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viernes, 25 de abril de 2025

Será autentico


El Jardín de una Misma


El trinar de los pájaros acompañaba la tonada de Matilde mientras, frente al espejo de la ventana, acomodaba sus largas trenzas en un recogido alto sobre su cabeza. El sol apenas asomaba cuando escuchó la voz de una joven que la saludaba con una sonrisa.


—Buen día, señora. ¿Podría usted ayudarme?


—Claro que sí, muchacha —respondió Matilde—. ¿Qué se te ofrece?


—Me han dicho que usted tiene recetas mágicas para preparar los mejores platillos del pueblo. Me gusta cocinar, pero… ya sabe, entre el estudio, el gimnasio, las reuniones y tanto ir y venir en la ciudad, no he aprendido casi nada.


Matilde soltó una risita amable.


—¡Pues quédate unos días! Por lo pronto, acompáñame al proveedor natural de los campos —dijo tomando su canasta.


Caminaron por el llano, y Matilde le fue mostrando:

—Estos son hongos azules, esos de sombrerito plano no los toques. Mira, aquí está la lengua de vaca… esos son quelites, y esas hojitas redonditas, les decimos orejas de ratón.


La joven, de nombre Lourdes, recogía con cuidado, maravillada de que tantos ingredientes estuvieran ahí, sin necesidad de supermercado.


De regreso en la cabaña, mientras preparaban el guisado —abundante, porque lo compartirían con otros visitantes—, la plática fluyó entre los aromas del campo y el vapor del comal.


Lourdes confesó, casi con un suspiro:


—Estoy cansada de la ciudad… allá todo es apariencia. Hay que vestirse a la moda, usar ropa y accesorios de marca. Hay que estar en forma, hablar con cierto tono, hasta caminar con estilo… si quieres ser bien aceptada.


Matilde alzó la ceja, con esa picardía que da la experiencia.


—¿Aceptada por quién, criatura? ¿Por los que ni saben cómo hueles cuando te despiertas contenta?


Lourdes rió, un poco apenada.


—Mira, hija —continuó Matilde mientras meneaba el guiso—, las mujeres del campo no usamos perfumes costosos. Cada una tiene su propio aroma… a jabón de barra, a sol de la mañana, a limpio. El recato, la coquetería natural, el andar con gracia sin saberlo… ¡eso nos hace irresistibles! No por lo que mostramos, sino por lo que somos.


—¿Y no extrañan el glamour?


—¡Ay no, mi’ja! Aquí con un trenzado bien puesto, un listón bonito y una mirada sincera, más de una ha encontrado a su príncipe… azul o del color que haya tocado. Porque en el amor no manda el empaque, sino la esencia.


Luego, bajando un poco la voz pero con firmeza, añadió:


—¿Sabes lo que realmente importa? Que te aceptes tú. Que sepas que eres única, original, sin copia. No hay otra Lourdes en el mundo, y eso ya es motivo para andar con orgullo. Deja de vivir el jardín que otros sembraron… cultiva el tuyo con tus colores, tus sabores, tus pasos. Y si vas a adornarte, que sea con lo que a ti te gusta, no con lo que otros dictan.


Lourdes se quedó en silencio un momento, removiendo el guisado como si también removiera ideas en su cabeza. Luego sonrió, esa sonrisa nueva que nace cuando una empieza a quererse más.


Y así, entre quelites, orejas de ratón y sabiduría de campo, Lourdes aprendió esa mañana que vivir auténtica es mucho más sabroso que vivir aparentando.


JuanAntonio Saucedo Pimentel 

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