“El que le estira la pata”
Decía don Melquiades, mientras se acomodaba su sombrero de palma:
—ya me contaron que anda entrevistando a la gente, se ve que es muy curios, espero que sea para bien.
A su lado estaba Fabio, un hombre que venía de la ciudad con su saco caro, sus zapatos brillosos y un celular que parecía control remoto de nave espacial. Trabajaba en una gran cadena de medios. Él no daba las noticias, pero decía qué debía decirse. Su lema no escrito era: “No importa si es verdad, importa si vende”.
Llegó al pueblo buscando “historias humanas” para un programa. Melquiades le ofreció una, con café en mano.
—aquí contamos muchas historias alrededor de la fogata por las noches, cargadas de chistes, misterio, aventura, románticas, pero las de fantasía son lo que más atrae a la gente, como que las mentiras si son buenas no ofenden y nos hacen soñar
Fabio se rió:
—Bueno, viejo, eso pasa en todos lados. Así funciona el negocio.
Melquiades lo miró con seriedad de la que duele diciendo, si pero aquí se sabe que esas mentiras son para divertir y pasar un rato agradable ,pero a ti
—¿te parece normal? —preguntó—. Decirle a la gente que la guerra es por la paz. Que el culpable era el muerto. Que el veneno era medicina. Que la tierra no se calienta. Que el pobre es flojo. Que el rico es ejemplo. ¿Eso es normal? Qué tal producto es excelente cuando sabes que puede causar daño?
Fabio respondió:
—Es lo que la gente quiere oír, viejo. Nosotros solo damos lo que piden.
Melquiades chasqueó la lengua.
—Pos claro, y los del matadero dicen lo mismo: “La vaca caminó solita”. Pero tú le estiraste la pata, muchacho. Y lo sabes.
—¿Y tú qué harías, sabio de pueblo?
—Hablaría con verdad, aunque no me pagaran. Y si tuviera miedo, al menos me callaría… pero no envenenaría a los demás con mis miedos disfrazados de noticias.
Fabio bajó la vista por un segundo. Pero solo por un segundo. Luego sonrió, sacó su celular y dijo:
—Viejo sabio da lección de vida. Eso vende. Me has dado una gran idea ¿Te importa si lo grabo?
Melquiades suspiró, se levantó y mientras se alejaba dijo:
—Eso es lo jodido del infierno, Fabio… que hay quien lo encuentra tan cómodo, que hasta lo adorna con cortinas y dice que es su oficina. Haces que el remedio sea peor que la enfermedad.
Mejor es que te vayas antes de que se te aparezca el diablo, porque aquí somos de mecha corta y si se enteran de lo que eres y haces te pueden sentar en un hormiguero o en un montón de huizaches
Flavio se fue más rápido que un pestañeo .
JuanAntonio Saucedo Pimentel
No hay comentarios:
Publicar un comentario