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jueves, 8 de mayo de 2025

El deseo en pausa

Retomando el relato de Fanny y la mariposa que le concedió un deseo, me pregunto tu qué desearías si encontrarás una mariposa mágica y te lo concediera.

Fanny y el deseo guardado


Cada tarde, cuando el sol comenzaba a dorar las copas de los árboles, Fanny se sentaba en el tronco caído junto al estanque. Allí, entre los reflejos del agua y el canto de los grillos, la mariposa de alas tornasoladas llegaba, flotando como si el tiempo no le pesara.


—¿Hoy sí vas a pedirme tu deseo? —preguntaba siempre la mariposa, posándose en su hombro como una vieja amiga.


Fanny sonreía con dulzura, mirando al horizonte.


—No —decía—. Hoy no.


La mariposa agitaba sus alas en un leve suspiro de colores, pero no insistía. Sabía que la niña guardaba algo dentro. Hasta que una tarde, al notar la mirada curiosa de su compañera, Fanny habló:


—¿Sabes por qué no pido mi deseo?


La mariposa se quedó quieta, como si el viento mismo quisiera oír la respuesta.


—Porque si lo pido… tú podrías irte. Y entonces se acabarían tus historias, tus visitas. Ya no esperaría con ilusión la tarde, ni sentiría que tengo algo sagrado entre manos. Tener un deseo pendiente es como llevar un farol encendido en el alma. Me recuerda que hay magia en este mundo… y que no todo debe cumplirse de inmediato para ser valioso.


La mariposa brilló intensamente, como si sus alas entendieran mejor que nunca. Y con un tono suave, casi reverente, respondió:


—Entonces, Fanny, mientras no lo pidas… seguiré viniendo. Porque tú ya has comprendido lo que otros nunca llegan a ver: que a veces el mayor regalo no es cumplir el deseo… sino saber cuándo guardarlo.


JuanAntonio Saucedo Pimentel 


Una historia y un deseo dque lleva el aroma del bosque y la sabiduría de quienes observan la vida en silencio:


La historia del árbol que quiso caminar


Una vez —empezó la mariposa, acomodándose en la rama junto a Fanny— existió un árbol joven en lo alto de una colina. Desde su semilla había escuchado historias de vientos viajeros, de aves que cruzaban mares y nubes que cambiaban de forma cada hora. Y él, plantado siempre en el mismo sitio, soñaba con moverse, con ver el mundo.


—¿Por qué tengo que quedarme aquí, clavado a la tierra? —se quejaba cada mañana—. ¡Quiero correr, conocer otros valles, hablar con otros árboles!


Los demás árboles sonreían con ternura.


—Tú no estás quieto por castigo —le decían—. Estás echando raíces.


Pero él no lo comprendía. Así que un día, deseó con toda su savia poder caminar. Y el viento, que había escuchado su lamento tantas veces, le concedió el deseo.


Esa noche, el árbol arrancó sus raíces y comenzó a andar. Atravesó ríos, montañas, desiertos. Vio cosas que nunca imaginó: danzas de fuegos, tormentas que cantaban, animales que lo miraban con asombro. Las cosas que veía las interpretaba según su pensamiento vegetal , Por un tiempo fue feliz.


Pero pronto empezó a sentirse vacío. Sin raíces, no podía beber del suelo. Las hojas se le secaban. Y aunque caminaba, ya no florecía. Extrañaba el canto del búho que lo visitaba cada noche, el murmullo de las ardillas subiendo y bajando por su tronco y que acariciaban su base. Extrañaba el nido que una vez albergó.


Un día, en medio de una llanura, cayó. Y justo cuando creía que todo acabaría, una pequeña semilla cayó sobre él. Una semilla llevada por el viento.


—Aquí, donde te detuviste, puedes comenzar algo nuevo —susurró el viento


La semilla germinó. El árbol no volvió a moverse, pero tampoco se sintió preso. Aprendió que no siempre es necesario ir lejos para encontrar la plenitud, y que el viaje más profundo es el que hacemos hacia dentro de nosotros mismos.


Fanny escuchó en silencio, con los ojos brillando.


—¿Sabes? —dijo bajito—. A veces también he querido salir corriendo. Pero ahora creo que debo aprender a echar raíces.


La mariposa voló en círculos sobre su cabeza, y con una risa suave, dijo:


—Esa es la verdadera sabiduría. No todos los que se mueven viven, ni todos los que se quedan se estancan. Lo esencial está en saber cuándo y para que  hacerlo.

JuanAntonio Saucedo Pimentel 





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