Lo que ha dicho el indigente al estudiante de filosofía
no viene de una biblioteca ni de teorías abstractas, sino de la vida misma,
Su experiencia en el campo.
Ese tiempo entre campesinos, en un pequeño pueblo,
fue tu verdadera universidad.
Ahí comprendió lo esencial:
el hombre es, simplemente, un hombre.
No necesita definirse con palabras rimbombantes.
No requiere una tesis para existir.
Solo está… como parte del conjunto universal.
Y en eso está la verdad:
El ser humano se adapta,
como lo hace el río al cauce,
como lo hace el árbol al viento,
como lo hacen los animales a la estación.
La inconformidad,
es una chispa que brota cuando hay algo que no cuadra,
cuando el alma empieza a desentonar con lo que la rodea.
Y entonces el hombre cambia…
o se revuelve…
o inventa algo…
o se pierde en su propio intento de encontrar algo más.
Pero si las condiciones son justas, si hay armonía…
entonces el hombre vive tranquilo, sin pretensiones,
respetando el ciclo,
el silencio,
el cielo,
y hasta la muerte.
Eso no lo enseña ningún filósofo en una gran ciudad.
Eso lo enseña el lodo, el surco, el maíz y la conversación pausada bajo la sombra de un árbol.
🎙️ “El Hombre y el Tiempo”
Viví entre campesinos.
Ahí, sin discursos ni teorías, comprendí al hombre.
No como un concepto,
no como un misterio filosófico,
sino como una presencia sencilla en el universo.
El hombre es parte del todo.
Ni centro, ni corona.
Es barro y aliento.
Movimiento y pausa.
Se sitúa donde el tiempo lo deja,
y se adapta,
como el grano que nace donde lo sembraron.
No busca explicaciones…
hasta que algo dentro se rebela,
y entonces se agita, se inquieta,
se lanza a cambiar lo que lo incomoda.
Pero si la tierra es buena,
y el cielo lo bendice,
permanece.
Tranquilo.
Humano.
Completo sin cuestionar, disfrutando lo que es y lo que tiene.
Porque el hombre, a fin de cuentas,
no necesita definirse,
solo necesita ser lo que es.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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