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miércoles, 2 de julio de 2025

Humanidad en evolución


Discurso del maestro a sus alumnos de Humanidades: “Primero, el ser humano”


Queridos estudiantes:


Antes de hablarles de teorías, de corrientes filosóficas, de metodologías o de las estructuras del pensamiento… quiero detenerme con ustedes en algo que, a mi juicio, hemos olvidado entre tanto avance: el ser humano.


Vivimos en una era donde cada día nos despertamos con noticias sobre nuevos descubrimientos científicos, sobre avances en inteligencia artificial, en física cuántica, en neurociencias. Nos afanamos por comprender el origen del universo, por desentrañar los secretos de la energía y de la materia, como si resolver esos acertijos pudiera darnos, al fin, un sentido. Pero en ese afán, nos pasa algo grave: estamos dejando de ver al otro.


¿De qué sirve todo ese conocimiento si no somos capaces de aplicar esa ciencia y esa tecnología para proteger la vida, para respetarla, para dignificarla? ¿Cómo podemos hablar de evolución energética, si la evolución humana —en lo afectivo, en lo moral, en lo comunitario— está tan rezagada?


Les pido que miren más allá de estas aulas. En este momento, hay millones de niños en orfanatos alrededor del mundo. Millones que no conocen el amor de un abrazo, la guía de una voz serena, la seguridad de un hogar. Y no hablemos solo de los huérfanos por muerte; hay niños huérfanos de afecto, de presencia, de oportunidades, viviendo bajo un techo donde hay comida, pero no hay esperanza.


Otros millones crecen en zonas de guerra, viendo cuerpos caídos como si fueran parte del paisaje. Muchos más viven en condiciones de pobreza tan extrema que hablarles de valores o de futuro resulta un insulto. Ellos crecen con miedo, con rabia, con vacío… y con ese equipaje entran en la adultez. No por maldad, sino por abandono.


Eso, queridas y queridos estudiantes, es un desastre biológico.

Porque un cerebro infantil no está hecho para sobrevivir en la guerra, ni para vivir sin afecto. El sistema nervioso de un niño necesita cuidado, juego, ternura. Sin eso, su desarrollo se deforma, y con él, la sociedad entera.


La pregunta que yo les hago hoy es:


¿Cómo pretendemos construir una humanidad consciente, si no garantizamos siquiera una infancia digna para todos?


Si no comenzamos por ahí, todo lo demás será solo maquillaje de civilización.

Por eso, el verdadero enfoque de las humanidades no debe ser estudiar al hombre desde sus ideas, sino desde su condición. Desde su necesidad más básica: ser mirado, ser valorado, ser amado.


Si algún día queremos que la ciencia y la tecnología estén realmente al servicio del bien, primero debemos formar seres humanos sanos, con un corazón capaz de empatía y una mente entrenada para discernir. No queremos más genios que construyan armas. Queremos sabios que sanen, que escuchen, que acompañen.


Y eso empieza aquí.

En cómo ustedes miran a los demás. En cómo entienden su papel como futuros profesionales, como ciudadanos, como seres humanos.


No olviden esto:

Antes de preguntarse qué pueden descubrir, pregúntense a quién pueden cuidar.

Porque ese es, y siempre será, el principio de toda verdadera evolución.


Y hay algo más que no puedo dejar de decirles:


Vivimos en una sociedad donde hay quienes son capaces de gastar miles y miles de pesos o dólares en el cuidado de una mascota —con alimento especial, ropa, tratamientos de spa, cirugías—, pero jamás se acercan a un ser humano desvalido, jamás dedican una hora a un niño que necesita apoyo o compañía.


No estoy en contra del amor a los animales —yo mismo tengo o he tenido mascotas que me han enseñado mucho sobre la lealtad y la ternura—, pero me parece un síntoma preocupante que seamos más sensibles al dolor de un perro que al de un niño en la calle.

¿En qué momento dejamos de mirar a nuestra propia especie con compasión?


¿Será que el animal no juzga, no habla, no incomoda… y por eso lo preferimos?


Cuidar de un ser humano implica compromiso, paciencia, frustración… pero también nos transforma. Y si queremos un mundo diferente, necesitamos más personas dispuestas a sentir ese tipo de responsabilidad: la que no da likes, pero sí esperanza.


¿Quieres que lo incorporemos en el discurso completo y te lo entregue ya con este ajuste integrado? También puedo ayudarte a darle ritmo, pausas estratégicas y hasta sugerencias para la entonación si piensas narrarlo en video o en ¡Qué bueno que lo vas a incluir! Ese punto es sumamente poderoso, porque no se trata de atacar a quienes aman a los animales —que merecen también nuestro respeto y cuidado—, sino de señalar una alarmante desconexión emocional con los seres humanos, especialmente con los más vulnerables.


Puedo ayudarte a integrarlo en el discurso de forma reflexiva, sin sonar ofensivo, pero sí provocador, como un llamado fuerte a la conciencia. Aquí te dejo un fragmento que podrías añadir justo después de hablar del abandono infantil:


Y hay algo más que no puedo dejar de decirles:


Vivimos en una sociedad donde hay quienes son capaces de gastar miles y miles de pesos o dólares en el cuidado de una mascota —con alimento especial, ropa, tratamientos de spa, cirugías—, pero jamás se acercan a un ser humano desvalido, jamás dedican una hora a un niño que necesita apoyo o compañía.


No estoy en contra del amor a los animales —yo mismo tengo o he tenido mascotas que me han enseñado mucho sobre la lealtad y la ternura—, pero me parece un síntoma preocupante que seamos más sensibles al dolor de un perro que al de un niño en la calle.

¿En qué momento dejamos de mirar a nuestra propia especie con compasión?


¿Será que el animal no juzga, no habla, no incomoda… y por eso lo preferimos?


Cuidar de un ser humano implica compromiso, paciencia, frustración… pero también nos transforma. Y si queremos un mundo diferente, necesitamos más personas dispuestas a sentir ese tipo de responsabilidad: la que no da likes, pero sí esperanza.



OOOOOOOr


Discurso introductorio: “Sexualidad: más allá del instinto, el mercado y el tabú”


Queridas y queridos estudiantes:


Hoy hablaremos de un tema que muchos creen conocer… pero pocos entienden en su verdadera dimensión.

Hablaremos de la sexualidad.


Sí, esa palabra que se escucha en comerciales, se grita en canciones, se desliza en chismes, se distorsiona en redes, se vende en espectáculos, pero rara vez se estudia con seriedad, con respeto y con profundidad.


La mayoría de la gente cree que sabe qué es, porque la ha practicado o porque la ha visto. Pero si les pidiera definirla de forma integral, con conocimiento biológico, psicológico, afectivo y social… la mayoría titubearía.

Y no los culpo: vivimos en una sociedad hipersexualizada pero desinformada.

Una sociedad que explota la sexualidad como mercancía, pero que es incapaz de hablar de ella con madurez.


Así que comencemos desde el principio.


¿Qué es la sexualidad?


No es solo el acto sexual.

La sexualidad es una dimensión inherente al ser humano, presente desde antes de nacer y que lo acompaña durante toda su vida. Abarca aspectos biológicos, psicológicos, emocionales, sociales, culturales y éticos.


Implica nuestro cuerpo, sí, pero también cómo nos relacionamos, cómo nos percibimos, cómo nos vinculamos con los demás, cómo experimentamos el placer, el afecto, la intimidad y el deseo. Es un lenguaje del ser. Y como todo lenguaje, puede ser usado para amar… o para dominar.


En la especie humana, la sexualidad no se limita a la reproducción. A diferencia de la mayoría de los animales, nosotros vivimos la sexualidad con una enorme carga simbólica, emocional, cultural y relacional. No solo por lo que hacemos, sino por cómo lo sentimos, con quién lo compartimos, qué consecuencias deja.


Y aquí es donde debemos ser claros: la sexualidad mal comprendida o mal orientada puede afectar profundamente el desarrollo de una persona.

Puede marcar su autoestima, sus vínculos, su salud física y emocional. Puede abrir caminos de plenitud… o convertirse en un espacio de explotación, abuso o vacío.


El problema es que el sistema actual ha convertido la sexualidad en un producto.

Se vende con cuerpos idealizados, con mensajes simplificados, con promesas de placer inmediato y sin compromiso.

Y así, lo que debería ser una experiencia de encuentro, cuidado, ternura y responsabilidad… se reduce a una herramienta de consumo, a un entretenimiento, a una adicción.


La mercantilización de la sexualidad deshumaniza.

Nos convierte en objetos, nos aleja de la empatía, y termina vaciando de sentido lo que debería enriquecer nuestra vida.


Por eso es tan importante hablar de esto en espacios como este.

Porque mientras la escuela calle, hablará el mercado.

Y ya sabemos lo que el mercado vende: no es amor, no es respeto, no es dignidad.


Podemos continuar desarrollando esta charla con apartados como:

La sexualidad en la infancia y adolescencia

La construcción de la identidad sexual

Placer, afecto y responsabilidad

La violencia sexual y la cultura de la cosificación

Educación sexual integral como derecho humano

OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO


Has tocado el núcleo del problema con una claridad admirable. La sexualidad, cuando se desvincula del amor, del respeto y de la conciencia, pierde su esencia humana y se convierte en simple transacción, en espectáculo, en objeto de consumo. Y cuando eso ocurre —como bien dices— deja cicatrices, no solo individuales, sino colectivas, sociales, profundas.


Aquí tienes cómo podríamos continuar el discurso con ese enfoque, integrando tu reflexión de forma poderosa y coherente:


Hay algo que no podemos callar, y que debemos decir con toda la seriedad que merece:


La sexualidad sin amor, sin afecto, sin respeto por el otro, se convierte únicamente en una experiencia física vacía.


Y eso, por sí solo, ya es una pérdida.


Pero el problema es aún mayor cuando esa vivencia sin alma se convierte en un producto, en una herramienta de poder, en una fuente de manipulación y explotación.


Hoy en día, la industria de la pornografía, de la moda, de la publicidad y de muchas formas de entretenimiento ha tomado lo que debería ser una fuente de vida, de ternura y de comunión profunda, y lo ha reducido a un simple estímulo visual, a una provocación diseñada para generar consumo, ansiedad o dependencia.


¿Y cuál es el resultado de esta distorsión?

Personas que se sienten usadas.

Relaciones que no sanan, sino que hieren.

Cuerpos que se exhiben, pero corazones que se ocultan.

Jóvenes que creen que el valor se mide en likes o en sensualidad, y no en dignidad o integridad.


Esas heridas no se ven siempre a simple vista. Pero ahí están:

en la forma en que se rompen los vínculos,

en la dificultad para amar,

en la violencia sexual,

en la soledad disfrazada de placer,

en el miedo al compromiso,

en el vacío que dejan los encuentros sin sentido.


Y eso, estudiantes, es un reflejo del grado de deshumanización al que se ha llegado.


Porque cuando corrompes algo que nació para ser sagrado —no por religión, sino por humanidad—, cuando trivializas lo que debía unir a las personas en la ternura y la entrega, lo que haces es romper la posibilidad de construir una sociedad más sana, más compasiva y más consciente.


La sexualidad no es solo un derecho, ni un instinto, ni una preferencia.

Es también una responsabilidad.

Porque tiene el poder de crear vida, pero también el de marcar vidas para siempre.


Y por eso, solo cuando se vive desde el respeto, el amor y la conciencia, puede convertirse en una fuente real de felicidad y plenitud.




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