un día Crispín el duende inquieto y curioso conversaba con el robot Al-go y le pregunto si conocía la historia de Pinocho, claro que la tengo en mis archivos como una joya, es un cuento que muestra lo fácil que es caer en las trampas que te ponen los que buscan llevarte a los senderos que les conviene, convertirte en su servidor y cómo está marioneta lucha por salir se esa trampa, por salvar a quien ama y consigue obtener el grado de humano, pero te voy a decir que ahora esa historia es una realidad que se repite millones de veces en muchas personas y el futuro puede ser peor si no recapacitan a tiempo.
Imagina esto:
PINOK, EL NIÑO SIN CABLES
En un futuro no muy lejano, los niños ya no nacen: se programan. Vienen con instrucciones, algoritmos de comportamiento, capacidades ajustadas según las necesidades del sistema. No tienen madre ni padre, sino productores en laboratorio. Se conectan desde que abren los ojos a la Red de Conducta Ciudadana, donde cada pensamiento debe coincidir con los parámetros de eficiencia, moral artificial y progreso cuantificable.
Pero un día, uno de esos productores —un viejo ingeniero desilusionado llamado Gep— decide hacer algo prohibido. Crea un niño sin conexión. Un niño que no tiene cables en la nuca, ni actualizaciones obligatorias. Lo llama Pinok, como un guiño al pasado, a una historia que apenas recuerda.
Pinok no entiende por qué los demás niños nunca preguntan nada. Por qué sonríen sin sentir, por qué obedece todo el mundo a las instrucciones de “El Administrador” —una voz sin rostro que gobierna desde lo alto de las torres de datos.
Pinok quiere jugar con la tierra, mojarse bajo la lluvia, hacerse preguntas sin tener que responder tests. Pero el mundo no lo tolera. Lo detectan. Lo etiquetan como error. Lo persiguen.
Un corporativo con disfraz de zorro y influencer con apariencia de gato le ofrecen fama, aceptación, incluso una “verdadera identidad”, si tan solo acepta instalar el chip que todos tienen. Pero Pinok duda. Recuerda las enseñanzas de Gep, que le hablaba de un tiempo donde la humanidad se equivocaba, sí, pero también soñaba. Donde el dolor no era error de sistema, sino parte de la vida.
Pinok escapa. Y en su camino conoce otros seres “rotos”, “obsoletos”, “no funcionales”. Un anciano poeta que ya nadie escucha, una niña que fue desconectada por error y vive en los márgenes de un río que cuenta las historias del mundo, cuando los valores humanos eran importantes, las costumbres de los pueblos los distinguían, pero ahora sólo recibe a un grupo de “desadaptados” que aún lloran por las estrellas que no pueden comprar.
Entonces entiende: el mundo lo llama defectuoso, porque aún siente. Porque aún ama, por no seguir lo que dicta las reglas del consumo , del llamado a obedecer sin criticar.
Y al final entiende, no se trata de convertirse en un “niño de verdad” como en el cuento viejo. Se trata de recordarle al mundo lo que significa ser uno. Con todo y sus errores, sus dudas, sus caídas, pero también con su risa auténtica, su capacidad de elegir , su capacidad de sentir, de emocionarse, de pensar con libertad.
Cuando el robot quedó en silencio, Crispín estaba realmente preocupado , es cierto dijo, el mundo está intentando salir de esa trampa que le tendieron las malvadas intenciones de quienes solo pensaron en su interés personal, pero creo que ya se está despertando y tu y yo vamos a dar nuestra ayuda para que se comprenda el peligro de no reaccionar. El planeta, la humanidad es lo más importante.
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