Un día de clase en la facultad de humanidades.
El aula estaba en silencio. No el silencio del aburrimiento.
Sino el silencio del suspenso, cuando se presiente que algo importante puede suceder.
el silencio que precede a las decisiones grandes.
El que se siente cuando la verdad entra por la ventana… y ya no cabe en el pizarrón.
El maestro, con las manos apoyadas en el escritorio, respiró hondo.
Miró a cada uno de sus alumnos —no como estudiantes, sino como **la última esperanza con nombre y apellido.**
— Escuchen bien —dijo, con voz firme, sin gritos, sin drama, solo con la gravedad de quien sabe que el tiempo se acaba—:
**Lo que viene no es un examen. Es una misión.**
Y no la puso el ministerio. La puso la Tierra.
Hizo una pausa. El reloj marcaba las 10:17.
Fuera, el sol brillaba como si nada pasara.
Pero adentro… algo estaba cambiando.
— Cada grano de arena cuenta —continuó—.
No es poesía. Es matemática.
Ustedes, como nueva generación, **enfrentan los retos más importantes en la historia del hombre.**
No guerras por tronos.
No conquistas de imperios.
**La supervivencia.**
La de ustedes. La de sus hijos. La de los ríos, los pájaros, los bosques, el aire que aún respiramos.
Y déjenme decirles algo duro: **si no hacen lo correcto… solo el silencio quedará como juez.**
Un silencio sin aplausos. Sin disculpas. Sin segundas oportunidades.
Bajó la mirada. Abrió una carpeta vieja, desgastada. Sacó un folleto amarillento, con letras desvaídas.
— Hace años, cuando yo era estudiante, llegó a mis manos, por casualidad, este papel.
Lo habían publicado científicos —no famosos, no influyentes, solo honestos— años antes de que yo naciera.
En él… **advertían.**
Con gráficos. Con fechas. Con nombres de especies que desaparecerían. Con mapas de sequías, inundaciones, colapsos.
Decían que si no se planeaba y administraba adecuadamente los recursos naturales…
si los sistemas de producción y cultivo seguían ignorando la contaminación…
si se priorizaban los intereses socio-políticos y económicos por encima de la vida…
**las consecuencias serían catastróficas.**
Volvió a mirarlos. Sus ojos no acusaban. **Convocaban.**
— Eso… ya lo estamos observando.
Pero no lo ven en los noticieros. Lo ocultan.
Lo entierran bajo pantallas que saturan con espectáculos vacíos.
Con falsas noticias. Con influencers que venden felicidad en botellas de plástico.
Con distracciones de todo tipo… para que no miren el incendio.
Escándalos políticos, divisiones, enfrentamientos, crímenes de todo tipo, se presentan como un espectáculo y mientras tanto… *el planeta se desangra.**
Y nadie toma las medidas urgentes.
Porque “urgente” no da votos.
Porque “urgente” no da réditos.
Porque “urgente”… incomoda.
Cerró el folleto. Lo dejó sobre el escritorio, como una reliquia sagrada.
Luego, con una sonrisa que no era de alegría, sino de determinación, dijo:
— Así que vamos a proponer algo radical:
**Que la educación esté enfocada a buscar esas soluciones apremiantes.**
No para memorizar fechas… sino para salvar vidas.
No para competir… sino para colaborar.
No para subir de nivel… sino para sanar el mundo.
— Lo esencial es la vida.
Y tenemos —**ustedes tienen**— una misión importantísima por delante.
Como soldados… pero sin armas de metal.
Con armas de verdad: **conciencia, creatividad, coraje, comunidad, mucho trabajo y esfuerzo.*
— Vamos a reflexionar… y actuar en consecuencia.
Empecemos ya.
¿Cómo?
— Hagan sugerencias.
— Envíen mensajes a los gobernantes —aunque no respondan, que sepan que alguien los lee.
— Formen grupos. No clubes. **Células de resistencia ecológica.**
— Comprendan. Estudien. Pregunten. Investiguen, investiguen, para que comprendan la gravedad de lo que está sucediendo.
— Y únanse. A otros. A ancianos. A campesinos. A artistas. A científicos que aún no están infectados por la desinformación y la inconsciencia.
— Se vale hacer canciones —¡que la verdad también se canta!
— Se vale repartir folletos —como este, que me cambió la vida.
— Se vale organizar exposiciones, conferencias… pero solo con verdaderos expertos.
Los que hablan con la verdad… aunque les cueste el puesto, la fama, el aplauso fácil.
—-Se vale hacer videos y subirlos a la red donde con imágenes se muestre esta realidad que se esconde tras los programas de ficción y entretenimiento.
—-Y por supuesto, se vale hacer lo correcto, reforestando, agrupándose para hacer un proyecto de reciclaje, de limpieza en ríos y lagos, en su propia comunidad, de grano en grano de sal, se llena un costal.
El aula seguía en silencio.
Pero ya no era el mismo.
Ahora era un silencio… **con latidos.**
Y entonces, el maestro, con voz casi susurrada, dijo la frase final:
> — Las sirenas no suenan afuera…
> **suenan en el alma.**
> Y las de ustedes… ya están repicando.
Nadie aplaudió.
Nadie preguntó “¿esto entra en el examen?”.
Algunos apretaron los puños.
Otros se miraron.
Una chica abrió su cuaderno… y empezó a escribir.
Un chico sacó su celular… no para jugar, sino para grabar un mensaje.
Otro levantó la mano… no para preguntar, sino para decir:
— Maestro… ¿empezamos hoy?
— Hoy —respondió él—.
**Y todos los días que hagan falta.**
**Epílogo
Esa semana, en esa escuela, nació el primer “Club de la Última Esperanza”.
Hicieron una canción que se volvió viral en el barrio.
Repartieron folletos hechos con papel reciclado.
Invitaron a un biólogo jubilado que lloró al hablarles de los ríos que ya no existen, de las millones de hectáreas de bosques que se talan cada año. De las especies de flora y fauna pérdidas para siempre.
Y escribieron una carta abierta al alcalde… que nunca respondió.
Pero la gente la leyó.
Y otros jóvenes, en otras aulas, en otros pueblos… empezaron a hacer lo mismo.
Porque cuando las sirenas suenan en el alma…
**ya no hay vuelta atrás.**
Solo hay acción.
Solo hay vida.
Solo hay futuro… si lo construyen juntos.
Nota final:
Este relato no es ficción.
Es **una posibilidad.**
Una semilla.
Un espejo.
Una llamada.
*“LA ENCUESTA DEL MAESTRO”**
*Relato de un aula que aprendió más en un ejemplo… que en mil exámenes.*
El maestro entró al salón con un aire extraño.
No era su paso habitual, tranquilo, casi musical.
Hoy caminaba como si cargara el peso de algo que no podía nombrar aún.
Con un gesto entre rabia contenida y coraje encendido, **arrojó su cartera sobre el escritorio.**
Tan fuerte, que los papeles saltaron como pájaros asustados.
Un murmullo recorrió el aula.
Una alumna, la más observadora, preguntó con cuidado:
— ¿Le pasa algo, profesor?
Él la miró. No con enojo. Con algo más profundo.
— Sí —dijo—. Sí que me pasa. Y se los voy a contar.
El silencio cayó como una cortina.
Los alumnos se acomodaron. Algunos enderezaron la espalda. Otros contuvieron la respiración.
Sabían: esto no era una clase cualquiera.
El maestro comenzó, un poco turbado, como si las palabras le costaran salir, como si cada una tuviera que romper un muro antes de ser dicha:
— Estoy muy enfadado.
Acabo de recibir una **amonestación verbal** del Ministerio.
Se enteraron… de que en mis clases estoy hablando de algo que *no está en el programa*.
— Ya se imaginarán de qué se trata —dijo, con una media sonrisa amarga.
Guardó silencio unos segundos.
Nadie se movió.
— Me advirtieron que deje de hacer ese tipo de comentarios…
porque puede traerme “consecuencias desagradables”.
Y eso, traducido, quiere decir:
**puedo quedarme sin empleo.**
Y peor aún: sin posibilidad de ser contratado como profesor en ningún otro lugar.
Hizo una pausa. Respiró.
Y entonces, con voz firme, dijo lo que nadie esperaba:
> — Pero aunque tenga que dar clases particulares…
> **seguiré diciendo lo que es importante.**
El aire en el aula cambió.
Ya no era solo silencio.
Era **expectativa. Respeto. Admiración. Miedo. Esperanza.**
— Esto que me está pasando —continuó—
no es más que una muestra de cómo se puede **alinear, amedrentar, domesticar…**
a quien intenta cambios en las estructuras de un sistema
que —y esto lo digo con toda claridad—
**ha dado pésimos resultados.**
Miró a cada uno.
— ¿Por qué?
Porque enseñamos a memorizar… pero no a pensar.
Formamos a quienes van a incorporarse al trabajo
con la idea de que sean **eficientes, obedientes, servidores…**
que se ajusten a las normas, a los planes diseñados desde la cúpula…
**sin cuestionar si eso es o no conveniente.**
Su voz se volvió más grave.
— Y eso… nos ha traído a este caos.
Donde vemos seres humanos…
esclavos de dispositivos,
del consumismo,
de las adicciones,
que no intentan escapar de ese condicionamiento…
porque **se ejecuta con precisión… en el sistema educativo.**
Bajó la mirada. Luego, la levantó con una chispa de rebeldía.
— Así que… no les extrañe que pronto ya no me vean por aquí.
Hubo un suspiro colectivo.
Algunos bajaron la cabeza. Otros apretaron los puños.
Entonces, el maestro contó algo más.
— Hoy, antes de entrar al plantel…
alguien me detuvo.
Me miró fijo y me preguntó:
*“¿Qué respondería si le ofrecieran una casa y cinco millones de pesos…
para que se fuera a un pueblo en la sierra… a dar clases?”*
Hizo una pausa teatral.
— Me sorprendió. Pero de inmediato… **capté la intención.**
No era una oferta. Era una **trampa disfrazada de posibilidad.**
Una forma elegante de decirme: *“Cállate… o te compramos. O te quitamos.”*
— ¿Saben por qué es peligrosa?
Porque si hubiera contestado **“sí, acepto”**… ya estaría atrapado.
Y si hubiera dicho **“jamás”**… podría significar el desempleo… o cosas peores.
Porque el sistema… —aquí bajó la voz, casi susurrando—
**no tiene rostro. No tiene nombre. No tiene corazón.**
Es un concepto. Un engranaje. Un diseño perfecto…
donde todo está calculado.
Incluso tu silencio… incluso tu rebelión.
Entonces… ¿qué hice?
— Sonreí. Fingí. Y dije:
*“Es algo que necesitaría pensar detenidamente.”*
Miró a sus alumnos, uno por uno.
— Y ahora… quiero que **ustedes lo piensen.**
Cada uno, en silencio. Con honestidad.
Sin miedo. Sin presión.
Imaginen que les hacen esa misma pregunta:
*¿Aceptarían una casa y cinco millones… a cambio de callar, de irse, de dejar de decir lo que importa?*
— Escríbanlo en una hoja. Sin poner nombre.
Dóblenla. Déjenla en el escritorio.
Mañana… les daré el resultado de la encuesta.
El aula quedó en silencio.
Pero no era un silencio vacío.
Era un silencio **cargado de pensamiento. De conciencia. De decisión.**
El maestro se sentó.
No dijo nada más.
Solo esperó.
Mientras sus alumnos, uno a uno, tomaban lápiz y papel…
y escribían…
**no una respuesta… sino su alma.**
## 🌱 **Epílogo **
Al día siguiente, el maestro contó los papeles.
No reveló quién escribió qué.
Pero sí dijo algo que nadie olvidó:
> — La mayoría… dijo que no aceptaría.
> Algunos dijeron que sí… y eso también es valiente, porque fueron honestos.
> Y uno… escribió : *“me gustaría tener más información “
> no sabemos quién es, pero quiero que todos le demos un aplauso, reciba mi felicitación !. Porque ?porque el escepticismo es lo que nos lleva a la verdad, no podemos contentarnos con lo que dijo un líder, un profesor, un experto, si es importante, debemos conocer la razón de lo que se afirma,en que se sostiene, cuáles son las pruebas, las evidencias que sostiene esa afirmación, un argumento, de otra manera pueden ser manipulados sin darse cuenta, y eso sucede con mucha más frecuencia de lo que imaginan.
Y luego, con una sonrisa verdadera esta vez, concluyó:
> — Esto… no es una encuesta.
> Es un espejo.
> Y lo que vimos en él…
> **nos dice que aún hay esperanza.**
Nota final:
Este relato no es ficción.
Es **una posibilidad que se repite en miles de aulas, en miles de maestros, en miles de estudiantes que aún no saben que están siendo moldeados… o que ya decidieron no dejarse moldear.**
📚 *La clase terminó… pero la lección apenas comienza.*
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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