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viernes, 24 de octubre de 2025

El hombre y el tiempo



⏳ El Hombre y el Tiempo


Dicen que hubo una vez un hombre tan empeñado en asegurar su futuro, que olvidó vivir su presente.

Su casa estaba llena de cosas: relojes de oro, trofeos, retratos, títulos, objetos de todo tipo…

Todo menos paz.


Cada mañana, al mirarse al espejo, repetía:

—Aún no he logrado suficiente.

Y el Tiempo, que pasaba puntualmente frente a su ventana, sonreía con paciencia.


Un día, mientras el hombre contaba sus ahorros y planeaba nuevas compras, escuchó una voz grave y serena:


—¿Sabes quién soy?


El hombre se giró, sorprendido. Frente a él estaba un anciano vestido con un manto que cambiaba de color, como si el amanecer y el atardecer se pelearan por habitarlo.


—Soy el Tiempo —dijo el visitante—. Y vengo a preguntarte: ¿qué has hecho conmigo?


El hombre titubeó.

—He trabajado duro… he acumulado bienes, asegurado mi porvenir…


El Tiempo suspiró.

—Has trabajado para poseer lo que, cuando me lleve, no podrás conservar. Tus días se te escapan contándome, pero no viviéndome.


El hombre, confundido, replicó:

—¿Y qué debía hacer entonces? ¿No es eso lo que todos buscan?


El Tiempo sonrió con una mezcla de ternura y ironía.

—Todos me buscan, pero pocos me entienden. No se trata de tener más de mí, sino de usarme mejor.

Mira tu casa: llena de recuerdos que no recuerdas, de objetos que no te hablan, de logros que no te dan paz. Has coleccionado cosas que se desvanecen, mientras ignorabas lo único que permanece.


—¿Y qué es eso? —preguntó el hombre, casi en un susurro.


—Los instantes vividos con el alma despierta —respondió el Tiempo—.

Una conversación sincera, una caricia, una risa compartida. Esas son las únicas riquezas que no me puedo llevar.


El hombre bajó la cabeza.

Por primera vez, entendió que su vida no estaba vacía por falta de cosas, sino por exceso de ellas.


El Tiempo dio media vuelta y, antes de irse, le dijo con voz casi amable:

—No temas perderme… solo teme no aprovecharme. Yo siempre paso, pero tú decides si me vives o me pierdes.


Y se desvaneció, dejando en el aire un leve eco, como el tic-tac de un reloj que no marca horas, sino oportunidades.


Desde entonces, el hombre dejó de coleccionar objetos y empezó a coleccionar momentos.

Aprendió que la vida no se mide por lo que dura, sino por lo que se siente.


Y aunque el Tiempo siguió pasando —como siempre lo hace—, por primera vez, el hombre aprendió a caminar junto a él.

JuanAntonio Saucedo Pimentel 

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