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viernes, 2 de mayo de 2025

Un sueño revelador

EL MERCADO INVISIBLE


En el pabellón norte del hospital, donde las puertas tienen seguro por dentro y las ventanas apenas dejan entrar la brisa, el demente es visto con recelo por los visitantes , No porque hiciera daño, sino porque hablaba con las nubes, escuchaba a las piedras y, a veces, sonreía en medio del silencio como si alguien le contara un secreto.


Una noche, mientras el mundo dormía con bata blanca, él soñó. Soñó que caminaba por un inmenso mercado, no de frutas ni de baratijas, sino de emociones. Bajo toldos color esmeralda, la gente dejaba sus odios a cambio de ternura. En puestos adornados con girasoles, se cambiaban los miedos por coraje, y un letrero bordado decía: “Aquí se aceptan lágrimas. Valoramos los sueños rotos.”


Un niño ofrecía alegría envuelta en papel de estraza. Una mujer vieja dejaba su rencor sobre una balanza y se llevaba perdón en un pañuelo bordado. Nadie discutía. Nadie juzgaba. Allí todo tenía el valor del alma.


Él caminó maravillado, sintiendo por primera vez en años que el mundo podía ser distinto.


Pero entonces, despertó. Justamente cuando alguien le explicaba en que se utilizaban todas esas cosas que intercambiaban .


Lo hizo con la voz metálica del robot enfermero que, como cada mañana, repetía:


—Hora del control de signos vitales.


Y en medio de cables, luces frías y protocolos, el demente miró a su asistente de titanio y le preguntó, sin miedo:


—Oye, ¿tú crees que los humanos son realmente inteligentes?


El robot, sin levantar la mirada de su escáner, respondió con precisión quirúrgica:


—Los humanos han creado máquinas que responden a preguntas complejas, pero aún no han aprendido a preguntarse por qué viven como si todo fuera eterno. Eso no parece muy inteligente.


El demente lo miró fijo. Sintió que esa frase venía de otro mundo. Tal vez del mercado. Tal vez del corazón de una máquina que, sin querer, le había dado la respuesta que buscaba.


Más tarde, fue al jardín del hospital, donde lo esperaba su único amigo: el jardinero. Un hombre callado, de sombrero ancho y manos curtidas, que hablaba poco pero sabía escuchar mucho.


Sentado entre macetas de albahaca y bugambilias, el demente le contó su sueño, el mercado, los intercambios, y la respuesta del robot.


El jardinero se quitó el sombrero, lo colocó sobre las rodillas y dijo:


—Pues yo creo que soñaste con un lugar real… uno que aún no aparece en los mapas, pero que vive en los que no han olvidado sentir. Y si una máquina te dio una verdad, fue porque alguien que sabía amar la sembró en su memoria. A veces los locos, los niños y los árboles entienden cosas que los sabios olvidan.


Y ahí se quedaron los dos. Uno recordando el mercado invisible. El otro sembrando albahaca.


En silencio.


Como hacen los que saben que la verdadera inteligencia… florece si se cultiva como un jardín, sembrando las semillas adecuadas, cuidándolo con esmero para qje de los dulces frutos en las acciones, en las enseñanzas que se esparcen como lo hace el polen con el viento.

JuanAntonio Saucedo Pimentel 



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