“Los que viajan con la mente”
En un rincón apacible del jardín del hospital, donde las flores se abrían como pequeños soles y el aire olía a tierra húmeda, una niña de mirada profunda y paso silencioso se sentó junto a un hombre que, decían, hablaba con los árboles y escuchaba a las estrellas.
—¿Sabes por qué estoy aquí? —le preguntó con voz apenas audible.
El hombre la miró con dulzura.
—Porque eres distinta, ¿verdad?
Ella asintió.
—En la escuela se burlan de mí. Me dicen que soy rara, que vengo de otro planeta… hasta que me van a llevar a un laboratorio para estudiar la evolución de los changos. A veces me encierro a llorar, ya no quiero regresar a la escuela. Por eso me trajeron al psicólogo, pero no creo que eso cambie mucho.
Él guardó silencio unos segundos, luego dijo con calma:
—Te comprendo mejor de lo que imaginas. La mayoría teme o desprecia lo que no entiende. Pero la verdad es que nadie es completamente normal. Si lo fueran, no soportarían vivir en un mundo que acepta el egoísmo, la violencia y la mentira como si fueran virtudes necesarias. En este sistema, ser diferente no es un defecto… es una resistencia.
La niña alzó la mirada. Él hablaba con la misma claridad que ella pensaba.
—¿Tú también te sientes de otro planeta?
—Por supuesto. Aunque muchos no lo crean, viajo a mundos lejanos. En ellos me encuentro con seres que no miden el valor de una persona por sus palabras ni por lo que logra en un examen. Dicen que estoy loco… pero allá, en mis mundos, yo soy libre.
—A mí me pasa igual —dijo ella con entusiasmo—. Me encierro con mis libros, y cuando veo una imagen, ya estoy dentro de la historia. Puedo cabalgar sobre dragones, hablar con sirenas, correr por jardines que flotan en el aire. Y allá nadie me dice que soy extraña.
—Eso no es locura —respondió el hombre—, eso es un regalo. Y dime, ¿cuál es tu habilidad especial?
Ella bajó la voz, como si le revelara un secreto.
—Aprendo idiomas muy rápido. Ya hablo tres y estoy estudiando dos más. También puedo recordar con detalle cada lugar que visité desde que era muy pequeña.
Él sonrió con admiración.
—Eso es asombroso. En mi caso, puedo componer canciones en mi mente, aunque no sepa escribir música. Pero sabes qué es lo mejor de todo esto? Que tú y yo, aunque no encajemos en lo que llaman “normalidad”, tenemos la capacidad de ver, sentir y crear lo que muchos jamás entenderán.
A unos pasos de distancia, el jardinero sembraba unas semillas. No los interrumpió. Pero en su mente se abría una certeza luminosa:
Esos dos seres, sentados bajo la sombra, llevan en su alma un universo que los demás no pueden ni imaginar. Ella, etiquetada como autista, posee habilidades que el mundo aún no sabe valorar. Él, marginado como loco, ha aprendido a ser libre en su mente. Y juntos, sin proponérselo, enseñan lo hermoso que es mirar la vida desde otra frecuencia.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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