Huacatón y el experimento de las buenas noticias
Huacatón, el indio científico, llevaba tiempo observando cómo las ciudades parecían hervideros de violencia, ansiedad y enfrentamientos. Un día, mientras observaba cómo en los pueblos la gente vivía serena entre el trinar de los pájaros y el susurro del viento en la milpa, pensó:
—Allá no hay radio, ni noticias alarmantes, ni guerras mediáticas… solo el canto de la naturaleza. ¿Y si probamos algo similar en las ciudades?
Convocó entonces a los representantes de todas las agencias de noticias. Con sabiduría y respeto les explicó su propuesta:
—Durante un mes, transmitan únicamente buenas noticias. Historias de solidaridad, descubrimientos positivos, actos de bondad. Eviten el miedo, el escándalo y el morbo. Observemos qué sucede.
Aunque escépticos, aceptaron. Durante semanas, las radios de las ciudades vibraron con relatos de niños que ayudaban a sus vecinos, científicos descubriendo medicinas, jóvenes plantando árboles, pueblos reconciliados.
El resultado fue asombroso: los índices de violencia cayeron, las peleas callejeras disminuyeron, las familias sonreían más, y hasta los autos tocaban menos el claxon.
—¡Maravilloso! —decían los sociólogos—. ¡Al fin hemos encontrado un camino hacia la armonía urbana!
Pero como suele ocurrir, la alegría duró poco.
Algunos altos ejecutivos de grandes medios, junto a ciertos intereses oscuros, comenzaron a preocuparse. Las cifras de audiencia de los programas sensacionalistas caían; la gente ya no necesitaba consumir tanto, ni se dejaba manipular con miedo. Se hablaba menos de crisis, más de comunidad.
Así que un día, Huacatón fue arrestado. Lo acusaron de “alterar el orden social” e “incitar conductas fuera de lo normal”. Le ofrecieron dos opciones: cien mil dólares de multa o tres años de cárcel.
—No tengo dinero, pero tengo ideas —respondió.
Desde su celda, Huacatón sigue investigando. No ha perdido la fe. Como él dice:
—La verdad es como el atole caliente de los pueblos: siempre reconforta, aunque algunos no la quieran servir.
Y aunque las cadenas de radio volvieron a su programación habitual de conflictos y desgracias, muchos ciudadanos recuerdan aquel breve mes de paz, y sueñan con el día en que el experimento de Huacatón se convierta en costumbre.
“El experimento calmante del indio científico”
El indio científico, siempre optimista pese a la locura reinante, tuvo otra de sus “ideotas”:
— ¡Eureka! — exclamó una mañana mientras removía unos tés de hierbas en su laboratorio improvisado —. ¿Y si, en lugar de andar como gallos peleoneros, la gente tomara valeriana, manzanilla, pasiflora y tila? ¡Adiós violencia, adiós estrés, adiós pleitos en las calles y en los parlamentos!
Sacó cuentas rápidamente:
Si todos empezaban el día con una infusión de estas plantas, los noticieros tendrían que buscarse otro trabajo porque ya no habría asesinatos, ni guerras, ni discusiones por herencias, ni siquiera insultos en redes sociales.
El gasto en salud mental caería, los hospitales tendrían camas libres, los tribunales estarían vacíos, y hasta los políticos hablarían bajito.
Era el plan perfecto.
Convocó entonces a su inseparable compadre Rogaciano, al robot Al-Go y al duende Crispín. Con la ayuda de algunos influencers —de esos que venden desde champús hasta teorías de conspiración— comenzaron la gran campaña:
”¡Infusiones de la paz: el camino natural a la armonía mundial!”
”¡La fuente de la juventud está en tu taza de tila!”
”¡Pasiflora: el nuevo elixir de los campeones zen!”
La gente empezó a compartir videos preparando sus infusiones, los hashtags reventaban:
#CalmaEsElNuevoPoder
#RelájateYGobierna
#TilaParaElAlma
Durante un breve instante pareció que el plan funcionaría…
Hasta que despertaron las grandes corporaciones: los fabricantes de café, las multinacionales de bebidas azucaradas, las cerveceras, los laboratorios que venden ansiolíticos, los productores de armas y hasta los noticieros amarillistas.
— ¿Pero qué creen estos ingenuos? — bufaron los ejecutivos en sus oficinas con vidrios polarizados —. Si la gente se calma, se nos cae el negocio.
Comenzaron entonces las contraofensivas:
“El exceso de tila puede causar somnolencia crónica.”
“La valeriana podría ser adictiva (dicen algunos estudios financiados por nadie sabe quién).”
“La pasiflora interfiere con la competitividad natural del ser humano.”
Pronto, los mismos influencers cambiaron de discurso, los medios retomaron el caos como rutina, y las corporaciones siguieron inflando sus cuentas mientras el mundo continuaba corriendo como hamster en rueda.
El indio científico, derrotado pero fiel a su humor, suspiró mirando el cielo:
— Compadre Rogaciano, esto está más difícil que encontrar la vacuna contra la estupidez. Estamos locos de remate… y parece que no tenemos remedio.
Rogaciano, encendiendo su fogón para preparar un buen té (de manzanilla, claro), le respondió:
— Pues sí, indio, pero mientras tanto… mejor échese uno, que al menos a nosotros sí nos sirve pa’ relajarnos.
Y ambos rieron, sabiendo que en este mundo, cuando la razón no alcanza, siempre queda el remedio de la buena ironía.
estos líderes son como los que entran a la cantina para celebrar, luego salen a la esquina para pelear. Tienen los circuitos pegados dijo el robot Al-go.
“El receptor de sabiduría de Huacatón”
Después de tantos fracasos, de batallas perdidas contra las corporaciones, los políticos, las guerras, las redes de chismes y la estupidez masiva, el indio Huacatón se miraba al espejo.
Ya casi no tenía cabello de tanto jalárselo en sus frustraciones.
Pero seguía firme.
— Pos no me rindo. Como decía mi abuela: ‘cuando el burro no quiere agua, nomás falta encontrarle la sed.’
Recordó entonces aquel viejo dicho de los antiguos sabios:
“La sabiduría flota alrededor nuestro. Solo hay que saber atraparla.”
¡Claro! — pensó — El problema no es que no haya sabiduría, es que no sabemos captarla. Somos como radios mal sintonizados, puro ruido y distorsión.
Así nació su nuevo proyecto:
El Receptor de Sabiduría Universal.
Un aparato que detectaría las vibraciones de la razón, los principios de convivencia, los pensamientos de bondad y lógica que flotan por el cosmos, y los transmitiría directo al cerebro humano.
Mientras lo armaba con alambres reciclados, piezas de un viejo televisor, y las antenas parabólicas que le regaló Rogaciano, soñaba:
— Con esto, los corruptos tendrán remordimiento, los ladrones sentirán vergüenza, los poderosos entenderán la humildad, los violentos se calmarán… ¡seremos por fin verdaderos humanos!
Incluso el robot Al-Go, que ya había perdido la fe en los humanos, calculó en su sistema:
Probabilidad de éxito: 0.0001%… pero más vale ese número que cero.
El día de la prueba, Crispín el duende, Rogaciano y un par de gallinas curiosas se reunieron para ver el experimento.
Huacatón activó su máquina.
Las antenas giraron. Las bobinas zumbaron. Una luz tenue parpadeó.
Y de pronto, en el horizonte, algo insólito:
— ¡Miren! — gritó Rogaciano —
Un político abrazando sinceramente a un campesino, un banquero regalando dinero para un comedor social, dos vecinos enemigos plantando juntos un árbol.
— ¡Está funcionando! — chilló Crispín dando brinquitos.
Pero claro… duró apenas cinco minutos.
Las antenas sobrecargadas soltaron humo, la máquina estalló como cohete de feria, y los humanos, como si nada, volvieron a su programación habitual de egoísmo, codicia y tonterías.
Huacatón, cubierto de hollín, solo dijo resignado:
— Bueno… aunque sea por cinco minutos, fuimos lo que debimos ser. Tal vez la próxima versión dure más. El arroz ya se coció… pero yo sigo buscando cómo hacer tortillas con él.
Y todos se rieron, mientras Rogaciano servía café de olla (descafeinado, por si acaso).
MORALEJA:
Mientras haya obstinados indios buscando el bien, aún queda una chispa de esperanza.
“El Chip de la Armonía”
Después del fallido pero alentador experimento del receptor de sabiduría, Huacatón tuvo una revelación mientras miraba cómo las gallinas picoteaban tranquilas junto a los patos en su humilde laboratorio:
— Mira nomás… conviven sin pleitos, sin envidias, sin demandas, sin abogados. ¿Por qué los humanos no pueden hacer lo mismo?
Ahí fue donde nació la ideota:
Un chip de la armonía.
Un pequeño dispositivo, implantado en el cerebro, que regularía impulsos de violencia, eliminaría la codicia excesiva, corregiría la tendencia a la mentira, bloquearía la difusión de chismes y, lo más importante, estimularía el placer de cooperar y respetar.
El chip vendría con una aplicación básica:
• Modo Paz
• Modo Respeto
• Modo “Piénsalo dos veces antes de hacer una estupidez”
Pero el problema era la producción.
Se requería tecnología de punta: nanotecnología, IA, circuitos cuánticos… ¡cosa de potencias!
Así que Huacatón convocó una reunión de emergencia con los grandes del planeta:
Las superpotencias tecnológicas, las corporaciones farmacéuticas, los fabricantes de armas, los bancos, las redes sociales y, por supuesto, los abogados de todos ellos.
En la cumbre, Huacatón les expuso su plan:
— Si implantamos este chip, reduciremos crímenes, fraudes, guerras, y crearemos un mundo pacífico. ¿Qué me dicen?
Hubo un silencio sepulcral.
El representante de la industria de armas murmuró:
— ¿Y de qué vamos a vivir, señor indio?
El de las farmacéuticas:
— Si no hay estrés, depresión ni adicciones… se nos caen las ventas.
El de los abogados:
— ¡Nos deja sin trabajo!
El de las redes sociales:
— ¿Y los escándalos, los debates tóxicos, las noticias falsas? ¿Con qué llenamos el feed?
Huacatón suspiró. Ya lo presentía.
Entonces, el vocero de los bancos, muy serio, resumió:
— Mire, Huacatón… su chip es un atentado directo contra el PIB global.
Al-Go, el robot que lo acompañaba, intervino con su habitual ironía robótica:
— Confirmado: el problema no es la tecnología. El problema es el mercado de la estupidez.
Huacatón, derrotado pero no vencido, concluyó:
— Pos si no quieren producirlo… lo haré yo mismo. Si puedo armar un receptor de sabiduría con piezas de microondas, ¿por qué no un chip? Aunque sea hecho en casa.
Y así, regresó a su laboratorio, entre tornillos, cables, y su inseparable taza de valeriana, decidido a seguir buscando.
— Al cabo — dijo — si el mundo está loco, alguien tiene que seguir cuerdo… aunque sea por afición.
MORALEJA:
No es que no sepamos cómo arreglar el mundo. Es que a muchos les conviene que siga descompuesto.
El Pensamiento de Huacatón: “Volver a Empezar”
Por casualidad, Huacatón escuchó la vieja historia de un tal Prometeo —un cuate que se aventó el tiro de robarle el fuego a los méritos dioses pa’ dárselo a los hombres. El pobre creyó que con ese regalito nos haríamos mejores, que nos serviría pa’ crecer como humanidad. Se jugó la vida, lo torturaron, pero no se rajó. Creía en nosotros.
Pero si viera en lo que andamos ahora… se daba de topes contra la pared. El fuego que nos entregó no sólo calentó nuestros hogares: también lo usamos pa’ destruir, pa’ dominar, pa’ desatar guerras y arrasar la tierra.
Huacatón —ese indio científico que piensa y piensa— ha llegado a la conclusión de que el error no fue de Prometeo, fue de nosotros: nos tragamos el cuento de que éramos inteligentes nomás porque sabemos hacer cuentas, fabricar máquinas y explotar recursos como si el planeta fuera eterno.
Nos vendieron la inteligencia como la capacidad de resolver problemas y hacer lo que nos plazca. Y sí, resolvemos, pero creamos problemas más grandes. Destruimos como si fuera religión.
Por eso, Huacatón propone algo radical:
👉 Primero, aceptar que no somos tan inteligentes como creemos.
👉 Después, resetear la educación. Volver a empezar.
👉 Enseñarnos desde cero que somos parte de un sistema donde cada ser vivo cuenta.
👉 Ni más, ni menos. Ni dueños, ni amos. Habitantes. Hermanos de toda la vida que hay en este planeta.
Nuestra conciencia —esa chispa verdadera que quizá Prometeo sí soñó— nos da la responsabilidad de ser cuidadores de la vida. Todo esfuerzo, toda ciencia, toda tecnología, todo aprendizaje debe estar al servicio de que la vida florezca, de que el planeta sea casa de todos.
No más fronteras mentales. No más “unos de aquí y otros de allá”. Si no entendemos esto pronto, el tren nos va a arrollar antes de que terminemos de platicarlo.
Los misiles ya están cayendo. No es futuro, es presente.
Y los radares del planeta no alcanzan a detectar el peor de todos: el misil de la estupidez humana.
Nos dijeron: “El conocimiento es poder.”
Pero no nos dijeron: “El poder sin conciencia es destrucción.”
Huacatón lo tiene claro: hay que levantar un nuevo escudo.
• Un escudo que no es de acero, ni de muros, ni de ejércitos.
• Un escudo hecho de conciencia colectiva.
• Un escudo donde cada humano acepte su pequeñez dentro de la grandeza de la vida.
• Donde la ciencia sirva a la vida, no a la muerte.
• Donde la tecnología construya armonía, no supremacía.
• Donde los niños aprendan desde pequeños que cada planta, cada animal y cada gota de agua son sus hermanos de existencia.
Si no lo hacemos, los misiles no solo lloverán: nos borrarán.
Huacatón no lo dice para asustar. Lo dice porque aún hay tiempo, pero no mucho.
Manifiesto del indio Huacatón
Aquí estoy…
Solo, en esta celda fría, donde el eco de mis pensamientos es la única compañía.
Mi crimen: intentar poner la ciencia al servicio de la paz.
Mi delito: buscar caminos que nos alejaran de la destrucción.
Allá afuera, el mundo sigue su rumbo ciego hacia el abismo.
¿Es que nadie lo ve?
Si enviáramos músicos en lugar de ejércitos…
Si organizáramos fiestas en vez de bombardear ciudades…
Si en vez de temer al otro, aprendiéramos a abrazarlo…
El mundo podría ser diferente.
Pero no.
El odio se ha convertido en bandera.
El egoísmo, en ley suprema.
Y la vida de los demás… no importa.
Nadie quiere ceder.
Todos creen que al final ganarán.
Y no entienden, no entienden… que así, todos perderemos.
Vivimos atrapados en miedos fabricados.
Prisioneros de los engaños sembrados por los poderosos.
Educados para venerar a los “vencedores” de absurdas competencias que sólo generan más división.
¿Dónde quedó la humildad de reconocernos iguales?
¿Dónde el deseo simple de disfrutar lo que el mundo ofrece, sin codicia, sin ansias de control?
Cada vida es valiosa.
Cada ser es único.
La verdadera victoria no es dominar, es cooperar.
No es competir, es compartir.
Pero quizás… quizás ya sea tarde.
Quizá estas palabras se pierdan, como se perderá la vida de un mundo que alguna vez tuvo la oportunidad de ser un paraíso de belleza, amor y felicidad.
Una especie sin igual… que se destruyó a sí misma, consumida por su propio narcisismo.
Yo…
Un simple indio, un científico que soñó con la paz, dejo aquí este mensaje.
Tal vez alguien lo lea un día.
Y si no…
Que el universo se diluya.
Pero no pretendamos que Dios nos salve cuando somos responsables de lo que está sucediendo, se no dio un mundo en que pudimos vivir tranquilos y felices pero lo hemos convertido en un campo de miseria, de violencia, de injusticias, y creemos que con pedir perdón y hacer una oración nos salvaremos, somos tan ingenuos o tan dementes que no atendemos que esto no es otra cosa que falta de cordura, de humanidad.
La antorcha de Huacatón: cuando la necedad gobierna, la conciencia resiste
Hoy los tambores suenan fuerte:
Unos celebran derrochando lo que no tienen,
otros encienden guerras que no sabrán apagar,
y los pueblos —como siempre— cargan el peso de la necedad ajena.
La maldad organizada avanza, y parece invencible.
Pero Huacatón sabe algo que ellos no entienden:
La conciencia es una antorcha que ilumina el camino.
Cada hombre, cada mujer que despierta,
cada niño que aprende a respetar la vida,
cada voz que denuncia, cada mano que siembra,
cada mente que piensa distinto,
es un fuego nuevo que arde contra la oscuridad.
No importa que ahora seamos pocos.
Los grandes incendios nacen de una chispa.
Porque mientras la necedad gobierna,
la conciencia resiste, persiste, crece y, cuando menos lo esperen,
será el único fuego que quede.
La vida merece algo mejor.
No es tarde, la alarma ya suena.
El indio Huacatón miró a su compadre con los ojos serenos, y en voz baja, como quien comparte un secreto del alma, le dijo:
—Compadre… yo quiero pensar que al final triunfará el talento sobre la ambición.
Que los sueños de los artistas serán nuestra salvación, porque ellos ven lo que otros no ven, y despiertan lo más noble en el corazón de la gente.
Quisiera creer que algún día dejaremos de lado esas ansias de explotar la tierra y al prójimo, y así permitir que este mundo siga mostrando sus maravillas, esas que no tienen comparación en ningún rincón del universo conocido.
Me ilusiona imaginar que un día todos cantaremos la misma canción, compadre…
Una canción de esperanza al recibir un Año Nuevo, donde reine la paz y la armonía en todo el planeta.
Que aprendamos, por fin, a valorar el paraíso que se nos ha regalado; sintiendo, dentro de cada uno, lo sagrado de la vida.
Que comprendamos de una vez que somos hermanos, que en la diversidad está la perfección, y que gracias a ella podemos crear cosas que asombren por su grandeza, por su belleza… por la emoción profunda que sentimos cuando escuchamos, vemos o percibimos lo que somos capaces de hacer cuando usamos bien los dones que Dios nos dio.
Yo quiero creer, compadre, que los que vienen detrás…
Los muchachos, los hijos de nuestros hijos, aprovecharán la ciencia y la tecnología no para destruir, sino para encontrar soluciones a los problemas que hoy nos duelen.
Porque ellos estarán mejor preparados, tendrán mejores herramientas, y quizás logren lo que a nosotros nos ha sido imposible:
Vivir felices en un mundo donde todos se traten, de verdad, como hermanos.
Huacatón suspiró hondo, mientras su mirada se perdía más allá de los barrotes.
—Eso quiero creer, compadre… aunque aquí adentro, a veces, cueste tanto seguir creyendo.
El compadre lo miraba en silencio mientras Huacatón hablaba.
Por dentro, no podía evitar pensar de manera más pragmática.
Sabía cómo es el mundo allá afuera: la codicia, el poder, la miseria que se esconde tras los discursos bonitos.
Había visto cómo muchos, por ambición, destruyen lo que debería ser sagrado. Y aun así, mientras oía las palabras de su amigo, no lo interrumpía.
Porque comprendía que, en la situación en la que se encontraba Huacatón, esa llama debía seguir ardiendo.
Era necesario que mantuviera viva esa luz en el espíritu, ese fuego que le daba sentido a cada amanecer tras los barrotes.
Sin esa esperanza, ¿cómo se sigue luchando?, ¿cómo se soporta lo que se vive cuando parece que todo se desmorona?
El compadre imaginaba las noches de su amigo.
Cuando las luces de la prisión se apagan y el silencio lo envuelve, seguramente, desde la pequeña ventana de la celda, mira el cielo estrellado.
Y en ese cielo, ve reflejado el bosque, las cascadas, los campos sembrados…
Recuerda a los vecinos trabajando la tierra, el aroma de las cocinas al amanecer, las mujeres lavando en el río, los niños trepando a los árboles para alcanzar los frutos.
Seguramente sueña con ese mundo…
Un mundo que él, desde su lugar, alcanza a ver a lo lejos, en un tiempo que aún no llega.
Huacatón cree que es posible.
El compadre… sinceramente lo duda. Pero guarda silencio.
Porque sabe que, mientras su amigo conserve esa esperanza, todavía tiene fuerza para resistir.
Y mientras haya alguien que siga soñando, tal vez —solo tal vez—, algún día, ese sueño encuentre camino.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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