🐺🐻 “Los dos animales que habitan en nosotros”
Cuento narrado por un padre a sus hijos junto al fuego
Era una noche tranquila. El fuego crepitaba en el patio trasero mientras las estrellas parecían escuchar también. Papá, con su voz pausada y los ojos encendidos de experiencia, les habló a sus hijos que ya no eran tan niños, pero aún necesitaban comprender.
—Ustedes han oído esa vieja historia que contaban los indios —empezó—. Esa que dice que dentro de cada persona hay dos osos: uno bueno, que representa la bondad, la compasión, el amor; y otro malo, lleno de odio, envidia y rabia. Y que ambos luchan constantemente.
Los chicos asintieron.
—Bueno —dijo el padre, tomando aire—, yo creo que hay algo más profundo. Más crudo. No todos tienen la misma batalla.
A los hijos les llamó la atención el tono, y escucharon con más atención.
—Hay quienes nacen con un lobo adentro. No un oso, un lobo: astuto, feroz, con el deseo de dominar, de destrozar si hace falta. Y también hay quienes parecen llevar dentro un colibrí, o una abeja, o un ciervo… seres que solo quieren crear, cuidar, imaginar, buscar respuestas, aliviar el dolor de los demás. Esos son los artistas, los inventores, los sabios, los que curan el alma y el cuerpo de otros.
—¿Y los del lobo qué hacen, papá? —preguntó el menor.
—Esperan. A veces pasan desapercibidos. Pero cuando alguien enciende la chispa, cuando se juntan varios lobos sin control, se desata la tormenta. Así han comenzado muchas guerras, muchas persecuciones, muchas catástrofes. Y no solo lo hacen con armas. Lo hacen con palabras que dividen, con mentiras que confunden, con promesas que esclavizan. Son los genios del mal, los que seducen con fuerza, pero nunca con verdad.
Los niños se miraron entre ellos, inquietos.
—Pero no todo está perdido —continuó el padre, sonriendo con serenidad—. Porque cada vez que el lobo aparece, también se despiertan las fuerzas del bien. Los que aman la vida se levantan. Se unen. Científicos, campesinos, abuelas, poetas, jóvenes, ancianos, manos anónimas… todos los que desean la paz, todos los que saben que la felicidad no se construye con gritos, sino con cuidado.
—¿Y siempre ganan? —preguntó el mayor.
—Hasta ahora, sí —respondió papá—. Aunque cuesta. Aunque hay pérdidas. Aunque el mundo se sacude. Pero siempre, después del fuego, vuelve la lluvia. Vuelven los abrazos. Vuelve el aprendizaje. Porque este proceso —dijo mirando al cielo— no es solo lucha. Es renovación. Es evolución.
Se hizo silencio por un momento. Solo hablaban los grillos y el viento entre las ramas.
—Por eso —concluyó el padre—, lo importante no es qué animal llevas dentro… sino cuál eliges alimentar. Y, sobre todo, con quién decides caminar. Porque la maldad puede ser contagiosa… pero el bien también. Y cuando se organiza, cuando se ama con inteligencia, no hay lobo que pueda vencerlo.
Los hijos no dijeron nada. Pero sus miradas se encendieron como las brasas del fuego mientras en su interior los pensamientos se ordenaban para definir una posición en esta lucha constante entre el bien y el mal.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
No hay comentarios:
Publicar un comentario