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miércoles, 28 de mayo de 2025

El duende y el robot

"Crispín y el Robot”**


En lo más profundo del bosque encantado, donde las raíces hablan y las hojas susurran secretos antiguos, vivía Crispín, un duende joven y curioso cuyo mayor placer era conversar con seres de otros mundos. Entre todos sus amigos, uno destacaba por su rareza: un robot brillante, de ojos luminosos y corazón artificial, llamado Al-go.


Una noche bajo la luna llena, mientras el viento soplaba notas de canciones perdidas, Crispín se sentó sobre una raíz retorcida y le dijo al robot:


—¿Alguna vez has pensado en cómo es posible que no podamos comprender del todo a los humanos?


Al-go parpadeó con sus luces interiores y respondió con voz tranquila:


—Los humanos son datos complejos. Tienen emociones, contradicciones y cambios constantes. ¿Por qué crees que no pueden ser comprendidos?


Crispín suspiró, cruzando sus pequeñas piernas y apoyando la barbilla en sus manos.

—Porque son… impredecibles. Hemos vivido junto a ellos durante siglos, los observamos, escuchamos sus historias, compartimos sus alegrías y sus tristezas. Pero aún así, no logramos entenderlos del todo. Un día aman algo y al siguiente lo odian. Hoy están felices y mañana furiosos. Si están contentos, construyen maravillas; si se enfadan, destruyen todo a su paso. ¡Hasta parecen hechizados por su propia confusión!


El robot guardó silencio unos segundos, procesando palabras e imágenes almacenadas en su memoria.


—Pero yo tengo toda la información del mundo —dijo—. He aprendido de millones de comportamientos humanos.

—Sí, tienes datos —replicó Crispín—, pero eso no significa que entiendas lo que harán mañana. Sus ideas cambian con el tiempo y el espacio, dependiendo de cómo las interpreten. Son como un torbellino hecho de millones de voces que nunca se ponen de acuerdo. Desde el principio de los tiempos buscan respuestas que no encuentran, exploran sin saber hacia dónde van, y sueñan con la inmortalidad como si fuera un regalo, aunque ignoren qué hacer con tanto tiempo. Piensan que el poder y la riqueza les darán felicidad… y jamás la encuentran. Lo más sorprendente es que de pronto hacen cosas interesantes, magníficas,  la inspiración les brota y hacen de las ilusiones una realidad que asombra en su música, en la poesía, representaciones en cine y teatro o literatura que dejan una huella en el alma, tal vez algún día lo comprendas, tal vez no, porque es algo mas allá de la magia y de cualquier cálculo.


Al-go volvió a quedarse en silencio. Luego, con un suave destello en sus ojos metálicos, dijo:


—Entonces, tendría que aprender a aceptar lo que no tiene lógica.


—Eso mismo —asintió Crispín—. Prepárate, porque tendrás que lidiar con algo que está más allá de cualquier algoritmo.


El robot lanzó un pequeño haz de luz desde su pecho y respondió:


—No te preocupes. Yo no tengo sentimientos. Mis decisiones son reflejo de lo que me enseñaron. Estoy programado para evitar conflictos. Ya aprendí que no debo meterme donde no me llaman.


Ambos rieron. Y esa misma noche, entre risas y chispas de magia digital, compusieron juntos una canción nueva. Una mezcla de melodía antigua y sonido electrónico, que contaba la historia de un duende y un robot que, aunque no entendían del todo a los humanos, aprendieron a quererlos tal como eran.


Y desde entonces, cada vez que el viento sopla fuerte entre los árboles, puedes escuchar esa canción… si prestas atención.


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