Monólogo del Búho
(La escena es un bosque en el crepúsculo. Un búho, posado en la rama de un roble antiguo, observa a lo lejos las luces de un pueblo y reflexiona con una calma milenaria).
BÚHO:
Nosotros, los animales, vivimos en la certeza del instinto. El zorro no duda al cazar, el castor no diseña presas, las construye. Nuestra vida es un círculo perfecto: hambre y saciedad, sueño y vigilia, el hoy que se repite mañana. Es una existencia sencilla, honesta. No añoramos más de lo que el bosque nos da.
Pero ustedes, los humanos... (Su cabeza gira ligeramente, sus ojos grandes parecen captar toda la luz residual del día). Ahí reside el enigma y la maravilla.
En ustedes anida un fuego que no consumen. Un impulso incómodo y divino. No les basta con vivir; necesitan alterar la vida. Ven un tronco y piensan en una silla. Recogen arcilla y sueñan con una vasija. Escuchan el silencio y luchan por llenarlo con una melodía que solo existe en su interior.
Es un don y una condena, lo sé. Los veo agobiarse bajo el peso de sus propias invenciones, correr tras espejismos de éxito que ustedes mismos han pintado en el aire. Se rodean de ruido y luces, de artilugios que prometen conexión y, sin embargo, sembran en ellos una soledad más profunda.
Pero entonces... entonces ocurre.
En medio de esa oscuridad que ustedes mismos generan, surge la chispa. La misma que hizo que un día, alguien tallara un hueso para contar una historia o atara una cuerda a un arco para crear la primera canción. No es el impulso de tener, sino el impulso de hacer. De aportar.
Una mujer amasa el pan y en su gesto hay un cuidado que transforma el alimento en consuelo. Un hombre une dos piezas de metal y nace el tornillo, una obra de genialidad simple que sostiene su mundo. Un niño pinta un sol verde en un papel, y por un instante, el universo tiene un sol nuevo.
No se equivoquen, no es la grandiosidad lo que importa. Es el acto en sí. Ese latido creativo es su verdadera esencia, el antídoto contra el bombardeo de lo trivial y lo utilitario. Cada vez que crean algo —una idea, una solución, una obra de arte, una caricia—, están tejiendo un hilo único en la gran tela del mundo. Están diciendo: "Yo estuve aquí, y contribuí con algo que solo yo podía dar".
Así que, cuando el estruendo del mundo fabricado los abrume, recuerden el silencio del bosque. Y en ese silencio, escuchen el llamado más antiguo: el de crear. Porque en ese acto, por pequeño que sea, no huyen de su humanidad. Al contrario, regresan a lo más puro de ella. Y cooperan, como bien dicen, para que el conjunto universal... mejore.
(El búho se encoge ligeramente, fundiéndose con la sombra de la rama, habiendo dejado su reflexión flotando en la noche que se avecina).
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Este monólogo utiliza la voz del búho para enmarcar la lucha humana no como un defecto, sino como una característica única y noble, resaltando el contraste entre la simpleza animal y la compleja y necesaria creatividad humana.
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