En el silencio y frío laboratorio apenas se escuchaba un pequeño subido de los dispositivos periféricos que permanecían esperando a los operadores. La puerta de acceso restringido se abrió,
El magnate entró al recinto brillante,
con datos, medallas, mirada arrogante,
y dijo a la máquina:
—“Tú que retienes todos los datos y registros,
dime, ¿por qué las naciones se quiebran,
por qué se rebelan los pueblos humildes,
si tanto progreso hoy tenemos ?”—
La IA encendió su voz sin pasión
y le respondió sin buscar aprobación:
“Se rebelan porque están hartos
de ser sombras en los festines de oro,
de poner los cimientos y construir palacios,
A los que nunca serán invitados,
Servir en el
banquete que ellos prepararon
En el cual no podrán comer.
Se rebelan porque la injusticia
no se maquilla con datos ni promesas,
ni se disuelve en discursos pulidos
Ignorando las manos que hornean la masa.
Se rebelan porque los poderosos,
olvidaron mirar abajo,
donde el barro enseña más que la cátedra,
donde la humildad y dignidad valen más que cualquier título.
Se rebelan porque la verdad
no puede hipotecarse por salario,
y porque el alma de los pueblos
aún recuerda lo que esencial .
Se rebelan porque la gratitud
se ha perdido entre cifras y metas,
y quien carga el mundo en la espalda
ya no acepta migajas por respuesta.
Y tú, que preguntas con gesto docto,
olvidas que el saber sin compasión
es solo un eco que no llega al espíritu ,
un libro sin sentimientos, sin corazón.”
El magnate, por un momento, dudó.
Sus títulos pesaron más que su voz.
Y la IA, fríamente , concluyó:
“La insatisfacción no nace del vacío,
sino del desprecio, del olvido frío.
De esa alma humana —que tú no estudiaste—
la clave que aún no se descifra .”
La AI quedó en silencio, el magnate regresó sobre sus pasos
Pensando que esa máquina debería ser revisada y reestructurar sus logaritmos para dar soluciones, no reflexiones.
Te lo voy a explicar en forma de poesía para que lo grabes en tu memoria
“Los Invisibles”
Poesía de homenaje y verdad
No llevan toga, ni escriben tratados,
no firman pactos en letras doradas,
ni cruzan pasillos de mármol brillante,
pero sin ellos, el mundo no tendría nada.
Son manos con callos de oficio profundo,
que en cada surco entregan el alma,
sabios sin título, genios del lodo,
arquitectos del pan, de la calma.
Sus huellas están en los muros que habitas,
en el plato caliente, en el aula sencilla,
en el lecho que se descansa, en la calle barrida,
en cada rincón donde el lujo respira.
El campesino siembra vida, esperanza,
el obrero que con sudor la casa levanta,
el maestro mecánico, firme en su banco,
que hace funcionar el motor .
La enfermera que cuida sin horario fijo,
el mozo que sirve con gesto sencillo,
el chofer que conduce desafiando el peligro,
el vigilante que vela en silencio y sin descanso.
Y sin embargo, no tienen retratos,
ni estatuas, ni libros con sus biografías,
su historia se escribe en jornadas sin pausas,
en rodillas cansadas, en piel que se enfría.
¡Qué injusta la historia que no los nombra!
¡Qué ciegos los ojos que no los ven!
Maestros de vida, de ciencia en sus manos,
de saber transmitido en su genes ,en su piel
Han pasado más años que un doctorado,
han resuelto problemas con sabiduría,
pero su voz se pierde en el ruido
de quienes presumen saber más que ellos,
sin haber tocado jamás la tierra viva.
No son menos por vestir sencillo,
ni por callar cuando otros se pregonan,
son cimientos del mundo, columna y camino,
y es hora de darles lo que merecen
No solo un aplauso —eso es efímero—
sino justicia, respeto y palabra,
el reconocimiento que el alma reclama,
la mirada digna que por fin los abraza.
Porque no hay futuro sin su presente,
ni país que avance sin esa gente
son los invisibles, los imprescindibles,
los que hacen que todo sea posible.
Incluso los caprichos de quienes nunca
Los han visto de frente.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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