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sábado, 17 de mayo de 2025

El duende del bosque encantado

**El último festival de los duendes**


Cuenta la leyenda que en un rincón escondido del mundo existió un pueblo antiguo donde cada año se celebraba con gran alegría el Festival de los Duendes. La tradición era tan arraigada que nadie recordaba su origen, solo sabían que debían adentrarse en el Bosque Encantado vestidos con coloridos disfraces, llevando mesas, tiendas, comida y música alegre, dispuestos a festejar bajo las ramas de los árboles centenarios.


Pero en aquel bosque vivía un duende cuyo nombre nadie conocía. Pequeño, veloz y silencioso, había observado por años cómo los humanos llegaban con sus fiestas estruendosas, cortando ramas, aplastando flores y espantando a los animales. Lo peor no era el ruido o la música, sino la falta de respeto hacia la naturaleza. Los claros se llenaban de basura, las raíces quedaban al descubierto, y los seres del bosque tenían que huir de su propio hogar.


Una noche, mientras los preparativos del festival resonaban incluso en lo más profundo del bosque, el duende decidió actuar. No quería hacer daño, pero tampoco podía permitir que siguieran lastimando su hogar.


Reunió hierbas antiguas, gotas de rocío recogidas bajo la luz de la luna nueva, ramas caídas de roble y un trozo de cristal que brillaba como estrellas congeladas. Con manos firmes y corazón tranquilo, tejieron un hechizo tan antiguo como el bosque mismo.


Al día siguiente, los aldeanos llegaron como siempre, riendo y gritando, extendiendo manteles sobre la hierba, colocando luces y encendiendo altavoces que hacían temblar el aire. Pero algo extraño comenzó a suceder: las sombras se alargaban sin razón, los colores parecían demasiado intensos, y el aire olía como si estuvieran respirando recuerdos olvidados.


De repente, el suelo vibró suavemente, y los árboles parecieron moverse. Las luces parpadearon y se apagaron. Un murmullo de inquietud se extendió entre los asistentes. Algunos pensaron que era parte de la celebración, otros sintieron un escalofrío que les recorrió la espalda.


Fue entonces cuando apareció el duende.


No como una criatura pequeña y traviesa, sino como una figura alta y luminosa, cubierta por hojas doradas y ojos brillantes como luciérnagas. Se alzó frente a ellos y habló con una voz que resonaba como el viento entre las ramas:


—Este bosque no es solo vuestro. Es el hogar de muchos seres que no hacen ruido, que no piden nada, pero que también tienen derecho a vivir en paz. Vuestra alegría no debe convertirse en dolor para otros.


La multitud quedó en absoluto silencio. Nadie se atrevió a hablar.


—Por eso —dijo el duende—, este será el último festival que celebraréis aquí. Si volvéis, ya no encontraréis el bosque encantado, ni el camino que hoy seguisteis. Será como si nunca hubiera existido.


Y así fue. Cuando los aldeanos despertaron al día siguiente, el bosque había desaparecido. En su lugar, solo quedaba un campo de flores silvestres y una brisa suave que cantaba historias apenas audibles.


Nadie supo adónde fue el Bosque Encantado, ni cómo volver a encontrarlo. Solo los más ancianos recordaban vagamente su entrada, pero juraban que al acercarse al lugar, todo se volvía confuso, como si el mundo entero les dijera que no debían seguir adelante.


Desde entonces, en el pueblo se cuenta que el bosque regresará algún día, cuando los humanos aprendan a escuchar, a respetar y a compartir la tierra con todos los seres que la habitan.


Y quizás, muy en el fondo de los sueños de algunos niños curiosos, el duende sigue ahí, esperando el momento justo para dejar que el Bosque Encantado vuelva a mostrarse…


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