Entrada destacada

El Gran Libro

El Libro Cuando nació la idea de escribir fue como la tormenta que de pronto aparece en el horizonte anunciando con relámpagos y truenos...

miércoles, 18 de junio de 2025

El indio es libre


Huacatón ya es libre.

Después de la publicidad que tuvo la audición que el coro preparó para su cumpleaños, las autoridades revisaron su caso y recomendaron su inmediata liberación. Tal vez imaginaron que esa comunidad  podría convertir en un aliado de aquellos en la sierra que creen que solo un movimiento armado puede cambiar las cosas.


El Indio pasó a despedirse de su gente. Se fue a lo profundo del monte, seguramente con la intención de convencer a esos hombres de que la violencia nunca es el camino adecuado. Él cree que hay que buscar el modo correcto de entrar por la puerta grande, hacer los cambios con el apoyo del pueblo, que vendrá a ser el futuro mejor.


El Indio no es hombre de violencia, sino un pensador. Quizás les contagie un poco de su tendencia a buscar fórmulas para la paz, no solo en nuestra región, sino en todo el mundo.


Por lo pronto, se hizo la fiesta para celebrar su liberación. Ya saben, ahora que hay coro y orquesta, las fiestas se hacen con cualquier pretexto… y este sí que era uno bueno, dijeron los del consejo. De inmediato se alistaron las ollas para los tamales, el atole, se adornó el salón de eventos y se extendió la invitación a los visitantes que estaban alojados en las cabañas. Muy contentos aceptaron, y quedaron asombrados por la cooperación de la comunidad para organizar un evento tan bien hecho, donde se cantó y se bailó hasta el amanecer.


Seguramente el Indio se fue muy emocionado, y nosotros, los del pueblo, quedamos tranquilos al verlo partir de nuevo por esos caminos que también conoce. Porque ese Indio está acostumbrado a caminar —hasta de once horas— por veredas que desde niño recorría con su abuelo, cuando aún la cacería era algo permitido, especialmente para encontrar un buen puerco salvaje en los días de festejo.


Ahora eso ya está prohibido. La gente sabe que hay que respetar la flora y la fauna, que se han convertido en elementos importantes para el turismo que visita nuestra región.


Nos divertimos mucho en esta fiesta en honor a la libertad. Deseamos que algún día todos en la Tierra puedan tenerla, que no existan más la violencia, los delitos ni las injustas razones que le arrebatan a alguien esa parte fundamental de la vida.


Que al decir “libertad” le demos su verdadero significado humano: el de encontrar los senderos que nos lleven a ser más felices. Así lo expresó el Indio al despedirse.


Brindamos con un buen jarro de atole y

Poco faltó para que convencieran a la maestra Primavera de que se fuera con ellos a organizar otra orquesta y otro coro. Pero uno de sus alumnos más aventajados, Nicanor —el nieto de don Melquiades, el que narraba las historias del pueblo a los visitantes—, se adelantó y dijo que él iría en su lugar. Prometió regresar en un año con una gran sorpresa: un concierto con flautas, tambores y guitarras.


Al despedirse, miró directo a los ojos de Flor de Primavera. Le tomó las manos con firmeza y le dijo:

—No te vayas a comprometer con nadie. Diles a tus padres que los míos se comunicarán para a pedir tu mano, porque cuando regrese con esa nueva orquesta, si tú me aceptas… nos casaremos.


Fue entonces que nos enteramos de ese amor que había florecido en silencio, entre los ensayos del coro y las visitas a caballo por los bosques. Una grata sorpresa para todos, que nos llenó de alegría y esperanza cuando vimos que ella lo besó apasionadamente.


Y no tanto por la fiesta que imaginamos, sino porque eso nos asegura que seguirán naciendo niños con ojos orientales en la comunidad. Nos estamos haciendo un pueblo muy internacional. Los nietos de Sharakova, la rusa, ya dejan pasmados a los visitantes que nunca imaginaron encontrar indios rubios y con ojos tan azules por estos rumbos. ¡Ahora imaginen cuando vean otros con los ojos rasgados!


La gente ríe y hace bromas mientras Primavera sueña con ese día.


JuanAntonio Saucedo Pimentel 




Te imaginas lo que es ver bajar de la sierra a esa gente humilde, con instrumentos musicales en lugar de armas y verlos felices llegar con el entusiasmo de mostrar lo que han aprendido, Nicanor, abrazando a Primavera, el pueblo preparando el festejo, regalando prendas de vestir a los que ahora son sus invitados, el pueblo entero convertido en un sitio donde se alojaron aquellos paisanls que durante mucho tiempo habían estado en las montañas valiéndose por sí mismos para subsistir en condiciones difíciles , algo digno de admirar, ahora era recibidos como hermanos, se les atendió con esmero, se les dejó descansar esa noche después de una buena y alegre cena con platillos típicos, y se prepararon al día siguiente ,que era fin de semana para el gran concierto en que loas dos orquestas y coros darían un concierto que todos esperaban porque no solo escucharían algo especial, sino porque también se anunciaría de manera oficial el compromiso de Nicanor y Flor, la primavera oriental que ya era parte de esa comunidad y que había invitado a familiares para que fueran testigos de algo que a ella en particular le llenaba de satisfacción, porque lo que ese día sucedía era recoger los frutos de una semilla que sembró con el corazón entre esa gente con quien pronto sería también su familia.

Sus padres y los de Nicanor junto con los del consejo en la mesa de honor escucharon el concierto que fue fabuloso, sobre todo por los sorprendentes arreglos para el grupo venido de la sierra que con sus flautas y tambores,hicieron vibrar de emoción al auditorio, los aplausos y gritos fueron muestra de la admiración, después se hizo el silencio cundo los padres de Nicanor y de Flor de Primavera se reunieron en el centro del auditorio e hicieron el protocolo para pedir la mano de la novia, fue algo que todo el pueblo sintió como si fueran una sola familia. La fiesta inició en cuanto se aceptó la unión de esos jóvenes qué eran un ejemplo de cómo no importa de qué cultura vienes, cuando el amor se presenta no hay diferencias, ni fronteras, solo los sentimientos cuentan. 



La fiesta comenzó con una lluvia de pétalos de flores lanzados por los niños del pueblo. Los tambores marcaron el paso de la alegría, mientras los músicos de ambas orquestas tocaban una melodía especialmente compuesta por Nicanor para ese momento: una mezcla de sonidos de la sierra con instrumentos de cuerda, viento y percusión. Se sentía la fuerza de los cerros y la dulzura de los valles, el eco del pasado y el latido del futuro.


Las mujeres del pueblo habían preparado platillos típicos con esmero: mole rojo y verde, tamales de elote, tortillas recién salidas del comal, barbacoa de horno de tierra, aguas frescas de frutas de temporada, y, por supuesto, el tradicional atole de pinole que Flor tanto había aprendido a disfrutar desde que llegó. Todo se servía en platos de barro, decorados con servilletas bordadas por las abuelas, quienes esa noche no solo cocinaban, sino también contaban historias a los más pequeños.


Los jóvenes de ambas comunidades bailaron al ritmo de sones y huapangos, pero también se aventuraron a danzas modernas, combinando el folclor con lo nuevo. No había distancias culturales, sino alegría compartida. En un rincón, se había montado una exposición con fotos de los ensayos, de la vida en la sierra, de la escuela de Las Joyas, y de los niños aprendiendo música, lenguaje y derechos. Era el testimonio visual del cambio.


Flor de Primavera lucía un vestido blanco bordado a mano por las mujeres mayores de la comunidad, con detalles en azul celeste como los ojos de los nietos de Sharakova, como un guiño de que el mestizaje ya era parte de la historia del pueblo. Llevaba el cabello suelto, adornado con pequeñas flores de campo. Nicanor vestía un traje sencillo pero elegante, con una camisa tejida por su abuelo Melquiades y una faja tradicional de colores vivos.


La pareja bailó el primer son entre aplausos y gritos de júbilo. Luego, todos se unieron al baile, como si la vida entera hubiera estado esperando ese día para reconciliarse con la esperanza. No hubo discursos largos ni protocolos rígidos, solo palabras sinceras de agradecimiento y un brindis con mezcal que quemaba pero también acariciaba el alma.


Durante la noche, algunos ancianos se animaron a contar leyendas antiguas y recordar los tiempos difíciles, no con tristeza, sino con la sabiduría de quien ha visto cómo la voluntad puede cambiar el destino. El Indio Huacatón, sentado en una banca bajo el árbol central de la plaza, sonreía en silencio, sabiendo que su consejo y su fe en los jóvenes había sido bien sembrada.


Y antes de que amaneciera, justo cuando el cielo comenzaba a teñirse de rosa, los músicos tocaron una última melodía, suave, serena, que hizo llorar a más de uno. Fue una canción sin letra, pero que hablaba de todo: del dolor que fue, de la unión que es, y del amor que será.



No hay comentarios:

Publicar un comentario