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viernes, 9 de mayo de 2025

Caminos diferentes

**"La selva de asfalto"**  

El joven campesino

Al adentrarse en la selva de asfalto, sintió por primera vez cómo la multitud lo aislaba. Observó el bosque de edificios: gigantes con cientos de ojos que no miran, testigos mudos de lo que ocurre a sus pies. Bajo ellos, seres con apariencia humana transitaban de un lado a otro, como hormigas obsesionadas con su propio juego.  


Lo asaltó el asombro ante los escaparates repletos de objetos innecesarios, ante las tiendas que exigían ser vistas. Las personas seguían los dictados de la propaganda, consumiendo sin reparar en la esencia de lo adquirido. Todo se acumulaba sin control, convirtiéndose en desperdicio o en carga; una posesión que, paradójicamente, robaba libertad. El cerebro se confundía ante ese inventario interminable, ese flujo que nunca se detenía.  


El visitante del pueblo apenas podía respirar. El aire olía a químicos, a aromas mezclados sin fórmula ni sentido. Bacterias y virus proliferaban en su curso indefinido, pero a nadie parecía importarle. Era lo cotidiano, lo normal en una ciudad que no duerme, que no descansa. Una ciudad que buscaba sin encontrar, deseaba sin saber, vivía por impulso y escapaba —a veces— en sus propias adicciones.  


**"La gran mentira del progreso"**  


Llegué a la ciudad creyendo en sus promesas.  


Me dijeron que aquí estaba la libertad, pero no me contaron de sus cadenas invisibles:  

- **El crédito** que te ata a deudas como grilletes de papel.  

- **La educación** que no te enseña a pensar, sino a obedecer.  

- **El trabajo** que te cambia el tiempo por promesas, llamándolo "éxito".  


Todo aquí es un teatro. Un juego donde las reglas las escribieron otros, y a nosotros solo nos queda fingir que jugamos por voluntad propia.  


**Las emociones son su mercancía favorita.**  

Venden ropa con la promesa de pertenencia,  la marca dicta la diferencia

cafés caros con el cuento de la felicidad,  

y hasta el amor lo envían en apps que miden corazones como si fueran calificación 


Lo peor es que todos lo sabemos, pero seguimos actuando. Como si firmáramos un pacto en silencio:  

*"Sé que esto es una farsa, pero haré como que no lo veo."*  


Porque el miedo es más fuerte:  

- Miedo a quedarse atrás.  

- Miedo a decir "basta".  

- Miedo a admitir que tras tanto correr, la meta nunca fue nuestra.  


**Y así, el sistema sigue girando.**  

Con nuestras propias manos alimentamos la máquina que nos devora.  


Pero una noche, entre luces de neón y el zumbido de neveras vacías, algo se rompió en mí.  


Recordé las palabras de mi abuelo: *"Cuando el río suena, es porque piedras lleva... o porque alguien lo escucha."*  


Y supe entonces que mi lugar nunca estuvo aquí.  


Al regresar a su tierra, suspiró aliviado.  


En el pueblo, el tiempo no se vende en pantallas. Se respira.  

Las casas no apilan desconocidos como fardos de ropa usada;  

sus puertas abiertas huelen a leña y a conversación,  

no a comida rápida y Wi-Fi gratis.  


La ciudad te vende humo:  

—*"Aquí está el progreso"* (dicen los anuncios de luces enfermas),  

pero el "éxito" es una jaula con forma de departamento,  

un salario que se esfuma en el incremento de precios 

y en zapatos que sangran los pies  de las jóvenes pero impresionan en el ascensor.  


¿Libertad? 

En el pueblo, caminas sin que el miedo te revise los bolsillos.  

En la ciudad, hasta el aire tiene dueño:  

Inhalas smog, escupes estrés,  

y pagas por un balcón desde donde ver… más ciudad.  


Lo absurdo es creer que sobrevivir entre cemento es "vivir mejor".  

Que acumular deudas y likes es "triunfar".  

Que el silencio es aburrido  

y el ruido… "emocionante".  

Los empujones en el trasporte un entrenamiento.


El pueblo no necesita rascacielos para tocar el cielo:  

le basta el vuelo de un pájaro,  

el nombre de los árboles,  

la memoria de los abuelos.  


La ciudad te ofrece todo (y nada te pertenece).  

El pueblo te recuerda que lo esencial no se compra.  


Compartió sus pensamientos con su abuelo y él lo escuchó tranquilamente, cuando hizo silencio le miró con ternura y dijo:


---  


### **¿Y si estamos equivocados?**  


Vemos el mundo cada uno a nuestro modo. La interpretación es personal, íntima, y de ahí surgen tantos conflictos. Los intentos por estandarizar verdades han fracasado; seguimos caminos distintos, explorando opciones dispares. Investigamos, inventamos respuestas que nos convienen, aunque no puedan demostrarse. Nos aferramos a creencias porque necesitamos una base, un marco de referencia.  


Pero ¿acaso eso tiene sentido? La historia ha demostrado que nuestros errores nos han llevado a resultados nefastos: destrucción, muerte, un dolor que se graba en el espíritu y deja una huella imborrable. Esa marca nos delata como una especie peligrosa, capaz de lo peor.  


Sin embargo, también somos luchadores incansables, creadores de obras magníficas. Actores inigualables en el gran teatro del mundo, con escenarios cambiantes e impredecibles. Cuando los fenómenos naturales nos obligan a improvisar para sobrevivir, surge algo inesperado: un destello de solidaridad, ese empeño colectivo que nos salva. En los momentos más oscuros, aparece una chispa de amor que nos une, ilumina el camino y nos da fuerzas para seguir buscando.  


La contradicción, la ambigüedad, la incertidumbre... las sorteamos con terquedad, decididos a triunfar. Los retos son cotidianos; el misterio nos acecha en cada esquina. Pero no nos asusta. Desde el principio de los tiempos, hemos luchado en esta competencia existencial. Y hasta ahora, hemos vencido.  


Si estamos equivocados, lo sabremos al final.  


El joven un tanto sorprendido preguntó:


Entonces esta bien lo que hacemos? No importa que se esté destruyendo la naturaleza? No comprendo.

El abuelo prosiguió, 



### **¿Y si estamos equivocados?**  no es lo importante si sabemos dar la respuesta correcta, eso lo veremos al final. 

Es verdad , El mundo se fractura en mil miradas. Cada uno lo interpreta a su manera, y así germinan los conflictos.  También nuevos proyectos. Hemos intentado imponer verdades únicas —religiones, ideologías, leyes—, pero la estandarización siempre fracasa. Seguimos caminos distintos: unos buscan respuestas en la ciencia, otros en la fe; algunos en el poder, otros en el arte. Inventamos certezas como refugio, aunque no puedan demostrarse.  Lo intentamos nuevamente.


**Y sin embargo, la historia nos juzga.**  

Nuestros errores acumulados son cicatrices en la tierra: las guerras santas que incendiaron bibliotecas, las bombas lanzadas en nombre de la paz, los bosques talados por progreso. Somos la especie que escribió *"amarás al prójimo"* en el mismo pergamino donde planeó exterminios. ¿Cómo explicar que, en Auschwitz, alguien tocara el violín entre las cenizas? ¿O que Hiroshima renaciera con jardines de cerezos?  


**Pero también somos esto:**  

Cervantes escribiendo el Quijote mientras estaba prisionero. entre batallas. Beethoven componiendo la *Novena Sinfonía* ya sordo. Madres que amamantan entre escombros. La misma mano que empuña un arma, talla la *Piedad* de Miguel Ángel. En los campos de refugiados, surgen escuelas. Tras los huracanes, vecinos comparten pan.  La música y los cantos surgen entre el dolor y la destrucción.


El misterio nos rodea. Los terremotos derrumban ciudades, y nosotros —frágiles, temblorosos— levantamos hospitales con las ruinas. La pandemia nos aisló, pero inventamos vacunas en tiempo récord. **¿No es acaso esto un acto de magia?**  


Si el universo es un caos, nosotros somos sus narradores obstinados. Tejemos significado donde quizá no lo haya. Creamos belleza frente al abismo.  


Al final, quizá la respuesta no importe. Importa que, mientras dure la función, seguimos bailando en el filo de la navaja. La fiesta empieza donde menos lo imaginas, en medio de la tragedia alguien canta, la guerra no frena el amor , solo lo confirma en actos que causan asombro. 

Tu decides cómo responder a las preguntas, cuál es tu sendero, cual tú  lugar. Lloras, te quejas o cantas, ríes y sigues optimista intentando algo diferente. Nadie lo hará como tú lo haces.

JuanAntonio Saucedo Pimentel 


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