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viernes, 1 de agosto de 2025

Sin temor

 Artemio trabajaba con su padre las tierras de ejido, ahí en ese pueblo todo era compartido, lo dulce y lo amargo ,como buenos vecinos , todos le conocían por su obstinación a aprender, no dejaba de estudiar y por las noches se conectaba por la red para seguir actualizado, ahí no había quien le impidiera preguntar.


La vida sí le dio la palabra. Y se la dio clara, firme y con raíz.


Después de estudiar lo básico, volvió a los terrenos de sus padres. Allá en la comunidad, entre veredas y cultivos, se encontró a gusto trabajando la tierra, compartiendo faena con los vecinos, ayudando a reparar cercas, a organizar las fiestas, a sembrar en común.


Fue entonces cuando llegaron los otros. Gente de traje fino, con papeles en mano y sonrisas falsas. Traían promesas de desarrollo, empleos, progreso. Pero también traían rumores.


—Dicen que construirán una presa —se empezó a escuchar—. Toda esta zona quedará bajo el agua.

—Vendan mientras puedan —aconsejaban los emisarios—. Antes de que todo pierda valor.


Empezaron a ofrecer precios ridículos por los terrenos. Cuando no aceptaban, venían amenazas. Algunos amanecían con cercas derribadas. Otros recibían visitas extrañas por la noche. A uno lo golpearon “por accidente” en la cantina. A otro lo acusaron falsamente de tala ilegal.


Y así, disfrazando el miedo de oportunidad, empezaron a despojar.


Pero no contaban con que esa comunidad tenía memoria, tenía dignidad… y tenía a Artemio.


Él fue uno de los primeros en convocar a los vecinos. No para pelear, sino para entender lo que estaba pasando. Las reuniones en la cancha techada se hicieron frecuentes. Ahí no solo se compartía información, también palabras como estas:


—Es demencial —dijo una noche Artemio, mientras los demás lo escuchaban en silencio—, creer que se puede acordar algo justo cuando se utilizan medidas coercitivas.

¿Cómo esperan que uno aguante semejantes agresiones sin prepararse a resistir?

¿En qué cabeza cabe que amenacen, compren con miedo, y encima esperen que lo agradezcamos?


Una comunidad que se ve bajo presión no se queda quieta: se organiza, se blinda, se cuida.

Porque ya sabemos que alguien nos tiene en la mira. Y no podemos vivir como si no pasara nada.

Ellos no van a ceder hasta que vean que no estamos dispuestos a ser despojados.


Esa noche no hubo aplausos. Solo un silencio fuerte, como el de la tierra antes de una tormenta.


Desde entonces, el movimiento de defensa del territorio fue creciendo. Campesinos, estudiantes, gente mayor, madres, jóvenes. Todos con algo que perder, pero también con algo más fuerte: el deseo de vivir con dignidad.


Y cuando a Artemio le pedían una canción, él cantaba bajito, con su voz de campo:


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