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jueves, 17 de abril de 2025

Los actores

El Demente


—Muchos opinan que los humanos no existen —dijo el demente, acomodándose en su asiento frente al psiquiatra—. Que lo que aparentamos ser es solo una ilusión… o peor aún: una amenaza para el planeta.


Hizo una pausa larga, como si buscara la reacción de su interlocutor.


—Tal vez tengan razón —continuó—. Pero de algo estoy seguro: somos la especie más sorprendente que existe en el mundo. Siempre activos. Siempre explorando. Siempre intentando… ser algo más.


Sonrió, aunque su mirada parecía perdida en algún rincón de la mente donde el tiempo se curva.


—Inventamos las cosas más increíbles. Destruimos… y luego construimos. Modificamos todo lo que tocamos, incluso lo que no entendemos. Vivimos en un tiempo que no se detiene, sobre un escenario dispuesto para nuestra actuación.


Cerró los ojos por un momento, como quien evoca un escenario lleno de luces y murmullos.


—Y vaya que lo hacemos. Representamos grandiosas obras. Algunas trágicas, otras románticas, muchas violentas, cómicas, incomprensibles. Pero nunca aburridas. Jamás inertes.


Abrió los brazos, como si abarcara el mundo entero.


—Eso, doctor, es lo que nos hace diferentes. Lo que da al mundo un sello especial. Cualquiera que nos observe desde afuera, si es que hay alguien allá afuera, no podrá decir que somos simples. No. Dirá que somos un caleidoscopio espectacular, un estallido de colores, formas y decisiones… donde cualquier cosa puede suceder sin previo aviso.


Y entonces, bajó la voz, casi en un susurro:


—Incluso podemos autodestruirnos. Y eso, eso nos hace únicos. Una especie capaz de crear poesía… y al mismo tiempo diseñar su propia extinción.


Guardó silencio. Luego levantó la vista, más sereno que nunca.


—¿Es bueno? ¿Es malo? No lo sé. Tengo esperanza. De verdad la tengo. Solo deseo que el final, si llega, sea digno. No un fiasco del proceso evolutivo. No una historia triste que nadie pueda contar… ni recordar.


El psiquiatra dejó de tomar notas. No dijo nada. Solo observó al demente que, quizás, era el único cuerdo en toda la sala.


JuanAntonio Saucedo Pimentel 

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