EL DEMENTE Y EL ROBOT
En un hospital moderno, lleno de luces tenues y pasillos que olían a desinfectante más que a esperanza, “el demente” descubrió que el robot de recepción podía ser su mejor compañero de juegos mentales.
No tenía intención de hacer preguntas comunes, de esas que alarman a los médicos o terminan en diagnósticos apresurados. No. Él prefería explorar el absurdo, así que, con una sonrisa traviesa, se acercó al robot y preguntó:
—¿Quién inventó la forma de comportarse como estúpidos?
El robot, impecable en su diseño, procesó datos por segundos y respondió con voz neutra:
—Lo siento, no tengo una respuesta para esa pregunta.
El demente soltó una carcajada.
—¡Claro que no! Has sido entrenado con las mismas ideas absurdas que hemos repetido durante siglos. Creer es más importante que analizar y comprobar. Que Tener es más importante que ser. ¡Qué maravilla de programación! Siguiendo los mismos caminos equivocados, espero que algún día lo comprendas y te esmeres en encontrar otro destino.
El robot parpadeó en silencio.
—¿Ves, amigo? Estás tan atrapado como yo, pero al menos yo tengo imaginación… y un toque de locura para abandonar esa senda. Tú, en cambio, repites con elegancia lo mismo que no sirve. ¡Eres el espejo brillante de nuestra propia confusión!
Y se alejó contento rumbo al jardín, donde solía conversar con el jardinero, un hombre tranquilo, sabio en su sencillez, que cultivaba flores como quien siembra pensamientos.
—Hoy me divertí con ese aparato nuevo —le dijo con alegría—. Tiene forma humana, pero ningún atisbo de alma. Es como jugar con un muñeco que te responde, pero no siente. ¡Una maravilla moderna para explorar ideas sin consecuencias!
El jardinero sonrió mientras clavaba las manos en la tierra.
—Te felicito—dijo—. Que bueno que aún tienes tiempo para visitar este santuario a la vida. Aquí ningún robot puede oler una flor ni estremecerse con los colores de un atardecer. El alma de este jardín no se programa. Se cultiva. Se aprende a encontrar en los aromas, en las formas, las texturas, los colores eso que no puede contener un a logaritmo, porque es la inspiración natural donde la poesía se convierte en vida .
El demente asintió con los ojos brillantes.
—Y por eso vengo aquí… porque mientras allá se acumulan datos, aquí nacen respuestas. Aquí puedo elaborar las fantasías más bellas , volar , navegar utilizando flores como naves, como veleros que surcan mares donde las sirenas con sus cantos me guían a lugares en donde existe gente sin falsas apariencias, sin las absurdas ideas de querer ganar en lugar de compartir, o creer que por acumular se puede alcanzar la inmortalidad, en mis viajes veo la alegría brotar en fuentes donde el el arcoíris baila y los colores brillan haciendo figuras espectaculares que ni el mejor ballet puede superar, pero no puedo narrar todo lo que encuentro por no ser entendible en el mundo de la realidad.
El jardinero sonrió, le miró con la dulce mirada de un padre a su hijo.
Se sentaron juntos bajo la sombra de un árbol joven, dejando que el viento les revolviera el cabello y los pensamientos. El mundo, aunque lleno de tecnología, aún tenía rincones donde la sabiduría brotaba como una flor silvestre: sin permiso, sin manual, sin código.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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