El Coro del Pueblo y la Fiesta Inolvidable
En el pueblo de las Joyas Vivientes, cantar era tan natural como respirar. En cada fiesta, la voz del mariachi, los metales de la banda y los violines de la orquesta infantil acompañaban a los habitantes, que cantaban con el alma. Pero fue Primavera, la maestra venida de China, quien un día propuso algo nuevo:
—¿Y si formamos un coro? ¿Quién se apunta?
Su voz apenas terminó de sonar cuando ya había manos levantadas por todos lados. No solo jóvenes, también los más viejitos —algunos con bastón, otros con la voz ronca de los años— querían cantar. El auditorio se llenaba cada tarde, y era una fiesta desde los ensayos.
Primavera les mostró videos de coros internacionales: voces perfectas, afinadas, coreografías impecables. Los del pueblo se miraron entre sí, sonrieron con picardía y dijeron:
—Nosotros podemos hacerlo igual… o mejor.
Y se pusieron a trabajar con entusiasmo. Lo que más asombró a la maestra fue su ingenio: los ancianos, en vez de complicarse con partituras, crearon su propio sistema de notación. Usaban rayas horizontales, verticales y marcas en cuadernos de renglones para saber cuándo era agudo, grave, o cuándo guardar silencio. Inventaron una partitura visual nacida del corazón y la necesidad.
El día en que terminaron su primera canción y escucharon la grabación, no hubo un solo ojo seco. Gritos, abrazos, carcajadas… el pueblo entero se sintió invencible. A partir de entonces, cada tarde de ensayo era un regalo para el alma.
Pero el momento más especial fue el cumpleaños de Huacatón, el indígena noble que aún guardaba prisión. Sin decir nada a las autoridades, el coro se plantó frente a los muros y comenzó a cantar. Las canciones tradicionales llegaron al interior y Huacatón, al reconocerlas, lloró en silencio.
Los guardias, conmovidos por la pureza del gesto, no solo permitieron la entrada a algunos, sino que ayudaron a organizar una pequeña fiesta dentro. Le llevaron pan de elote, su favorito, y comida hecha con amor.
Por primera vez, en ese lugar de muros grises, hubo música, sonrisas, y esperanza. Fue una fiesta que ni los reclusos ni los custodios pudieron olvidar jamás.
Y así, el coro del pueblo demostró que la música, cuando nace del corazón, puede atravesar cualquier muro.
Discurso de Huacatón: La Canción de la Hermandad
(Huacatón se pone de pie en el pequeño templete improvisado dentro del patio de la prisión. A su alrededor, guardias, reclusos, músicos, miembros del coro, todos en silencio. Tiene el rostro sereno y la voz firme, pero cargada de emoción.)
—Hermanos y hermanas…
Hoy no tengo palabras suficientes para agradecer lo que han hecho por mí. Pero lo intentaré, porque lo que ha sucedido aquí no debe quedarse en estos muros.
Hoy, han traído la vida de nuevo a este lugar. Han traído la música, la esperanza… y el recuerdo de que aún es posible un mundo mejor.
Esa canción que cantaron no fue solo una melodía. Fue un mensaje de hermandad, una voz colectiva que nos recuerda que todos —ricos y pobres, jóvenes y viejos, libres o encerrados— necesitamos de los demás para seguir adelante.
Les pido, con el corazón en la mano: no se detengan.
Lleven esa voz, esa música, esa alegría a todos los rincones del mundo. Pero háganlo con un propósito más alto. Que cada canción que compongan lleve dentro un mensaje de unión, de paz, de respeto por la vida y por la Tierra.
Hoy más que nunca, la humanidad necesita recordar que todavía hay tiempo.
Tiempo de cambiar el rumbo.
Tiempo de salvar el planeta.
Tiempo de vivir como verdaderos hermanos.
En cada verso que canten, que se escuche el deseo profundo de hacer lo correcto. Que la música sea una semilla que florezca en corazones endurecidos. Que ayude a vencer a quienes siembran división, odio o destrucción.
Ustedes, pueblo de las Joyas Vivientes, han encontrado una poderosa herramienta: el arte de compartir la vida con alegría, el don de unirse como en una orquesta o un coro, donde cada quien tiene su lugar y todos se escuchan para crear una sola melodía.
Esa es la mayor riqueza que puede tener un pueblo:
Disfrutar la compañía de otros con alegría.
Compartir lo mejor de cada uno.
Brindarse el cariño y el apoyo para resolver cualquier problema, juntos.
Sigan así.
Canten por todos los que ya no pueden cantar.
Y hagan de esta vida una canción que nunca termine.
Gracias.
(Huacatón baja la cabeza. Silencio absoluto. Luego, un aplauso que comienza tímido, pero se vuelve un rugido de amor, como si la música misma le respondiera.)
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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