(Estrofa 1)
En un pueblo ya grande,
casi hecho una ciudad,
vivía un tal Cipriano,
con su piano y su verdad.
Cantaba cada mañana
con su voz desafinada,
le cantaba a la esperanza,
a la vida… y a la madrugada.
(Estrofa 2)
La gente le decía:
“Eso no deja ni un peso”,
pero él seguía cantando
con pasión y con regreso.
“No canto por la fortuna,
ni por fama ni banquete,
yo canto porque me nace
Y En el alma se me mete.”
(Estrofa 3)
Compuso un día un corrido
al alcalde tan tramposo,
que acaparaba los frijoles,
el azúcar y el arroz.
El canto fue un escándalo,
de esos que hacen retumbar,
y el alcalde bien furioso
le mandó un emisario a comprar.
(Estribillo)
Y Cipriano lo pensó…
pero tenía hambre el cantor.
Vendió su canto mordaz,
y apagó su propio ardor.
Dijo: “Ni modo, compadre,
también tengo que tragar…”
Y guardó su inspiración,
como quien va a naufragar.
(Estrofa 4)
Luego hizo otra canción
a las damas distraídas,
las que siguen a revistas
y se olvidan de la vida.
También esa fue comprada
por los reyes del anuncio,
y el silencio fue premiado
con billete y con relucio.
(Estrofa 5)
Pero un día se animó
a subir otro peldaño:
criticó al alto gobierno
y sus pactos de rebaño.
No le compraron la letra,
le mandaron citatorio,
y Cipriano vio de cerca
El presidio, después el sanatorio.
(Estrofa 6)
Ahí en la celda aprendió
lo que muchos ya sabían:
que en este mundo moderno
la verdad no se quería.
“Canta al amor, canta al viento,
di que ser libre es bendición,
pero nunca te la agarres
con quien tiene posición.”
(Estribillo final)
Y desde entonces Cipriano
se volvió compositor
de canciones complacientes,
llenas de adulación.
Pero en cajones guardaba
su más pura inspiración,
esa que nunca cantó,
por miedo… o por precaución.
(Cierre – hablado con música suave)
Dicen que murió tranquilo,
con su piano y su dolor,
y en sus cajones dormían
los versos de un soñador.
Porque a veces ser sincero
te convierte en prisionero…
pero morir sin venderse
es de valientes verdaderos. 🎶
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