La historia del principio – contada por Melquíades
Dicen que los pueblos viejos tienen memoria larga, y yo no sé si la mía alcanza tanto, pero les contaré lo que a mí me contaron, y lo que yo mismo he sentido en estos montes, cuando el viento habla y los árboles murmuran como ancianos reunidos.
Muchos, muchos años atrás, cuando la gran ciudad flotaba sobre el agua como un castillo de luz, una guerra feroz la desgarró. No fue solo el acero lo que la destruyó, sino las enfermedades, la avaricia, y ese veneno que aún no se ha curado del todo: la sed de oro. En medio de aquel caos, tres princesas del pueblo originario escaparon. Iban huyendo de la muerte con algo más valioso que los tesoros: llevaban vida en su vientre.
Vinieron a refugiarse aquí, entre estos montes nobles, donde el río canta y la tierra no traiciona. Aquí, entre los animales que, aunque no hablan, se comportan mejor que muchos hombres, encontraron un nuevo principio. Las tres estaban embarazadas de señores principales, hombres valientes que murieron defendiendo la gran ciudad. Esos hijos nunca conocerían a sus padres, pero llevarían en la sangre su fuerza.
Una de ellas dio a luz a dos gemelos, y las otras dos, a niñas sabias y fuertes. Las montañas los protegieron como abuelos silenciosos; el llano les enseñó a correr libres; el río les dio palabras, y el bosque, secretos. Crecieron como hijos de la naturaleza, respetando al sol y al viento, aprendiendo que la tierra es sagrada porque guarda los huesos de todos los que han danzado en la fiesta de la vida.
Y así, con respeto, alegría y trabajo, fundaron este pueblo. De ellos nacieron hijos y luego nietos, y de generación en generación fuimos aprendiendo que el ser humano no viene al mundo a mandar, sino a escuchar, a aprender, a hacer su parte con humildad. Nos dejaron una enseñanza sencilla, pero poderosa: que ningún oficio es pequeño si se hace con dignidad; que no debemos causar daño, porque eso nos hace dignos; que quien camina con respeto, nunca camina solo ni con miedo.
Por eso, cuando ustedes caminan por estas calles de tierra y ven las casas con sus colores, o escuchan nuestras canciones antiguas en las fiestas, sepan que no es folclor: es memoria viva. Aquí todavía se respira nobleza, porque no se ha olvidado de dónde venimos.
Nosotros, los que llegamos hablando fuerte, creyendo que traíamos respuestas, nos quedamos en silencio. Y en ese silencio nació el respeto. Entendimos que estábamos frente a algo verdadero, antiguo y valioso. Pensamos entonces que ese pueblo, con su historia, con su dignidad, aún tenía mucho que decirle al mundo.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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