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El indigente solo aguant贸 quince d铆as en aquella gran residencia. Le pagaron puntualmente, le desearon suerte y 茅l, como quien despide una visita educada pero inc贸moda, dio las gracias y sali贸 a la calle. Respir贸 profundo. El aire ya no ol铆a a cera para muebles ni a suavizante, sino a libertad. Ese era su aire. Su territorio.
Camin贸 sin prisa, como quien vuelve al sitio del que nunca debi贸 salir. Admir贸 las fachadas de las casas, los adornos florales en las ventanas, esos que no estaban por lujo sino por cari帽o. Cada uno reflejaba el alma de quien lo hab铆a sembrado y regaba con paciencia. Ah铆, en cada esquina, la vida se notaba m谩s aut茅ntica, m谩s suya.
Lleg贸 al mercado y, como siempre, Do帽a Gracia lo recibi贸 con el mismo entusiasmo con el que se abraza a un hijo que vuelve del extranjero.
—¡Ira nom谩s qui茅n lleg贸! —dijo la mujer, contenta, como si acabara de ganar la loter铆a.
Le sirvi贸 doble raci贸n de chicharr贸n en salsa verde sin cobrarle un peso de m谩s. El agua de frutas, “por cuenta de la casa”, le dijo con la intenci贸n de abrazarlo. Pero 茅l, como de costumbre, no respondi贸 al gesto. Solo asinti贸 y se sent贸 con esa seriedad suya, esa que ni los abrazos ni los postres dulces lograban derretir.
—Siempre igual este hombre, serio como santo de cera —pens贸 la se帽ora, mientras lo dejaba saborear cada bocado como si fuera el 煤ltimo.
Ya entrada la noche, regres贸 al edificio abandonado. Todo segu铆a en su sitio: los vidrios rotos, las paredes descascaradas, y el viejo cartel colgado en la entrada: “PROHIBIDO EL PASO. PROPIEDAD PRIVADA”. Lo hab铆a puesto 茅l mismo, con orgullo, como quien declara la independencia de una rep煤blica invisible.
Subi贸 las escaleras despacio, como quien sube al templo. Ah铆, por fin, nadie lo mandaba. Nadie lo despertaba. Nadie lo med铆a. Porque los patrones —pens贸 mientras sacud铆a su edred贸n— no eran malos, pero eran patrones, y no saben otra cosa m谩s que mandar, seg煤n sus razones… que casi nunca incluyen c贸mo se siente el que obedece.
“¿Pa’ qu茅 se alquila uno si ya sabe que no naci贸 pa’ eso?”, murmur贸.
Encendi贸 su l谩mpara de bater铆as, se meti贸 en su casa de campa帽a con la ceremonia de quien entra en una catedral y abri贸 un libro ajado. La historia hablaba de un hombre que ped铆a aventones en la carretera y una noche se sub铆a a un tr谩iler rumbo al norte. Se quedaba dormido y al despertar, ya lo ten铆a enfrente un ret茅n cerca de la frontera.
No tra铆a papeles. Pero contest贸 a todo con tanta precisi贸n, que los agentes pensaron que era un sabio. Daba datos que ni en la red dudaban. “¿Es usted maestro?”, le preguntaron. “No —respondi贸—, solo me gusta saber. Aunque eso, a veces, causa mucho da帽o”.
El indigente cerr贸 el libro, apag贸 su l谩mpara y se qued贸 un momento en silencio. “Es cierto —pens贸—, no siempre saber es lo que te hace sentir mejor”.
Y se durmi贸 tranquilo. Como si estuviera en el mejor hotel del mundo.
Porque sab铆a que su vocaci贸n no era obedecer, sino entender. Y en eso, no hab铆a patr贸n que lo superara.
“El Precio del Saber (II): Una Ma帽ana Cualquiera”
El sol se colaba t铆mido por una ventana sin vidrio. La luz de la ma帽ana entraba directo en la cara del indigente, que despert贸 entre cobijas viejas y sue帽os pesados. No se movi贸 de inmediato. Se qued贸 all铆, recostado dentro de su tienda, como si el sue帽o a煤n no terminara, o como si no tuviera prisa alguna por regresar al mundo de los despiertos.
A煤n saboreaba la lectura de la noche anterior. Ese libro donde el hombre sin papeles sab铆a demasiado, tanto que lo confund铆an con un sabio… o con una amenaza.
El indigente cerr贸 los ojos un instante m谩s. No para dormir, sino para pensar, que era su verdadera adicci贸n. Se pregunt贸, como cada ma帽ana, en qu茅 momento maldito de su vida se le ocurri贸 salir del pueblo. ¿Qu茅 necesidad ten铆a de saber lo que ahora sab铆a? ¿Para qu茅 tanta lectura, tanta observaci贸n, tanta reflexi贸n si lo 煤nico que le hab铆a dado era tristeza ilustrada?
—Deb铆 quedarme all谩, donde el mayor problema era que la mula no quer铆a jalar el arado —murmur贸, con voz ronca—. All谩 uno viv铆a sin saber del Fondo Monetario Internacional, del calentamiento global, de los mercados burs谩tiles, de las guerras por el petr贸leo y de la venta de armas con causa humanitaria. ¡Qu茅 contradicci贸n tan bien vendida!
Se sent贸, tom贸 una libreta arrugada donde a veces escrib铆a frases que le llegaban como bofetadas dulces. Esta vez, anot贸:
“El conocimiento no siempre libera. A veces, es el carcelero que no deja dormir.”
Record贸 c贸mo, en sus a帽os de joven curioso, cada nueva verdad le parec铆a una llave. Pero pronto descubri贸 que muchas abr铆an celdas sin salida, o lo encerraban m谩s hondo en la decepci贸n. El saber se vend铆a como si fuera cura universal, pero en realidad era mercanc铆a: en universidades car铆simas, en conferencias para entendidos, en libros con pr贸logos arrogantes. Saber se hab铆a vuelto otro lujo. Y como todo lujo, ven铆a con impuestos… al alma.
Afuera, el sonido del mercado despertaba a la ciudad: gritos de “¡a veinte la docena!” mezclados con el rumor de radios mal sintonizados. La vida segu铆a su curso, como si nada, como si el mundo no estuviera al borde del colapso. Y quiz谩s eso era lo m谩s tr谩gico: que la comedia continuaba sin pausa, entre carcajadas enlatadas y aplausos falsos.
El indigente sonri贸, ir贸nico, mientras recog铆a sus cosas con lentitud.
—Y pensar que hay quien cree que todo est谩 bajo control —dijo para s铆 mismo—. No es que el mundo est茅 enloqueciendo. Es que naci贸 as铆, solo que antes no hab铆a tanto noticiero para enterarnos.
Sali贸 del edificio como quien abandona un teatro luego de una mala funci贸n. Camin贸 por la calle observando otra vez las casas, los geranios de las ventanas, las macetas de botes reciclados que para 茅l eran esculturas. Pens贸 que, a pesar de todo, ah铆 segu铆a la belleza. Peque帽a, discreta… terca.
Se detuvo frente a una escuela primaria. Los ni帽os entraban con mochilas enormes y ojos brillantes. Uno de ellos lo salud贸 con la mano. 脡l respondi贸 con una inclinaci贸n leve de cabeza, como hacen los sabios de verdad.
Y entonces, sin raz贸n aparente, sinti贸 una pizca de esperanza. No esa esperanza rid铆cula de los discursos pol铆ticos, sino una m谩s silenciosa, m谩s humana. Tal vez —solo tal vez— el mundo a煤n pod铆a sorprenderlo. Tal vez uno de esos ni帽os no se vender铆a. Tal vez uno se rebelar铆a. Tal vez uno no aprender铆a solo a competir, sino tambi茅n a comprender.
Porque s铆, el conocimiento hab铆a tra铆do consigo pesimismo, pero tambi茅n le hab铆a ense帽ado a esperar lo inesperado. Y lo inesperado, a veces, era un milagro.
Se fue caminando al mercado. Do帽a Gracia lo esperaba con frijoles refritos y caf茅 de olla.
La vida segu铆a. Y mientras no se apagara por completo la chispa del asombro, 茅l seguir铆a so帽ando, leyendo… y esperando.
Esperando que el hombre, alg煤n d铆a, decidiera ser humano.
“El Precio del Saber (III): Barrer lo ajeno”
La ma帽ana lo sorprendi贸 con energ铆a. Quiz谩 fue la lectura, o el sue帽o en el que la humanidad no era tan cruel, lo cierto es que ya para el canto del gallo humano —esos que venden huevo a buen precio—, el indigente ya hab铆a dado dos vueltas al mercado, escoba en mano, barriendo con paciencia casi ceremonial.
A cada paso, meditaba sobre una verdad que a nadie parec铆a importarle: lo f谩cil que es tirar cuando no se tiene que levantar nada. Aquella basura que revoloteaba al pie de los puestos le hablaba m谩s de la condici贸n humana que cien c谩tedras de 茅tica. No por el pl谩stico ni el cart贸n, sino por el descuido compartido, por esa enfermedad com煤n que se llama: “no es mi problema”.
Do帽a Gracia sali贸 de su puesto con su delantal bien planchado y un aroma a comino que podr铆a hacer llorar a los 谩ngeles.
—¡Buena falta qu茅 haces, hijo! —exclam贸—. Esto ya parec铆a chiquero. Los d铆as que no viniste, cada quien barr铆a solo su metro cuadrado y empujaba la mugre al vecino. ¡Y claro! Se agarraron del chongo. ¡Qu茅 bueno que ya regresaste!
脡l solo le regal贸 una media sonrisa, de esas que no comprometen, pero que alcanzan para que el otro entienda que ha sido escuchado. Sigui贸 barriendo, como quien ejecuta un oficio sagrado.
Y sagrado era, aunque nadie lo notara. Porque a diferencia de otros que cobran por lo que no hacen, 茅l no cobraba por lo que hac铆a. A media ma帽ana ya casi todos los locatarios le hab铆an soltado su “cooperaci贸n”, sin tarifa, sin discusi贸n. 脡l lo aceptaba con gratitud y dignidad. No era limosna. Era salario merecido. Y eso ten铆a su peso.
Al mediod铆a, se sent贸 a comer. La comida era sencilla, pero sab铆a a fest铆n. Mientras masticaba despacio, sus pensamientos giraban en torno a otra idea amarga:
—De nada sirve tener una l谩mpara si la usas para alumbrar el camino equivocado —se dijo.
Y entonces lo pens贸 todo junto: la educaci贸n, el progreso, los t铆tulos, las estad铆sticas, las cumbres mundiales… Todo brillaba, s铆, pero deslumbraba, no iluminaba. Nos est谩bamos perdiendo en las sombras de lo irrelevante o quem谩ndonos la vista con el reflejo de lo superfluo.
—Ignorar no es solo no saber. Es no comprender lo que se aprende —pens贸, mientras mojaba el pan en la salsa.
Las lecciones estaban ah铆, puestas como frutas maduras al alcance de todos, pero nadie parec铆a querer recogerlas. Y aun los que las recog铆an, terminaban haci茅ndose mermelada para venderlas en envases importados.
Con iron铆a, not贸 que los que menos sab铆an viv铆an m谩s tranquilos. No se quebraban la cabeza por la crisis ambiental, el colapso econ贸mico o el precio de la conciencia. Su mundo era su puesto de verduras, su lucha diaria, su aspiraci贸n a dormir sin deudas. Y eso, a veces, era m谩s sabio que cualquier doctorado.
Pero, ¿esa indiferencia no era tambi茅n parte del problema? ¿No era la apat铆a una complicidad disfrazada de inocencia?
Termin贸 su plato. Dio las gracias. Le ofrecieron una torta para la noche, con afecto aut茅ntico.
—¡No dejes de venir, eh! Si no limpias t煤, esto se nos vuelve un muladar —le dijeron entre risas.
Y 茅l sonri贸. Aquel lugar no era suyo, pero era suyo. Lo habitaba sin t铆tulo de propiedad, pero con legitimidad.
Mientras se desped铆a, alguien murmur贸 con aprecio:
—Ese indigente me cae bien.
脡l lo oy贸, aunque fingi贸 que no. Y al alejarse, se le dibuj贸 una sonrisa c铆nica y dulce a la vez.
—Indigente, gerente, presidente… gente. Al final, todos harina del mismo costal —pens贸.
Y se fue caminando despacio, como quien barre el camino con los pies, dejando atr谩s no solo la basura, sino tambi茅n, al menos por hoy, un poco de desorden del alma ajena.
El Rito de la Cueva
Antes de entrar a su cueva —como 茅l llamaba a la habitaci贸n forrada de pl谩stico y doble capa de cart贸n pintado de azul claro, en el edificio abandonado— el indigente cumpl铆a con su rito diario. Tomaba la cubeta de agua que dejaba desde la ma帽ana bajo el sol; a esa hora a煤n estaba templada, justo como le gustaba. Se desnudaba con la calma del que no se averg眉enza de su existencia, y con una esponja repasaba su cuerpo con cuidado, sin prisa, como si limpiara no solo el polvo del d铆a, sino tambi茅n los pensamientos sobrantes. Lavaba bien su cabello, lo escurr铆a con las manos, se secaba con una toalla de tela recortada y, con esmero, vest铆a ropa interior limpia —lavada siempre el d铆a anterior— y una camisa c贸moda.
Despu茅s, pon铆a un poco de talco desodorante dentro de sus botas de trabajo, aunque para estar en casa prefer铆a calzar unos huaraches. Con respeto entraba entonces en su cueva. Colgaba el sombrero y la ropa de faena, colocaba su linterna al alcance, y sacaba el libro que ten铆a en turno. Le铆a, a veces en voz alta, a veces en susurros, como si compartiera la historia con alguien invisible. Cuando le daba sue帽o, merendaba algo sencillo: un poco de t茅, pan o la torta que le hab铆an regalado. Luego se recostaba sobre su colch贸n de retazos, con la serenidad de quien no desea nada m谩s que cerrar los ojos sin deberle nada a nadie.
Y meditaba, como cada noche.
Pensaba en el d铆a que hab铆a vivido, en lo que hab铆a observado y en c贸mo la vida era, en realidad, una gran obra de teatro. Se dec铆a que ten铆a la fortuna de ser actor y al mismo tiempo espectador, en esa funci贸n sin fin donde cada d铆a se escrib铆a algo nuevo. Tragedias, comedias, romances, farsa, improvisaciones… con protagonistas 煤nicos, sorprendentes por su forma de actuar. Algunos sufr铆an, otros re铆an. Todos, sin saberlo, aportaban algo al guion.
Le fascinaba la diversidad de ese espect谩culo. Aun con sus errores, el mundo era un presuntuoso universo lleno de escenas irrepetibles, donde lo absurdo conviv铆a con lo sagrado, y la belleza con el desastre. Qu茅 l谩stima ser铆a —se dec铆a cada noche— que semejante obra se arruinara por las malas actuaciones de unos cuantos, por el ego de los que toman el escenario como propiedad y no como regalo.
Esperaba, en lo m谩s hondo, que eso no sucediera. Que no se apagara la luz del teatro por la necedad de unos actores mal dirigidos.
Y as铆, con esa esperanza sencilla, sin grandes exigencias, el indigente se quedaba dormido, so帽ando con un mundo donde el ser humano encontrara, por fin, el sendero a la felicidad compartida.
D铆a de la tormenta:
Las calles se estaban anegando. Las coladeras, atascadas por bolsas, hojas secas, envolturas brillantes de frituras y la costumbre terca de tirar sin pensar, empezaban a vomitar agua hacia los puestos. El indigente, como si su alma tambi茅n se hubiera activado por la tormenta, se puso a destaparlas una a una con una vieja varilla que usaba como b谩culo.
—Agua bendita —murmuraba mientras la lluvia le lavaba el rostro—. L谩stima que no alcance para limpiar la otra suciedad… la que no se ve, pero pesa m谩s.
Entre charcos y r谩fagas, su mente viajaba como hoja flotando en la corriente. Pensaba en c贸mo esa misma agua que daba vida era ahora testigo de nuestra necedad, de ese h谩bito moderno y casi ceremonial de ensuciar lo que nos sostiene. “Alg煤n d铆a —se dec铆a mientras quitaba un c煤mulo de basura de una rejilla— la naturaleza va a pasar la cuenta. Y entonces no habr谩 impermeable que nos salve.”
Solo cuando el agua encontr贸 el cauce y empez贸 a correr como debe, el hombre sinti贸 que su trabajo estaba hecho. Con las botas empapadas y el cuerpo empujado por la corriente invisible del cansancio, regres贸 al local de do帽a Gracia. All铆 el aroma del caldo de res lo recibi贸 antes que las palabras.
—Coma bien, m’hijo —le dijo la mujer, que parec铆a entender con el alma—. No quiero que se me desmaye con tanto traj铆n. Esta tormenta va pa’ largo…
Colg贸 su impermeable a la entrada y se sent贸. Mientras se calentaba las manos con el vapor del caldo, observ贸 c贸mo el viento sacud铆a su abrigo como si quisiera arrancarlo del gancho. Se qued贸 mirando el vaiv茅n de la tela y pens贸:
—Hace falta una sacudida as铆… pero en el alma. Que nos despierte. Que nos recuerde que la vida no se cuida sola. Que no sirven de nada los lingotes de oro ni las joyas encerradas en cajas fuertes, si dejamos morir al mundo que nos da todo sin pedirnos m谩s que respeto.
Pero, como los guajolotes que creen que pueden cantar como gallos o trinar como jilgueros, hay quienes se empe帽an en creer que dominan algo que apenas entienden. Y eso, pens贸, es la ra铆z de la tragedia.
Esa noche, al volver a su cueva —esa habitaci贸n forrada de pl谩sticos, cart贸n pintado de azul claro y dignidad invisible— no necesit贸 ba帽arse. La lluvia ya lo hab铆a limpiado. En el silencio mojado de su guarida, cada gota parec铆a un verso, un susurro de sabidur铆a natural.
Y comprendi贸 algo: el hombre puede ser un artista del bien, un cient铆fico de maravillas, o un d茅spota que destruye por ignorancia. Eso lo decide 茅l. Esa es la libertad. El problema es que pocos la usan para hacer lo correcto. Como si preferir el abismo fuera m谩s f谩cil que construir un puente.
Y as铆, con el cuerpo rendido y el alma alerta, se qued贸 dormido. Llov铆a a煤n. Pero dentro de su mente, la tormenta dejaba semillas, no ruinas.
Este cap铆tulo es una joya luminosa dentro de la novela: una pausa tierna, reflexiva y profundamente humana que muestra c贸mo el indigente encuentra, en la espontaneidad de un ni帽o, la chispa que enciende nuevos sentidos a su existencia.
Cap铆tulo: El ni帽o y la f谩bula
Aquella tarde, el cielo ten铆a un color incierto. El indigente caminaba tranquilo, sumido en sus pensamientos, rumbo a su cueva forrada de cart贸n azul claro. Iba repasando mentalmente los rostros del d铆a, los murmullos del mercado, el eco de las risas y las penas escuchadas al paso.
No se dio cuenta de inmediato que un ni帽o se le hab铆a pegado al andar. Lo not贸 cuando, al dar un paso, escuch贸 c贸mo alguien detr谩s lo imitaba con singular precisi贸n. Al voltear, vio a un peque帽o de unos siete u ocho a帽os, que con sonrisa p铆cara segu铆a su ritmo, copiando la forma de caminar, el vaiv茅n de los hombros, el gesto tranquilo de los brazos.
—Nunca trates de imitar —dijo el indigente con una sonrisa en el rostro—. Es mejor ser original.
El ni帽o lo mir贸 con curiosidad y sin dudar pregunt贸:
—¿Qui茅n eres? Siempre te veo pasar desde la ventana de mi casa… ¿Tienes nombre?
El indigente no respondi贸 con palabras directas. Le hizo un gesto para que se sentaran en la orilla de la banqueta, como dos viejos amigos al final del d铆a. Ya en el suelo, respirando el aire tibio del anochecer, comenz贸:
—La gente… en muchas cosas se parece a los animales. ¿Te has fijado? Algunos cantan como gallos, otros trinan como p谩jaros; hay quienes corren como gacelas, saltan como canguros o son fuertes como gorilas.
El ni帽o solt贸 una carcajada.
—¡S铆! Y hay unos larguiruchos como jirafas, pesados como elefantes… Y unos con cara de panda —dijo tap谩ndose la boca para disimular la risa.
Ambos rieron.
—¿Y t煤 qu茅 animal crees que ser铆as? —pregunt贸 el indigente al ni帽o.
—¡Un monito travieso! —respondi贸 sin dudar.
—¿Y t煤 qu茅 crees que soy yo? —pregunt贸 el indigente con voz suave, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de ternura y melancol铆a.
El ni帽o lo observ贸 con detenimiento, pens贸 un momento y contest贸:
—Ser铆as una especie rara… de esas que se esconden en la selva como los jaguares, que casi nadie ve, pero que todos saben que est谩n ah铆. ¡O tal vez un ave! Una que migra muy lejos, como los gansos… ¡S铆! Ser铆as un ganso viajero. Y yo otro, para volar juntos el pr贸ximo invierno al sur, donde haya m谩s calor.
El indigente guard贸 silencio. Le acarici贸 la cabeza al ni帽o con suavidad y se despidieron con un gesto de alas extendidas.
Ya solo, mientras regresaba a su guarida, pens贸 que tal vez ten铆a raz贸n el peque帽o. Quiz谩 era eso: un ave sin bandada, volando entre estaciones, esquivando tormentas. Pero ese d铆a, con esa charla sencilla, el ni帽o le hab铆a dado alas.
“Solo la imaginaci贸n de un ni帽o”, pens贸, “es capaz de encontrar belleza en lo invisible, en lo oculto, en lo que no tiene nombre”. Y se qued贸 meditando en el milagro de los pensamientos, ese rel谩mpago misterioso que une dos mentes en un instante y puede construir un universo entero dentro del peque帽o espacio del cerebro con la chispa de una simple palabra.
Tal vez —se dijo al cerrar los ojos esa noche—, ser谩n ellos, los ni帽os, quienes descubran las respuestas que a煤n nos niega la raz贸n adulta. Tal vez logren transformar este mundo en un lugar tan maravilloso como el que imaginan, donde todo es bello, no por ambici贸n, sino por la sencilla alegr铆a de compartir la existencia.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
Capitulos
T铆tulo tentativo:
El Hombre que Dorm铆a en su Cueva
Estructura posible:
Pr贸logo – “La dignidad del polvo”
Breve introducci贸n que presenta al indigente sin nombre como una figura que la ciudad ha decidido ignorar, pero que observa con m谩s atenci贸n que la mayor铆a. una mezcla de contemplaci贸n filos贸fica, iron铆a fina y cr铆tica a la absurda complejidad del mundo moderno.
1. La casa grande y el aire libre
El indigente trabaja quince d铆as en una residencia elegante. Aunque todo es c贸modo, elige irse. Reflexiona sobre la libertad, las jerarqu铆as y lo que implica alquilar el cuerpo sin rendir el alma.
2. Do帽a Gracia y el guisado de chicharr贸n
Su regreso al mercado y c贸mo los lazos humanos sinceros se construyen sin contratos. La comida como gesto de afecto. El silencio como forma de agradecimiento.
3. El edificio abandonado
Presentaci贸n de su “cueva”. El lugar que ha hecho suyo, con cart贸n azul, pl谩stico y libros. Reflexiones sobre lo que significa tener un hogar sin paredes legales.
4. El libro del avent贸n
La historia que ley贸 sobre el hombre detenido en la frontera por saber demasiado. El indigente cierra el libro pregunt谩ndose si acaso el conocimiento no es, a veces, m谩s castigo que bendici贸n.
5. El mercado dividido por basura
Reflexiona, mientras barre el mercado, sobre lo f谩cil que es tirar cuando no se tiene que levantar. La ignorancia como escudo, la sabidur铆a como carga.
6. Gente, gerente, presidente
Un locatario murmura “este indigente me cae bien”. El protagonista se r铆e para s铆: “indigente, gerente, presidente… todos harina del mismo costal”. Iron铆a fina sobre los t铆tulos y la igualdad de fondo.
7. El ritual del agua tibia
Describe su limpieza cotidiana con dignidad. Sus pensamientos antes de dormir, su lectura, su merienda. Y su convicci贸n de que el mundo es una obra en marcha… que puede arruinarse si no se act煤a con decencia.
Cap铆tulos nuevos por desarrollar:
8. El d铆a de la tormenta
El mercado cerrado, el indigente refugiado en su cueva. Reflexiona sobre lo que verdaderamente “moja” a los hombres: no es la lluvia, sino sus propias decisiones.
9. El ni帽o que preguntaba
Un ni帽o curioso le hace preguntas sobre su vida. 脡l responde con cuentos disfrazados de f谩bulas. El ni帽o aprende, y el indigente sonr铆e sin que nadie lo note.
10. La llegada del pol铆tico
Un candidato llega al mercado. Promete limpieza, orden y seguridad. El indigente observa. Compara sus palabras con las de otros de anta帽o. Piensa en lo que se promete, lo que se hace y lo que realmente cambia.
11. El sue帽o del puente de cristal
Un cap铆tulo on铆rico donde el indigente sue帽a con una ciudad donde la gente puede ver el alma de los dem谩s al caminar sobre un puente. Lo que descubre lo deja fr铆o.
12. El regreso al pueblo que no fue
Reflexiona sobre por qu茅 no volvi贸 a su pueblo. Por qu茅 prefiri贸 seguir caminando y descubriendo lo que, en el fondo, ojal谩 nunca hubiera sabido. Y sin embargo… no se arrepiente del todo.
13. El d铆a que no hizo nada
No barri贸. No ley贸. No comi贸. Solo observ贸. Y se dio cuenta de que tambi茅n eso es parte de vivir.
14. El cambio que s铆 vali贸 la pena
Algo peque帽o ocurre: alguien act煤a con bondad. El indigente lo observa y, por una noche, duerme profundamente, como si el mundo tuviera remedio.
Ep铆logo:
“Por si un d铆a preguntan”
Una 煤ltima reflexi贸n sobre lo que vivi贸, lo que vio y lo que espera. No tiene nombre, pero s铆 historia. No dej贸 herencia, pero dej贸 palabras. Y si un d铆a alguien pregunta por 茅l… tal vez alguien recuerde que barri贸 el mercado y miraba con ojos que sab铆an m谩s que los libros.
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