Título: “El Filtro del Duende” (versión mejorada)
Hace muchos siglos, cuando los árboles aún susurraban secretos en lenguas olvidadas y los animales cantaban a coro con el viento, vivía en lo profundo del bosque un duende sabio llamado Liren. A diferencia de otros duendes, que preferían las bromas y las travesuras, Liren dedicó su larga vida a observar a los humanos con una mezcla de asombro, tristeza y esperanza.
Veía cómo reían y amaban… pero también cómo se destruían entre sí, saqueaban la tierra y despreciaban lo que no entendían.
“Algo anda roto en su mente,” anotaba con pluma de colibrí. “Debo hallar el filtro mágico que transforme su agresividad en alegría… y sus deseos en voluntad de cuidar el mundo.”
Así pasó siglos entre raíces, pócimas y manuscritos. Cada gota de rocío, cada canto de grillo, cada pétalo robado a la luna tenía su función.
Pero como todo secreto en el bosque, el suyo no pudo quedar oculto por siempre. Una guacamaya parlanchina y brillante, llamada Cata, volaba entre los árboles pregonando:
—¡El duende Liren está a punto de cambiar la historia humana! ¡Va a convertir la rabia en armonía! ¡Salvará el planeta!
Un hombre la escuchó.
Su nombre era Don Próspero.
Y su ambición era tan vasta como su ignorancia.
—¿Un filtro que vuelve buena a la gente? ¡Bah! Mejor que eso: un producto que todos querrán… o que muchos querrán destruir. ¡Eso vale oro! —dijo, frotándose las manos como quien ya se imagina nadando en billetes.
Sus amigos lo aplaudieron entre risas:
—¡Sí, y si funciona lo vendemos a políticos frustrados y boxeadores retirados!
—¡O mejor, lo vendemos al gobierno para que lo esconda y nadie lo use jamás! ¡La infelicidad vende más!
Siguieron a Cata entre zarzas, raíces y maleza hasta dar con la diminuta y rústica casa del duende. Aprovecharon una tarde en que Liren salió a recolectar semillas y saquearon todo lo que encontraron: frascos burbujeantes, libretas con símbolos arcanos, y un pequeño frasco que brillaba como si contuviera un atardecer líquido.
Ignoraban que la fórmula aún no estaba terminada.
Liren apenas había logrado una fase experimental: convertir la ira en una necesidad incontrolable de bailar sin parar.
Esa noche, Don Próspero organizó una fiesta privada para celebrar la “futura fortuna”.
Entre música, luces y copas rebosantes, levantó el frasco y brindó:
—¡Por el nuevo orden mundial! ¡Donde todo se compra y todo se vende… incluso la paz mental!
Los tragos fueron servidos.
Las carcajadas resonaron.
Y entonces… empezó el espectáculo.
Primero uno de ellos comenzó a moverse al ritmo de una música que solo él escuchaba. Luego otro. En segundos, la sala se volvió una pista de locura: giros, saltos, aplausos, contorsiones…
Intentaron parar. No pudieron.
Sudaban, jadeaban, se reían y gritaban… y sus cuerpos seguían bailando sin descanso.
Horas después, extenuados y sin aliento, uno a uno cayeron… con sonrisas congeladas y corazones agotados.
La música, irónicamente, seguía sonando.
Días después, Liren encontró su laboratorio saqueado. Se sentó entre los restos de sus frascos y sus notas, suspiró profundo, y dijo:
—La codicia humana siempre cree que robar el fruto le dará sabiduría. Pero hay fórmulas que sin alma… solo fabrican desgracia.
Y volvió a empezar. Porque los sabios no se detienen cuando otros caen: se arman de paciencia y esperanza.
Desde entonces, en lo profundo del bosque, aún se escucha a la guacamaya decir:
—¡El duende Liren sigue buscando cambiar el corazón humano! ¡Pero recuerden…!
No es magia lo que falta en el mundo.
Es humildad para recibirla.
FIN
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