Platicando con el abellotada le comenté sobre un hombre que vive en el baldío, algunas veces se queda dormido en una banca del parque, sentado, como si estuviera exhausto, hace cualquier tare para ganarse algún alimento, pero no se ve triste.
El abuelo se quitó la gafas, las limpio con cuidado mientras acomodaba su ideas y me dijo, te voy a contar una historia.
Un hombre bueno, acostumbrado a brindar ayuda a los necesitados, recorría su ciudad buscando rostros que pidieran consuelo. Así llegó al centro, donde una figura conocida barría con calma las hojas de la acera. Era un hombre que alguna vez alguien le describió como excéntrico, quizá desvariado. Pero al verlo de cerca, no vio desorden ni desesperación, sino paz.
Movido por la compasión, el hombre bueno se acercó. Antes de que pudiera decir palabra alguna, el barrendero levantó la vista y, con voz tranquila, le habló:
—Amigo… no pierda su tiempo conmigo.
El hombre bueno se detuvo, sorprendido por la claridad de su tono.
—Tal vez le cause tristeza verme así —continuó el barrendero—. Un hombre en plena edad productiva, sano, sin ambicionar ser “algo más”. A ojos de muchos, solo un barrendero, ganando lo justo para comer, viviendo solo en un cuartito sobre la azotea de un edificio, sin familia, sin metas visibles.
Luego sonrió, no con amargura, sino con lucidez.
—Pero esta vida no me fue impuesta. Yo la elegí. Encontré en los libros a mis verdaderos amigos: ahí están todas las historias que los hombres y mujeres viven una y otra vez… tragedias, aventuras, desengaños, amores, guerras, ilusiones. ¿Para qué repetir lo mismo, si ya otros lo hicieron y lo siguen replicando?
El hombre bueno guardó silencio, atento.
—Decidí hacer algo distinto: vivir simplemente. Gozar la lluvia cuando me moja mientras silbo una tonada. Caminar sin rumbo fijo, sentir sin prisa, pensar sin miedo. Que digan que estoy loco… está bien. Yo sí sé que lo estoy, a diferencia de muchos que, sin saberlo, viven dormidos, creyendo que están despiertos.
El barrendero hizo una pausa breve, como si recordara algo.
—¿Sabes? A veces no hay mayor libertad que la de no tener que llegar a ningún lado.
La de no creer lo que otros tienen como sagrado, pensar dinstinto de cómo piensa la mayoría , caminar por senderos donde nadie transita
El filántropo curioso, le respondió:
—¿Y no le gustaría ser algo más? Tener una vida mejor, una casa digna, un nombre reconocido…
El barrendero soltó una breve risa, sin burla.
—¿Algo más? ¿Cómo quiénes? ¿Los que ambicionaron tanto que destruyeron selvas, pueblos, lenguas…? ¿Los que levantaron imperios sobre la sangre de los humildes? ¿Los que llenaron el mundo de plástico, humo y ruido en nombre del progreso?
El hombre bajó la mirada, un tanto desconcertado.
—No todo el que quiere superarse hace daño —murmuró.
—Es cierto —concedió el barrendero—. Pero hay que tener cuidado: no toda superación es verdadera. A veces, querer “ser más” no te hace mejor… solo te hace más ambicioso, más vacío, más esclavo de lo que otros piensan de ti. Mira lo que el mundo ha conseguido con sus grandes metas: un planeta enfermo, sociedades fracturadas, seres llenos de ansiedad por un futuro que ni siquiera saben si llegará.
El silencio se instaló por unos segundos, roto solo por el viento que arrastraba hojas secas.
—Y usted… ¿no tiene miedo de quedarse sin nada?
—No, Porque yo ya no deseo tenerlo todo. Aprendí a vivir con poco y encontrar en eso una paz que muchos millonarios envidiarían. Tengo mis libros, mis pensamientos, mis paseos bajo la lluvia. Elijo cada día lo que hago. ¿Y tú? ¿puedes hacer eso?
No me malinterpretes, si alguien te pide auxilio atiende su llamado, es un ser desesperado que se siente perdido y le puedes salvar.
Hay ejemplo de hombres ilustres que fueron reconocidos solo después de su muerte, terminaron en una fosa común, mientras otros malvados recibieron honores y se les tiene aún como un ejemplo a seguir.
Luego se volvió hacia el hombre bueno, con una expresión serena, casi paternal:
—Déjeme ser lo que deseo ser. No se preocupe por mí. Preocúpese por quienes no saben que se han dejado arrastrar, quienes no valoran lo que son ni lo que tienen. Yo no tengo nada, y sin embargo, no ambiciono otra cosa .
No es que me falte ambición, es que mi ambición es diferente, eso quiere decir que cada quien tiene del derecho a elegir lo que cree es correcto, tú sigue tranquilo, disfruta lo que eres y lo que tienes y no te preocupes por esos que, como yo, no pretenden ser como otros . Por si tienes más dudas te aconsejo que leas la historia de Diógenes.
El abuelo guardó silencio y yo fui directo a buscar la historia de ese filósofo al que le decían el cínico.
JuanAntonio Saucedo Pimentel
No hay comentarios:
Publicar un comentario