Una pregunta sobre el futuro.
El aula estaba en silencio. Todos habían entregado ya su examen final. El maestro acomodaba los papeles en su escritorio mientras algunos alumnos salían con pasos apresurados, ansiosos por olvidar las preguntas que habían llenado con fórmulas y conceptos.
Pero uno se quedó.
Era Darío, un joven de mirada curiosa, el tipo de alumno que escucha más allá de las palabras. Se acercó despacio al escritorio, con el examen en la mano. No parecía preocupado por la calificación.
—Maestro… ¿puedo hacerle una pregunta? —dijo con voz seria.
—Claro, Darío. ¿Tiene que ver con el examen?
Si y no, porque se supone que nos estamos preparando para el futuro, lo que aprendemos son las herramientas que nos ayudarán a incorporarnos a los diferentes campos de trabajo ,pero
—… es algo que me quedó rondando después de ver una película anoche. Era sobre una guerra entre humanos y robots controlados por inteligencia artificial. Muy impactante, pero me dejó una duda más grande que cualquier ecuación.
El maestro lo miró con atención, dejando de lado los papeles.
—Te escucho.
—¿Usted cree que la ciencia y la tecnología realmente pueden abrirnos las puertas a un mundo mejor? Porque a veces parece todo lo contrario. En la película, lo que se suponía iba a ser progreso terminó siendo una amenaza. Y no es la única historia así. En muchas otras, los avances se convierten en armas… ¿No estaremos cavando nuestra propia tumba disfrazada de modernidad?
El maestro respiró hondo, como quien se prepara a sembrar una semilla con cuidado. Señaló una de las sillas vacías.
—Siéntate un momento, Darío. Esa es una de esas preguntas que valen más que cualquier examen.
El muchacho obedeció. El silencio del aula se volvió cómplice del momento.
—La ciencia y la tecnología son herramientas. Como un cuchillo: puede cortar pan para compartir, o herir a alguien. ¿Qué las hace buenas o malas? —preguntó el maestro.
—Supongo que… quien las usa, y para qué.
—Exacto —asintió el maestro—. El problema no está en la inteligencia artificial, ni en los robots. El verdadero peligro es la falta de cordura en quienes deciden su uso. La violencia no nace en las máquinas. Nace en el corazón humano, cuando se olvida del respeto, de la empatía, de la vida.
—Entonces… ¿usted cree que el futuro aún puede ser distinto?
—Sí. Pero no por arte de magia. Será distinto solo si cambiamos nosotros. Si dejamos de glorificar la violencia en las películas, en los videojuegos, en la política… y empezamos a educar para la paz, la colaboración, la justicia. Si seguimos alimentando el miedo y la competencia, ni el mejor robot nos va a salvar. Al contrario… terminaremos peleando contra nuestro propio reflejo.
Darío guardó silencio, como quien intenta ordenar dentro de sí algo que apenas empieza a comprender.
—Gracias, maestro. Esa respuesta… no estaba en el examen. Pero creo que es la más importante que me llevo hoy.
El maestro sonrió.
—Y tal vez sea la única que te servirá toda la vida. No dejes de hacer esas preguntas, Darío. Son las que mantienen viva la esperanza de que un día no necesitemos héroes para arreglar lo que pudimos evitar con sensatez.
Darío se levantó y se dirigió a la puerta. Antes de salir, se volvió:
—¿Y si no cambiamos a tiempo?
El maestro lo miró con seriedad.
—Entonces, la historia no terminará con robots que nos destruyan… sino con humanos que no supieron cómo salvarse de sí mismos.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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