En una banca del parque, justo bajo un árbol que dejaba caer sus hojas como pensamientos al viento, un joven se sentaba con la cabeza entre las manos. No lloraba, pero algo en su postura hablaba de lucha interna.
Un viejo jardinero que pasaba por ahí, con su carrito y su pala, se detuvo a unos metros. Lo observó un instante, y luego se acercó con la calma de quien ha aprendido que todo florece a su tiempo.
—¿Puedo ayudarte en algo, muchacho? —preguntó con voz tranquila.
El joven levantó la cabeza, revelando en sus ojos la mezcla de ansiedad y confusión.
—Estoy tratando de decidir qué estudiar —dijo—. Me gustan muchas cosas, pero también tengo miedo. Miedo de equivocarme. De terminar en un trabajo que me dé dinero pero me robe el alma… y miedo también de seguir mi pasión y arrepentirme por no tener una buena posición. Mis padres quieren que elija algo que me garantice estabilidad. Yo… solo quiero sentir que lo que hago tiene sentido. ¿Me comprende?
El jardinero asintió, se sentó a su lado y miró hacia el cielo, como buscando palabras entre las ramas.
—Te comprendo, claro que sí. Pero antes de elegir una carrera, hay que definir el camino.
—¿Qué camino? —preguntó el joven, frunciendo el ceño.
—El tuyo —respondió el jardinero con una sonrisa serena—. La vida es un flujo constante de cambios. No se trata de controlar el viento, sino de aprender a ajustar las velas. Mantener el rumbo no significa evitar el caos, sino bailar con él sin perder el centro.
El joven lo miraba en silencio, como si algo dentro de él comenzara a asentarse.
—Mira, cada día el mundo cambia. Lo social, lo económico, lo político, incluso tu estado de ánimo. Pero si sabes hacia dónde quieres ir, todo eso se vuelve paisaje, no obstáculo.
El sendero no siempre es recto, pero si lo defines con claridad, puedes confiar en él… como un río que sabe que su destino es el mar.
—¿Y cómo se define ese camino? —preguntó el joven.
—Con honestidad —respondió el jardinero—. Preguntándote: ¿qué me hace sentir vivo?, ¿qué me llena el alma?, ¿qué haría incluso si no me pagaran por ello?
Porque el verdadero éxito no es lo que los demás reconocen… sino lo que tú puedes sostener con alegría en los días buenos, y con dignidad en los días malos.
El joven respiró hondo.
—Entonces, ¿no está mal si quiero estudiar algo que no sea tan “rentable”?
—Lo que sería un error —dijo el jardinero con firmeza amable—, es construir tu vida con base en el miedo o la aprobación ajena. Cada quien define su éxito. Y el verdadero, el que de verdad vale la pena, no se mide en cifras… se siente por dentro. Es la paz de saber que estás siendo fiel a ti mismo.
El jardinero se puso de pie, pero antes de irse, se volvió con una última reflexión:
—¿Sabes? Elegir tu camino y caminarlo con convicción… también es una forma de arte. Requiere creatividad, coraje y mucho amor por el proceso. Así que decide con el corazón, y los pies sabrán hacia dónde ir.
Y se alejó, dejando al joven con una semilla en el alma… y por primera vez, una dirección.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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