Entrada destacada

El Gran Libro

El Libro Cuando nació la idea de escribir fue como la tormenta que de pronto aparece en el horizonte anunciando con relámpagos y truenos...

viernes, 11 de julio de 2025

El duende de y la necedad

**Título: La Sabiduría del Duende y la Necesidad Inútil**


Había una vez un hombre llamado Jacinto, cuya vida era tan plácida como aburrida. Tenía tierra para sembrar, una casa de madera con techo de paja que no dejaba caer ni una gota en invierno, una carreta tirada por dos caballos, una vaca lechera, gallinas que cacareaban sin parar y una esposa que lo quería más por costumbre que por amor.


Pero Jacinto, bendito sea su descontento, siempre se preguntaba si algo afuera de su rutina podría ser mejor. Era uno de esos tipos que miran el cielo azul y piensan: “¿Y si fuera dorado? Sería más lindo”.


Un día llegó a su finca un mercader de aspecto peculiar: barba trenzada, sombrero puntiagudo, botas demasiado grandes y una sonrisa que olía a trampa bien envuelta en papel de regalo. Se presentó como Fitropo, un comerciante de innovaciones modernas.


—Señor Jacinto —dijo Fitropo con voz melosa—, vengo a ofrecerle algo revolucionario. Si me da su carreta, le entregaré esto: **una motoneta triciclo**, capaz de llevarlo mucho más rápido y lejos. ¡Incluso puede traer a su señora detrás!


Jacinto, que jamás había visto algo parecido (y probablemente no sabría distinguir una motocicleta de un molino de café), aceptó encantado. Después de todo, ¿quién querría arrastrar una carreta cuando podía tener algo que hace ruido y tira humo?


Así que entregó su carreta, recibió la motoneta y comenzó su nueva vida de velocidad inútil. Hasta que, claro, se dio cuenta de que no tenía combustible.


Días después, volvió Fitropo, como si tuviera GPS de desesperación.


—Amigo, necesito gasolina —se quejó Jacinto.


—No te preocupes —respondió el duende disfrazado—, dame tus gallinas y te doy suficiente para un mes.


Sin dudarlo, Jacinto entregó las gallinas, que ya no ponían huevos desde que oyeron hablar de motos. Y así, con el petróleo milenario de Fitropo, siguió andando en su vehículo que servía más para hacer ruido que para ir a alguna parte.


Un mes pasó. El motor rugía, pero estaba vacío. Fitropo apareció otra vez.


—Ya no tengo gasolina —dijo Jacinto.


—Entonces dame tu vaca, y tendrás suficiente para dos meses.


Jacinto, pensando que dos meses era muchísimo tiempo, entregó la vaca. Su esposa lo miró con tristeza, pero dudando no se atrevió a protestar.


Pasaron unas semanas. La motoneta se descompuso. Estaba rota, oxidada y con un neumático reemplazado por una rueda de madera que no funcionó . Jacinto, resignado, esperaba al duende, como quien espera al cobrador del fracaso.


Llegó Fitropo con una propuesta final:


—Mira, Jacinto, cerca del pueblo tengo una casita limpia, con techo de lámina y cerca de todas las tiendas. Te la cambio por tu cabaña.


La esposa de Jacinto, que llevaba días soñando con poder visitar a su hermana sin tener que caminar tres kilómetros, dijo emocionada:


—¡A mí me gusta eso! Cerca de las tiendas, los vecinos, todo… Podríamos hasta tener electricidad.


Y así, sin pensar siquiera en qué harían con sus tierras, Jacinto cambió su hogar por una casucha con enchufes y vista al basurero municipal.


En poco tiempo, Jacinto perdió todo: los animales, la tierra, la paz, e incluso el respeto de sí mismo. No tenía nada que trabajar, nada que cosechar, ni con qué alimentarse. Vivía en un lugar donde todo se compraba y nada crecía. Y lo peor: la motoneta seguía allí, como un monumento a la estupidez.


Una noche, mientras lloraba sobre un pan duro y agua tibia, apareció Fitropo.


—Jacinto —dijo con tono grave—, soy un duende sabio. Me disfracé de mercader para enseñarte una lección.


—¿Y cuál es esa lección? —preguntó Jacinto, limpiándose las lágrimas.


—Que nunca debes cambiar lo que funciona por lo que brilla. Que lo útil no necesita anuncios. Que las cosas se valoran por lo que dan, no por lo que prometen. Y que tú, amigo mío, eres el ejemplo perfecto de cómo los humanos prefieren una ilusión cara a cara que una verdad cómoda de espaldas.


Acto seguido, Fitropo agitó su varita invisible y devolvió a Jacinto su casa, su tierra, sus animales y su carreta.


Feliz y arrepentido, Jacinto volvió a su vida tranquila. Cuidó de sus gallinas, ordeñó a su vaca, aró sus campos y se convirtió en un hombre humilde y sencillo… durante aproximadamente una semana.


Porque al siguiente lunes, pasó un tipo vendiendo sistemas  para regar la tierra automáticamente. Y aunque Jacinto lo miró con recelo, no pudo evitar preguntarse…


—¿Y si… esta vez sí funciona?


**Fin (o tal vez no).**


---


**Moraleja irónica:**  

*El hombre aprende de sus errores... pero solo hasta que aparece una nueva tentación.*

No hay comentarios:

Publicar un comentario