino: enfrentamientos sin fin.
Sin embargo, también están los que vislumbran una esperanza en los avances de la ciencia y la tecnología. No puedo asegurarlo, pero las próximas generaciones tienen una tarea difícil. Por eso su preparación es crucial: distinguir entre lo que nutre la vida y lo que la destruye, imponer la humanidad sobre la conveniencia irracional que lastima a la Tierra.
Pero para lograrlo, hace falta un autojuicio sincero. La capacidad de cambiar no se obtiene fácilmente; requiere fuerza de voluntad, un espíritu valiente y vencer los propios miedos. Los deseos negativos deben quedar sepultados donde nunca escapen.
Esa es la misión de los verdaderos héroes… tú puedes ser uno de ellos.
**"La tarea es ardua, pero no imposible.** El futuro de la humanidad depende de nuestra capacidad para revertir el daño causado —no solo a la Tierra, sino a nosotros mismos. Antes de trazar cualquier objetivo, cada hombre y mujer debe emprender la más esencial de las batallas: reconocer lo que son en su esencia.
Vencerse a sí mismo es el primer paso para dominar lo fundamental en la vida. Solo un espíritu sano, liberado de sus propias cadenas, podrá hallar respuestas claras. Así, tal vez, se logre devolver al mundo su belleza perdida… y al hombre, **su dignidad**."**
Crees que vale la pena luchar y arriesgarse en tan difícil tarea?
El Niño levantó la mirada y resuelto contestó, estaré en primera línea papá.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
Herencia de Guerreros
El abuelo lo acompañó hasta el portón de madera que daba al camino. El joven cargaba una mochila ligera pero un corazón lleno de ilusiones. Marchaba a la ciudad para continuar sus estudios y enfrentarse a un mundo competitivo y vertiginoso. Antes de que partiera, el abuelo puso una mano firme sobre su hombro.
—Escucha bien, hijo. Las tormentas más fuertes no vienen del cielo. Las más peligrosas están en la mente. Hay un enemigo silencioso dentro de nosotros que susurra dudas, que nos empuja al miedo, a la desesperación. Y si uno no aprende a reconocerlo, termina tomando decisiones que lo marcan para siempre.
El joven lo miró con atención. No era la primera vez que el abuelo hablaba así, pero esta vez cada palabra parecía tener un peso distinto.
—Aprender a controlarte es tan importante como cualquier título que puedas obtener. La disciplina es tu escudo. Los buenos consejos son como faros, y la preparación te hará firme cuando soplen vientos imprevistos. Porque créeme, la vida te sorprenderá, y solo si estás listo podrás mantener el rumbo.
El abuelo hizo una pausa y añadió con voz serena:
—No compitas con los demás, compite contigo mismo. Tu mayor logro será superarte cada día. No te desgastes comparándote, eso solo debilita el alma. Sé auténtico. No copies, no aparentes. La sociedad puede parecer que premia a los que fingen, pero el respeto verdadero se gana siendo uno mismo.
El joven asintió en silencio.
—Y no olvides tus raíces. Tienes sangre de gente fuerte, de guerreros que enfrentaron siglos de luchas y resistieron sin perder su dignidad. Esa es tu herencia. Lleva contigo los valores de tu familia, las costumbres de tus ancestros, y los consejos de los viejos que han vivido y aprendido. Cuídalos como oro. Serán tu brújula.
El viento soplaba con suavidad, como si también escuchara.
—Si fracasas, no te avergüences. Todos caemos. Pero no todos se levantan con más fuerza. Aprende del tropiezo, sacúdete el polvo y sigue andando. Y ten paciencia, hijo. El éxito fácil se rompe como cristal. Lo que vale de verdad, tarda. Pero una raíz profunda sostiene al árbol en la tormenta.
Finalmente, el abuelo lo abrazó con fuerza.
—Rodéate de personas que te inspiren. No veas enemigos en todos. Construye redes, aprende a colaborar. Porque al final, no se trata solo de llegar lejos, sino de hacerlo con dignidad.
El joven, conmovido, respondió con determinación:
—Gracias, abuelo. Llevaré tus palabras en el alma. No fallaré. Actuaré con dignidad.
El viejo asintió con una sonrisa sabia. No necesitaba más. Sabía que aquel muchacho estaba listo para su propia batalla, armado con lo más importante: una conciencia firme y un corazón valiente.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
Fanny y la Mariposa Encantada
Una tarde, mientras el cielo se teñía de naranja y el viento jugaba entre las hojas, Fanny se sentó sola en el jardín . Había tenido un día difícil en la escuela y, aunque era valiente, sentía un nudo en la garganta. Sus ojos buscaban respuestas en el horizonte, cuando algo maravilloso sucedió.
La mariposa de alas doradas y violetas revoloteó a su alrededor. brillaba como si llevara luz en el interior. Se posó suavemente sobre su hombro y, para sorpresa de Fanny, le habló con una voz suave y clara, como el susurro del viento entre las flores.
—Te he estado observando, Fanny. Sé que tienes preguntas en tu corazón.
La niña abrió los ojos con y prestó atención. Como si siempre hubiese sabido que algo mágico le sucedería, preguntó:
—¿Qué se necesita para triunfar en la vida?
La mariposa extendió sus alas y comenzó a girar a su alrededor como en una danza.
—Lo primero, pequeña, es que entiendas que triunfar no significa ganarle a los demás, sino convertirte en quien realmente puedes ser. Cada niña tiene dentro de sí un jardín lleno de talentos y sueños, pero hay que regarlo con esfuerzo, paciencia y fe.
—¿Y cómo se riega ese jardín? —preguntó Fanny.
—Con tus acciones —respondió la mariposa—. Aprende a creer en ti incluso cuando otros no lo hagan. Tu voz vale, tu opinión cuenta, y tu camino es único. No te compares con nadie. Las flores crecen a su ritmo, y así también lo harás tú.
Fanny sonrió tímidamente, y la mariposa siguió:
—No necesitas ser perfecta. Necesitas ser valiente. El miedo vendrá, las dudas también, pero tú puedes mirarlas de frente y seguir caminando. Cada paso que des con honestidad te acercará a la mujer fuerte que estás destinada a ser.
—Pero a veces me siento pequeña… —susurró la niña.
—Todos los grandes corazones empezaron siendo pequeños —dijo la mariposa, posándose ahora en su mano—. Escucha los buenos consejos, pero no dejes que nadie apague tu voz. Rodéate de quienes te animan, no de quienes te cortan las alas.
—¿Y si me caigo?
—Te levantas. Con la frente en alto y el alma limpia. Caerse no te quita valor. No intentarlo sí.
Luego, la mariposa se acercó a su oído como si le confiara un secreto:
—Y recuerda esto, Fanny: la belleza verdadera está en lo que haces, no en cómo te ves. Brillarás más por tu bondad, tu inteligencia, tu fuerza y tu ternura, que por cualquier adorno externo.
Fanny la miró con los ojos brillantes.
—¿Y si el mundo me dice que no puedo?
—Entonces tú diles que sí puedes. Porque vienes de mujeres que tejieron sueños en medio de tormentas, que criaron hijos, que construyeron, que resistieron. Estás hecha de fuerza antigua y esperanza nueva. Nunca lo olvides.
En ese momento, el viento se levantó suavemente, y la mariposa comenzó a elevarse.
—Te dejo mis palabras, pequeña. Cuídalas como un tesoro. Y recuerda: el triunfo no está en llegar más alto que otros, sino en llegar a ser la mejor versión de ti misma.
Fanny se quedó allí, en silencio, con el corazón encendido. Ya no se sentía sola. Sabía que tenía dentro de sí la fuerza, el valor y la luz para seguir creciendo, soñando… y triunfando.
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