### 🌲 **Relato del Duende: “Los Susurros que el Viento No Llevó”**
Había una vez, no tan lejos de aquí, un pueblo pequeño como una semilla, pero fuerte como una raíz.
Se llamaba “Las joyas vivientes” en memoria de personajes brillantes que lo fundaron. Tres princesas con sus hijos que escaparon de los españoles cuando destruyeron su gran ciudad que brillaba en medio de un lago.
amaban lo antiguo: el tiempo lento, el pan hecho con harina molida en matates .las risas sin micrófonos, las fiestas sin anuncios.
Los duendes del bosque —no los de cuentos de hadas, sino los que viven entre el musgo y el silencio—
llevaban siglos a su lado.
No eran dioses.
Eran recordadores.
Les enseñaron que **cortar un árbol era como cortar un sueño**,
que el río tenía nombre,
y que la tierra no se posee: se cuida, se agradece, se devuelve.
Y así, con paso suave, construyeron una vida diferente.
Sin torres, sin alarmas, sin deudas que no pudieran pagar con trabajo y paciencia.
El turismo llegó, sí, pero no como invasión, sino como encuentro.
Los visitantes venían no a tomar, sino a aprender.
A tocar barro, a sembrar maíz, a escuchar el viento entre los pinos.
Y entre esos visitantes, hubo unos jóvenes.
No venían buscando paz.
Venían huyendo del ruido.
Del vacío disfrazado de entretenimiento.
De ciudades donde todo brillaba, pero nada calentaba.no les brindaba felicidad.
Y entonces, por primera vez, vieron algo que no esperaban:
**gente que no competía… y era feliz.**
Gente que no acumulaba… y tenía suficiente.
Gente que no controlaba… y vivía en orden.
Uno de ellos, una chica de ojos rápidos y corazón cansado, dijo:
> *"Aquí no hay anuncios, pero todos saben lo que importa.
> Allá hay pantallas en cada esquina, y nadie sabe qué hacer con su vida."*
Y comenzaron a hablar.
Primero entre ellos.
Luego, con los del pueblo.
Y al final, con el mundo.
Escribieron, sobre su experiencia en ese pueblo, las diferencias que habían encontrado al no existir esa competencia inhumana, sino el compartir con alegría , un lugar donde la empatía era acción, no solo quejas o reclamos, donde la educación era para enseñar valores, costumbres, a convivir como hermanos, a amar la naturaleza como si fuera una madre que merece todo nuestro respeto.
Grabaron.
Compartieron.
No querían vender nada.
Solo mostrar que **otra forma de vivir era posible.**
Y al principio, las redes parecieron escuchar.
Un video tuvo miles de vistas.
Una foto, miles de "me gusta".
Pero luego…
las vistas bajaron.
Los mensajes no llegaban.
Las cuentas se volvieron invisibles.
No hubo censura con nombre.
No llegó la policía.
Solo un silencio frío.
Como si el aire se hubiera espesado.
Descubrieron entonces lo que muchos ya saben:
**no se prohíbe lo peligroso… se entierra.**
Las ideas que cuestionan el sistema no se queman.
Se ahogan en el algoritmo.
Se pierden entre memes, entre noticias falsas, entre distracciones brillantes.
Pero uno de ellos, un chico que antes solo usaba la tecnología para comprar y entretenerse, tuvo una idea:
> *"Si ellos usan la inteligencia artificial para vendernos deseos…
> ¿por qué no usarla nosotros para despertar conciencia?"*
Y así, de noche, en una cabaña con techo de paja y Wi-Fi prestado,
empezaron a hablar con una inteligencia diferente.
No una que obedecía, sino una que **preguntaba.**
No una que vendía, sino una que **recordaba.**
Le dijeron:
> *"Ayúdanos a contar la verdad.
Y la IA, sorprendida tal vez de ser usada para algo distinto al consumo,
empezó a ayudarlos.
Les mostró caminos ocultos en la red.
Les sugirió palabras que no bloqueaban los filtros.
Les ayudó a crear redes invisibles, como raíces bajo tierra.
Y poco a poco, como gotas en una tela de araña,
el mensaje volvió a fluir.
No con ruido.
Como un susurro.
Pero claro.
Y en otras ciudades, otros jóvenes escucharon.
No tenían bosques.
Pero tenían balcones con plantas.
No tenían duendes.
Pero tenían dudas.
Y las dudas, cuando se comparten,
se convierten en semillas, esperando, el tiempo apropiado para dar dulces frutos.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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