“Sky, el perro que sabía demasiado”
Hace un tiempo me hice amigo de un duende. En realidad era como parte de la familia, mi abuelo lo había atrapado, le concedió un deseo, se quedó en casa para hacerle compañía, platicaban y reían por las tardes, me lo presentó cuando yo tenía unos ochos años, mi abuelo falleció pero el duende se quedó en el jardín, yo heredé esa casa y algunas veces platicamos, un día se me ocurrió comentarlo con un amigo y me dijo que eso es bien conocido como esquizofrenia , así que me lo guardo sin más comentarios , pero a ustedes les voy a contar de ese duende.
Sí, un duende.
Vive en el jardín frente a mi casa, entre los helechos y unas macetas viejas que ya no regaban ni las hormigas. Es pequeño, simpático, con voz de pito y una risa que parece sonar dentro de una lata. Pero sobre todo… es mágico.
Un día, mientras conversábamos, le dije:
—Oye… ¿crees que podrías ayudarme a entender qué piensa mi perro?
Sky, mi perro, ha sido mi compañero de años. Pero justo el día anterior, mientras arreglaba el tejado de la cochera… se me resbaló el martillo.
cayó directo en su cabeza.
Sky me miró con esos ojos grandes, como diciendo:
”¿De verdad eres mi amigo?
Sentí tanta culpa que me dije: “tengo que saber qué piensa de mí, aunque me duela”.
El duende sonrió con picardía, hizo unos movimientos raros con las manos —como si tejiera invisible— y apuntó su dedo índice a Sky. En ese instante… pude escuchar sus pensamientos como si hablara por un altavoz dentro de mi cabeza.
Y lo que oí fue esto:
“Mi amo… es un hombre que quiere hacerlo todo.
Como si fuera un comodín de oro.
Corre del trabajo a la casa de su novia, de la novia a casa de su mamá, y de ahí… a la biblioteca. Porque claro, tiene que investigar cosas importantes para su trabajo.
Llega a casa molido, me da una palmada en la cabeza y dice:
—Amigo, qué bueno que no eres humano.
Se sirve una copa de vino, se acuesta… y duerme como tronco talado.
A las cinco de la mañana suena ese aparato infernal: el despertador. Se levanta medio atarantado, tropieza con la alfombra, va al baño, se mete a bañar, se viste siempre con lo mismo: ropa interior blanca,traje gris Oxford, camisa blanca, corbata seria, calcetines negros… y zapatos del mismo color, como si fuera funeral diario.
Mientras hace todo eso, calienta un sándwich en el microondas junto con el café. Sí, juntos.
Me da otra palmada en la cabeza y grita:
—¡Ya te dejé comida en tu bandeja, cuida la casa! Mientras balancea la mochila con los dispositivos, la laptop top que es como su piel, el teléfono su cerebro.
Luego corre al coche y grita que algún día viviremos en una cabaña junto al bosque, donde yo podré correr a mis anchas.
Pero por ahora, solo lo veo alejarse… con cara de angustia.
En la noche vuelve igual, o peor. Y lo más chistoso es que cree que el domingo descansa…”
Y ahí, Sky siguió, como si fuera un documental de mi vida:
“El domingo tiene que sacar a pasear a su novia, llevar a su mamá al servicio religioso, mandar la ropa a la tintorería, pagarle a la señora que limpia la casa, ir por las compras de la semana…
¡Ah, y arreglar el tejado de la cochera que gotea desde hace tres meses! Por cierto que dejo caer el martillo sobre mi cabeza y ni perdón pidió !
Francamente, esto de ser humano parece una tortura con corbata.
Mi pobre amo… se está volviendo loco.
Y él ni cuenta se da.”
En ese momento, le dije al duende:
—Ya. No quiero saber más. Por favor.
Me despedí, le di una galleta de chocolate (que él aceptó con reverencia) y me fui a dormir.
Esa noche, mientras Sky roncaba a mis pies, solo pude pensar en una cosa:
Quizá era yo quien necesitaba una vida más simple… una vida de perro.
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