Un sueño vivido.
Subí al Árbol de la Vida.
Sus ramas eran senderos de elección,
y cada fruto, una posibilidad.
Al principio, eran muchas,
tantas que me abrumaban .
La libertad parecía infinita,
como si el universo esperara mi decisión.
Pero conforme ascendía,
las ramas se volvían delgadas, escasas,
y entendí que el saber reduce caminos,
que la altura exige renuncias.
Una ardilla inquieta y curiosa me seguía,
Algunas veces saltaba por delante,
Para lLa era un juego mi esfuerzo por subir,
Para mi era descubrir,aprender, hacer.
Al llegar a la cúspide,
ya no quedaba opción alguna.
Solo el silencio del viento
y la certeza de que el ascenso había terminado.
Entonces el tiempo se dobló,
como un espejo que se mira a sí mismo,
y comenzó el conteo inverso:
ya no era más, sino menos;
ya no subía, descendía hacia el origen.
A mi lado corría la ardilla inquieta,
saltando entre ramas y pensamientos.
Era la acción,
el impulso que da sentido al pensamiento,
la chispa que mantiene vivo el instante.
Mientras bajaba, comprendí:
el tiempo solo tiene rostro
cuando una consciencia lo contempla.
Sin ella, todo sería un eterno presente,
sin memoria, sin espera, sin destino.
Así entendí que el tiempo y la mente
nacieron juntos,
como dos raíces entrelazadas
en el mismo árbol invisible del ser.
Y al tocar el suelo, supe:
no había subido ni bajado,
solo había despertado
en otra rama del mismo sueño.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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