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viernes, 20 de junio de 2025

La lluvia


“El pueblo de las ranas parlanchinas”


Hubo un tiempo en que la sequía azotó por años un pueblito del norte . La tierra era pura grieta, los ríos parecían cicatrices secas, y los bebederos de los animales eran polvo con forma de charco.


Una tarde, en la banca del kiosco, don Fidencio lanzó una idea con su voz aguardientosa:


—Dicen que cuando las ranas croan… llueve.


Y así fue como a alguien se le ocurrió una locura: despertar a las ranas.


Las buscaron en pozos, acequias, estanques secos. Las trajeron en canastas y, para hacerlas cantar, les daban masajitos en la espalda, les soplaban en la cara y hasta les ponían música de reguetón, a ver si reaccionaban. Nada.


Entonces vino la segunda locura: comer ranas.

—Tal vez si sienten que se están acabando, croan por sobrevivir —dijo el carnicero.

Y así fue. Algunas empezaron a croar. Y luego otras. Y luego más.


Y entonces… llovió.


Primero fueron unas gotitas tímidas. Luego, el cielo se soltó como si trajera coraje acumulado. Llovió de día. Llovió de noche. Llovió cuando todos dormían y cuando todos rezaban.


Vinieron entonces unos danzantes que, con plumas y tambores, hicieron un ritual para darle fuerza a la lluvia. Y vaya que lo hicieron. Porque no dejó de llover ni un segundo más.


El río creció. Las presas se llenaron. Los arroyos se desbordaron. Y el pueblo, que antes parecía desierto, ahora parecía una pecera gigante.


—¡San Isidro labrador, quita el agua y saca el sol! —gritaban las doñas por las calles, en procesión improvisada.


Otros se inventaban rezos desesperados:

“¡Virgencita de la sombrilla, manda sol con maravilla!”

“¡Santo Toribio de chasco , ya apágale al chubasco!”

“¡San Antoñito soleado, párale que todo está mojado!”

“¡San Juan de los cachorros , ya ciérrale a los chorros!”


Hasta el niño de doña Crispina lloraba en su triciclo:


—¡Ya, llueve muy feo! ¡Mis raspados ya son caldo!


La desesperación llegó al grado de que cosieron la boca de las ranas con hilo de estambre, otras las metieron al pozo y lo taparon con tablas y piedras. Pero el agua seguía cayendo, con o sin croar.


—¡Esta lluvia no entiende ni de costuras ni de santos! —dijo el panadero, mientras sacaba su canoa para entregar bolillos.


Al fin, tras 40 días y sus respectivas 40 noches, el sol asomó como niño travieso detrás de una nube. Los perros salieron a ladrarle al arcoíris, y los niños a chapotear en lo que alguna vez fue la calle principal.


El pueblo entero miró a su alrededor y rió:

—¡Ya somos la nueva Venecia! —dijo alguien, mientras empujaba una balsa hecha con bidones.

Que Venecia ni que mis narices, el pueblo parece una isla, si tantito más dura el aguacero, se mete hasta las casas , miren nomas Lira agua alrededor hasta donde la vista alcanza, ahor en lugar de se,Barranco vamos a tener que criar pereces, nos convertimos en pescadores con tarraja h dejamos de lado los azadones 

Y aunque el croar de las ranas desapareció, algunos ancianos siguen jurando que, si un día las vuelven a escuchar, se van a dormir con paraguas.

Inspirado en un cuento anónimo de Surgido en Jalisco 

JuanAntonio Saucedo Pimentel 


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