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viernes, 30 de agosto de 2013

El amor rebosado

El amor rebosado
  A partir de nuestra unión como pareja las cosas empezaron a cambiar radicalmente en el pueblo, era como si hubiéramos contagiado de nuestra pasión a la comunidad entera, incluso los animales tuvieron mas crías y las aguas de posos y manantiales fluían con mayores caudales, las flores tuvieron mejores colores, eran mas grandes los frutos de las huertas, los maizales nos dieron mejores cosechas y se respiraba la alegría y el amor por todas partes. Los de otros pueblos cercanos decían que nos habíamos retrasado en las tareas y que sin embargo mejor producían nuestras tierra, miraron al nuestro como un pueblo encantado en el que era peligroso entrar porque se contagiaban de una especie de locura que les hacia amar sin restricciones, como si hubieran tomado mosquito en mas cantidad de lo debido o se hubieran golpeado la cabeza , anduvieran aturdidos. Lo cierto es que el curandero del pueblo tuvo que administrar mas remedios que nunca para  evitar que las mujeres tuvieran hijos tan seguido, eso rompería el equilibrio de la población y les daría demasiado trabajo a los padres. Les recomendaba no pasar muy seguido por la loma donde estaba nuestro jacal, porque según había detectado ahí se había originado aquella epidemia de amor rebosado que no era cosa normal ni que el hubiera presenciado en años anteriores.  A nadie le parecía mal lo que estaba sucediendo, por el contrario, la abundancia se estaba repartiendo de muchas maneras, las vacas daban mas leche, los puercos estaban mas grandes y los llanos tenían mas pasto para los animales lo cual se traducía en contento.
   Mi vida había cambiado por completo, ahora trabajaba las tierras que pertenecían a doña Soledad y a Luisa, que la gente veía ahora como mi familia, la cual se repartía perfectamente las tareas, mi esposa llevaba el nixtamal al molino todas las mañanas, retornaba y me ayudaba a ordeñar mientras la suegra echaba tortillas , desayunábamos, me retiraba a la milpa  ellas a los quehaceres normales de la casa entre los cuales estaba hacer los quesos y el requesón que consumíamos y alcanzaba para vender un poco.
A la hora del almuerzo , Luisa aparecía por el terreno con viandas calientes y nos sentábamos a platicar mientras comía, ella me contaba de lo que su hijo le decía en sus cartas y de lo contenta que se sentía de estar con su madre y competir su vida con la mía. No habíamos dejado el jacal que me habían prestado, seguía siendo nuestro refugio, aun cuando algunas veces nos quedábamos en casa de su madre, procurábamos las mas de las noches pasarla en aquel sitio donde nos conocimos y donde tantas veces dijimos cosas que nos fueron uniendo.

   Los días se fueron corriendo, un año tras otro acumulando si que apenas nos percatáramos de cambios en la vida, tal vez si no hubiera enfermado gravemente doña Soledad no hubiéramos despertado de nuestro sueño, pero dicen que no hay felicidad completa, la señora ya estaba cansada, como ella misma decía, era hora de ir a descansar con los otros que se le habían adelantado, se fue consumiendo rápidamente y el curandero recomendó dejarle que descansara, ya era su tiempo de dejar esta tierra para ir con Dios. Mucho me extraño que ellos tomaran con tanta tranquilidad un fallecimiento, pero era normal, estaban acostumbrados y habían sido educados con muestras de la naturaleza donde todo tiene un ciclo de vida , un tiempo para la muerte, que no es mas que una forma de renovación constante.
   Al sepelio asistió todo el pueblo, caminamos en procesión silenciosa hasta el cementerio que estaba a cinco kilómetros de distancia del pueblo, de regreso platicamos anécdotas graciosas y cosas relevantes de la vida de mi suegra, ahí me entere de cómo ella también había quedado viuda joven al igual que Luisa y de que su marido había sido un ingeniero agropecuario que mando el gobierno a realizar estudios por el entorno, se quedo a vivir en el pueblo porque se enamoro perdidamente de Soledad, decían las señoras y con una sonrisa maliciosa terminaron con “se transformo la Soledad en apasionada compañía y de ahí nació la Luisita”

   Francisco vino al entierro de su abuela lo cual provoco sentimientos encontrados en Luisa, que termino cediendo a la alegría de verlo tan gallardo y bien educado, recordándole a su propio padre, con su traje y corbata, zapatos lustrosos, bien cortado el pelo, el semblante sereno, los ojos brillando, sobre todo cuando miraba a su novia que le había acompañado para conocernos.  Eso fue bueno, porque contrarresto el dolor que sentíamos por el fallecimiento de la suegra y nos dio la certeza de que la vida tenia que seguir de otra forma, ahora pensando en nosotros y en el futuro que seguramente pronto nos regalaría con nietos.  Lejos estábamos entonces de imaginar la tragedia que se cernía sobre esas tierras y como se transformaría la vida de los habitantes de esos pueblos, de eso escribiré mas tarde.

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