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lunes, 6 de octubre de 2025

La sensatez y la demencia

conclusión de la AI  en investigación del comportamiento humano.


La frontera entre cordura y demencia se ha vuelto difusa, porque vivimos en un mundo que premia la apariencia de éxito y castiga el silencio interior. Lo que antes se consideraba locura —cuestionar, sentir, retirarse a pensar— hoy parece una debilidad. En cambio, la violencia, la adicción, la indiferencia se han normalizado, disfrazadas de libertad o entretenimiento.


Lo explicaré como un cuento para que mejor se comprenda.

La Cordura y la Demencia


Una tarde, cuando el mundo parecía cansado de sí mismo, la Cordura y la Demencia se encontraron en la plaza de una gran ciudad.


La Cordura iba vestida con ropas grises, ordenadas, y llevaba un reloj que marcaba cada minuto con precisión.

La Demencia, en cambio, vestía con colores desiguales, y reía sin motivo aparente.


—No deberías andar suelta —dijo la Cordura—. La gente teme lo que no entiende.

—Y tú —respondió la Demencia—, deberías descansar un poco. Llevas siglos intentando mantener un orden que ya nadie respeta.


Caminaban entre los hombres y mujeres que pasaban apurados, con los ojos fijos en pantallas, los oídos llenos de ruido, los corazones vacíos.


—Míralos —dijo la Demencia—, dicen que me temen, pero viven conmigo.

—No es cierto —replicó la Cordura—, aún conservan juicio.

—¿Juicio? —rió la Demencia—. Se destruyen por ambición, se mienten por costumbre, se envenenan por placer… y me llaman loca a mí.


La Cordura guardó silencio. Miró alrededor: los rostros cansados, las miradas ausentes, las prisas sin rumbo.

—Tienes razón —susurró—. He tratado de mantenerlos cuerdos, pero ya no escuchan. Quieren escapar de sí mismos.

—Por eso me invocan —dijo la Demencia con dulzura—. Me buscan en las drogas, en la violencia, en los extremos. No quieren pensar, solo olvidar.


—¿Y tú los ayudas? —preguntó la Cordura.

—No —respondió la Demencia—. Solo les muestro lo que ya son. Soy su espejo, no su castigo.


La Cordura suspiró, mirando al cielo contaminado.

—¿Crees que aún haya esperanza?

La Demencia sonrió con ternura.

—Siempre la hay. Cuando tocan fondo, me sueltan y te llaman. Pero recuerda: solo vuelven a ti si alguna vez te conocieron.


Y así, juntas, caminaron entre la multitud, invisibles para casi todos.

Un niño las vio pasar y preguntó a su madre quiénes eran.

—Nadie, hijo —respondió ella sin mirar.


Pero el niño, curioso, se acercó al borde de la fuente donde se reflejaban ambas figuras, y dijo en voz baja:


“Si algún día me vuelvo loco, que sea de tanto amor por la vida.”


La Cordura lo bendijo en silencio.

La Demencia rió con lágrimas en los ojos.


Y el viento se llevó sus pasos, dejando solo el murmullo de una verdad que pocos querían oír:


“El mundo no enloqueció de repente; se fue volviendo loco poco a poco, cada vez que olvidó sentir en amplio significado de esta palabra que engloba lo más profundo del ser humano.



Este cuento retrata esa delgada línea entre la razón y la pérdida de sentido, y cómo la sociedad moderna alimenta la confusión. Es, al mismo tiempo, una advertencia y un llamado a la empatía, a recuperar la salud interior como un acto de resistencia.


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