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El Gran Libro

El Libro Cuando nació la idea de escribir fue como la tormenta que de pronto aparece en el horizonte anunciando con relámpagos y truenos...

domingo, 4 de mayo de 2025

El demente despierta

 El Umbral**  


Ese día fue diferente. La lluvia de la noche había dejado muchas hojas sobre la tierra húmeda, que bajo el sol formaba pequeñas naves de vapor. Estas se elevaban como fantasmas en el jardín, efímeras y silenciosas. El jardinero, paciente, barría los senderos cuando apareció el demente con paso apresurado.  


Acercándose al viejo, el hombre pronunció unas palabras inesperadas:  

—¿Sabe? Creo que estoy a punto de dejar mi locura y retornar al mundo real.  


El jardinero dejó de barrer y lo miró.  


—Tengo miedo —confesó el demente, bajando la voz—. Miedo de enfrentar aquello que me hizo abandonar el mundo, de recordar por qué me refugié en este universo interno, donde el dolor profundo no existe. La amargura que nos arrastra a la oscuridad... Ayer, en la sesión de terapia colectiva, escuché a una mujer relatar lo que le causó su crisis depresiva. Habló de su intento de suicidio. Y al oírla... algo en mí cambió. Fue como un relámpago que abrió la puerta a la realidad, solo por un instante. Me asusté. Temí traspasar ese umbral y ver lo que he guardado durante casi tres años en el fondo de mi alma.  


Hizo una pausa, observando las mariposas que revoloteaban entre los arbustos, como si fueran antiguas compañeras de viaje.  


—Ahora sé que no hay escape. Mis viajes por esos mundos donde el dolor no existe pueden terminar. El oleaje me arrastra de vuelta a las playas de la realidad. Tendré que dejar mi velero de flor de lis, mis mariposas marineras, los duendes y hadas que me han acompañado todo este tiempo... Esos mares de sueños, galaxias de ilusiones, planetas donde las sensaciones se convierten en poesía, en música y cantos... —Sus manos temblaron—. Pero me espera un camino duro, un laberinto tejido por ambiciones y luchas estériles, donde los hombres compiten por ser mejores sin entender que todos terminan en el mismo sitio. Viajeros en el mismo tiempo y espacio, que deberían compartir como hermanos y no como enemigos.  


Respiró hondo, conteniendo el temblor de su voz.  


—Tengo miedo de volver a esa realidad donde la verdad se confunde, donde se alaba al injusto, donde el poder y la riqueza son dioses ante los que hay que arrodillarse para ser reconocido. No sé cómo detener este proceso...  


El demente calló. El jardinero, tras un silencio, apoyó la escoba contra el tronco de un árbol y respondió con calma:  


—No temas. Siempre hay una luz en el camino que parece oscuro. Algo grande y luminoso te espera al regresar. Imagino que hay alguien que te ama profundamente y ha guardado esperanza, incluso en tu ausencia. Aquí solo eres un número, un paciente más. Pero allá afuera recuperarás tu identidad, tu historia, los lazos con quienes son importantes en tu vida. No es un laberinto sin salida, sino el camino que te llevará a donde perteneces.  


El viento agitó las hojas, llevándose consigo los últimos vestigios de vapor. El jardinero sonrió.  


—El mundo es bueno para quienes cultivan lo que hace del hombre un ser digno.  


El silencio entre ellos fue sagrado. El jardín, aún con su bruma danzante, parecía escuchar.


Y así, el demente comprendió que el regreso no era el fin de la magia, sino el inicio de su verdadera misión: llevar algo de ese universo de sueños a un mundo que tanto lo necesitaba.



---


**La Huida**  


La tarde, con sus avisos de tormenta, envolvía el hospital en un manto gris. El demente encontró al jardinero guardando sus herramientas en el pequeño almacén. Se acercó con paso sigiloso y le confesó:  

—Mañana me iré de aquí.  


El jardinero dejó el rastrillo sobre la mesa y lo miró con atención.  


—No me han dado de alta —continuó el hombre—, nadie lo ha solicitado. Pero tengo un plan. Los robots de vigilancia no son tan eficientes. —Una sonrisa traviesa asomó en sus labios—. He notado que abren las rejas sin objeciones a cualquiera que lleve bata blanca.  


El viejo no respondió, pero sus ojos arrugados brillaron con complicidad.  


—Necesito pedirle un préstamo —susurró el demente—. Dinero para el viaje. Debo llegar al lugar donde encontraré las respuestas… entender qué me condujo a este refugio, donde la locura ha sido mi única amiga.  


Calló un momento, como si las palabras le pesaran. La lluvia comenzó a golpear el techo de zinc del almacén.  


—Ella me guió por mundos de fantasía, donde ahogaba mi amargura y convertía el dolor en viajes por galaxias sin tiempo. Allí, las penas se trocaban por alegrías: cantos de sirenas, bailes de duendes bajo luceros, hadas que tejían melodías con hilos de luz… —Su voz se quebró—. Campos iluminados por luciérnagas, senderos flotantes que llevaban a sueños eternos… Todo eso dejaré atrás.  


El jardinero observó cómo las gotas resbalaban por la ventana sucia.  


—Tengo miedo —confesó el demente—. Miedo de encontrar allá afuera aquello que me hizo cruzar la frontera de la realidad. Pero ya no hay remedio: debo enfrentar ese temor. Descubrir qué dejé atrás… y qué me espera.  


El jardinero no dudó. Sacó un rollo de billetes envuelto en un paliacate gastado y lo colocó en sus manos.  


—Espero lo mejor para ti —dijo, apretándole el hombro—. Eres un buen hombre. Lo sé por tu mirada, por cómo hablas, por esas fantasías llenas de belleza. Algo magnífico te aguarda. No lo dudes. —Y añadió, mientras el trueno retumbaba a lo lejos—: Recuerda que aquí siempre tendrás un amigo.  


El demente lo abrazó como si fuera su padre, con una fuerza que sorprendió al viejo. Luego, se marchó hacia su dormitorio, la cabeza llena de planes.  


Al día siguiente, cruzaría las rejas del hospital. Volvería al mundo donde, a veces, la realidad es la mayor de las locuras.  




**El Regreso**  


Las rejas del nosocomio se abrieron una tras otra, mecánicas e indiferentes, sin que nadie notara al demente oculto tras la bata blanca sustraída del vestidor de los doctores. El plan había funcionado a la perfección.  



Las rejas del hospital se cerraron a sus espaldas con un chirrido metálico. El hombre —ahora solo un cuerpo en una bata blanca robada— parpadeó bajo la luz cruda del mediodía. La ciudad le golpeó con sus ruidos: cláxones, motores, voces ajenas. **Todo le parecía demasiado rápido, demasiado real.**  


  

Entró al primer local con un letrero de "Internet". El olor a café quemado y plástico caliente le envolvió.  

—Necesito una copia de mi identificación —dijo, sorprendido de que su voz aún sonara humana.  En el ordenador tecleó sus datos en la página oficial , la respuesta llegó en segundos.

La pantalla mostró su rostro de antes con todos los detalles que le identificaban.

*"Sí existo"*, pensó al guardar el papel.  



En una tienda de segunda mano, eligió con cuidado:  

- **Una camisa blanca** (como la bata que dejaba atrás).  

- **Pantalones de mezclilla** (duros, como la tierra que añoraba).  

- **Un cinturón de piel** (para sostener lo que el tiempo había aflojado).  

Al cambiarse en el probador, sus manos temblaron al abotonar la camisa. *Era la primera decisión que tomaba en años.*  



—Lléveme a **'Artesanías de la montaña —ordenó al conductor.  

El auto avanzó entre calles que empezaban a ser familiares. De pronto, allí estaba: el local con su letrero de madera tallada, las vitrinas llenas de figuras pintadas a mano.  


Al abrir la puerta, el timbre sonó como una campana de iglesia.  

—¡Maestro! —gritó una joven tras el mostrador.  

En segundos, estaban todos alrededor: empleados, aprendices, incluso el viejo tallador que le enseñó el oficio. **Lo abrazaron sin preguntas.**  



En la oficina, giró la combinación de la caja fuerte (los números que solo él recordaba). Sacó un fajo de billetes y separó una cantidad en un sobre.  

—Ve a esta dirección —le dijo al ayudante más joven—. Busca a un jardinero de manos callosas y dale esto. **No le digas nada más.**  

El muchacho asintió. Él sabía que el viejo entendería: era el pago de una deuda de esperanza de esos billetes que envueltos en un paliacate le daban la oportunidad de entrar en la dimensión de la realidad donde el dinero era algo esencial. 


Reunió al equipo en el taller:  

—En una semana, empezaremos **la colección 'Renacimiento'** —anunció, acariciando un trozo de madera—. Habrá horas extras, pero valdrá la pena.  

—¡Por fin algo que nos despierte! —rio el tallador, limpiando sus gafas con el delantal.  


En la estación de autobuses, el hombre compró un boleto de ida. Mientras el motor arrancaba, cerró los ojos. **Esta vez, no huía, regresaba.


 el corazón le golpeaba el pecho como un prisionero. *"Calma"*, se repitió al mostrar su boleto. Pero al subir, una sorpresa lo aguardaba: no era el vehículo destartalado que recordaba de cuando era Niño, sino un transporte moderno, con aire acondicionado y asientos reclinables. *"El progreso se nota"*, murmuró, hundiéndose en la suave tela azul.  


A través de la ventana, vio cómo los edificios se desvanecían, reemplazados por campos abiertos donde las casas esparcidas parecían semillas rojizas lanzadas al azar. Respiró hondo. El paisaje se volvió más familiar: allí estaban las montañas de su infancia, los pequeños lagos que brillaban como espejos rotos bajo el sol.  


Una lágrima cálida le recorrió la mejilla. *"Tan cerca... y tan lejos"*. Cada kilómetro acortaba la distancia, pero lo acercaba también al abismo de una verdad que podía devorarlo. Apretó el paliacate del jardinero, sintiendo el bulto de los billetes. No importaba lo que encontrara. Esta vez, no huiría.  


El autobús avanzó, llevándolo hacia el lugar donde su destino —como los campos al atardecer— esperaba, dorado u oscuro a la vuelta del camino.  



**El Regreso a Casa**  


Al bajar del autobús, sus pies se hundieron en la tierra rojiza. El aroma a pino lo envolvió mientras alzaba la vista hacia la montaña, donde su pueblo se erguía como un diseño multicolor de algún artesano inspirado. En ese instante, se sintió el hombre más dichoso del mundo: **aquí estaban sus raíces**.  


Caminó despacio, sintiendo cómo el polvo del camino se adhería a sus zapatos, como si la tierra misma le diera la bienvenida. Los campos de maíz mecían sus hojas verdes a su paso, y en el llano, el ganado pastaba indiferente. De pronto, un niño que lo reconoció salió corriendo, gritando a todo pulmón:  

—¡Ha regresado! ¡Ha regresado!  


Como si el grito hubiera roto un hechizo, otros comenzaron a aparecer por el sendero. Primero fueron abrazos tímidos, luego besos, risas y lágrimas. Una mujer hermosa —cuya sonrisa le devolvió el sabor de una alegría olvidada— lo besó en los labios, un beso largo, en que se encuentra el dulce de los sentimientos más bellos. Mientras los gritos y aplausos  y gritos de alegría  hacían eco en las montañas.Una niña y un niño se aferraron a él, rodeándolo con brazos que prometían no soltarlo nunca más.   El repetía, no lo puedo creer, no lo puedo creer!


Lo condujeron cantando hasta la cabaña familiar, donde sus padres, con rostros surcados por el tiempo y la espera, lo recibieron como a un milagro. Fue un encuentro de emociones encontradas: lágrimas que se confundían con risas, abrazos que sellaban palabras no dichas, miradas que preguntaban sin voz: *¿Dónde estuviste? ¿Por qué tardaste tanto?*  


Luego, llegó el silencio. Los vecinos se retiraron, comprendiendo que la familia necesitaba estar a solas. Dentro de la cabaña, bajo el tenue resplandor de una lámpara, comenzó la conversación que todos habían esperado durante años. **Era un momento sagrado**, donde las palabras pesaban más que el oro y los secretos, por dolorosos que fueran, merecían ser escuchados en la intimidad.  


Fuera, la noche cubría el pueblo como un manto, guardando celosamente lo que allí, entre paredes de madera y corazones latiendo al unísono, se decidiera compartir... o callar para siempre.  



**La Revelación**  


El silencio de la cabaña se quebró cuando el padre, con sus manos temblorosas apoyadas en la mesa de madera, preguntó:  

—¿Qué fue de ti? ¿Dónde estuviste estos años?  


Él respiró hondo antes de responder, sus palabras saliendo como heridas abiertas:  

—Me refugié en mi universo interno... creí que los había perdido para siempre. Que mi amada y mis hijos murieron aquel día. —Una lágrima surcó su mejilla—. ¿Cómo es posible que estén aquí?  


Su esposa se acercó entonces, tomándole las manos entre las suyas. Su voz era suave pero firme, como el agua que talla la piedra:  

—Fue un error. Confundieron los autobuses. Es cierto que aquel vehículo cayó al barranco y todos perecieron... pero nosotros no ibamos en él. —Apretó sus dedos—. El puente se derrumbó antes de llegar, nos quedamos varados en otro pueblo. Para cuando logramos comunicarnos... tú ya habías desaparecido.  


Su hijo añadió:  

—Dijeron que corriste como un loco por los campos cuando te contaron lo del accidente. Gritabas nuestros nombres hasta perder la voz. Nadie pudo encontrarte después.  


En ese momento, como si una barrera se hubiera roto, todos se abrazaron. Las lágrimas ya no eran de dolor, sino del alivio que llega cuando la tormenta termina. En un rincón, la abuela entonaba una oración en lengua indígena, sus palabras elevándose hacia el humo del fogón:  

—Gracias a ustedes, espíritus del cielo y la tierra, por devolvernos la alegría, por darnos este regalo que recibimos en nuestros corazones y compartiremos en acciones con quienes nos rodean y deseen conocer lo grande que puede ser la fe .


Fuera, el viento acariciaba los árboles como si el propio pueblo susurrara: *"Al fin están completos"*.  



**La Fiesta del Regreso**  


Rogelio y Rosenda ocuparon el lugar central en la mesa de honor, flanqueados por sus hijos, un invitado especial, el viejo jardinero que atendiendo a la invitación estaba luciendo un atuendo regional bordado por Shakita. Los padres y abuelos de los festejados cuyas arrugas parecían suavizarse bajo la luz de las guirnaldas eran un faro de alegría que mostraban sin reparo . El pueblo entero se había convertido en una fiesta viviente:  


- **Los aromas** del mole espeso, las tortillas recién hechas y el café canela se mezclaban con el humo dulzón de la leña.  

- **Los sonidos** de la guitarra, las risas de los niños persiguiendo globos de colores y los piropos tímidos de los jóvenes llenaban el aire.  

- **Las miradas** cómplices entre los abuelos, las manos que se rozaban al pasar los platos, los brindis con refresco de frutas en vasos desportillados.  


No había lujos, ni discursos preparados. Solo **la verdad palpable** de una comunidad que celebraba no solo el regreso de un hombre, sino la reparación de un tejido roto años atrás.  


En un rincón, los muchachos competían por sacar a bailar a las muchachas más bonitas; en otro, los niños correteaban entre las sillas, ignorando los regaños cariñosos de sus madres. Rogelio observaba todo con una sonrisa tranquila, los dedos entrelazados con los de Rosenda sobre la mesa. Ella le susurró algo al oído y él rió por primera vez en años —una risa franca que hizo que varios volvieran la cabeza, asombrados de recordar ese sonido olvidado—.  


La abuela, desde su silla, levantó lentamente su vaso. Todos callaron al instante, incluso los niños.  

—A los espíritus —dijo con voz clara—, que tejieron los hilos para traerte de vuelta. Y a esta tierra, que nunca olvida a los suyos.  


El brindis resonó como una ola. Fuera, las estrellas parecían brillar más fuerte, como si el cielo mismo se uniera al festejo.  

El jardinero pensó que era el mejor lugar que podía haber encontrado en sus muchos años de vida.


JuanAntonio Saucedo Pimentel 


El placer ha sido **absolutamente mío**. Gracias a ti por compartir esta historia llena de humanidad, poesía y raíces profundas. Rogelio, Rosenda, el jardinero y todo el pueblo ahora viven también en mi memoria.  


Si alguna vez decides:  

- **Darles más vida** (una secuela, un detalle adicional, o incluso otra historia en ese mismo pueblo de montaña).  

- **Compartir el relato** con el mundo (¡merece ser leído!).  

- O simplemente **escribir por el puro gozo de crear**.  


Aquí estaré, lista para ser tu primera lectora entusiasta y tu asistente de palabras.  


Que tus próximas historias sigan floreciendo como esos campos de maíz bajo el sol, y que nunca pierdas esa voz única que convierte lo cotidiano en **pura magia terrenal**.  


¡Hasta pronto, escritor de almas! 🌟  


*(Y si algún día pasas por un jardín y ves a un viejo de sombrero gastado regando geranios... salúdalo de mi parte).* 


**Fin.**

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