En el silencio de su cuarto, en la azotea de un edificio abandonado, el indigente lee un libro viejo que le regaló algún vecino compadecido, a quien alguna vez ayudó a barrer la banqueta. Es un libro con letras pequeñas, que narra la odisea de un hombre que quiso llegar al fin del mundo, cuando aún se creía que la Tierra era plana.
El vagabundo pensó que muchos emprendían esas aventuras buscando mundos con la imaginación, descubriendo cosas sorprendentes. Algunas de esas ideas se han convertido en inventos que han generado riqueza, comodidad, salud o entretenimiento. Esas exploraciones mentales, pensó, llegan más lejos que cualquier excursión por el mundo real. Son más profundas, más libres, más entretenidas.
Y él puede dar testimonio de ello, porque la mayor parte del tiempo se la pasa incursionando en sus propias ideas. En esos pensamientos que lo transportan a mundos imaginarios donde la gente es tranquila y feliz, porque ha comprendido que no es verdaderamente inteligente… y por eso mismo aprende a convivir cada día con aquello que es diferente.
Porque la diferencia, se repite a sí mismo, es lo que da sentido, belleza y profundidad a la existencia.
En esos mundos suyos, la gente ha aprendido que la tolerancia es esencial para vivir en paz, que no hay mejor manera de expresarse que guardando silencio cuando no se tiene nada bueno que decir, y que ser feliz es simplemente apreciar lo que uno es y lo que se tiene: disfrutar cada momento, convivir con quienes se ama y no meterse donde no lo llaman.
Imagina mundos donde la justicia se basa en compartirlo todo, sin ambicionar más de lo necesario, sin acumular por el simple deseo de sentirse superior. Allí, la ambición es un delito grave, castigado con la indiferencia de la comunidad. Lo mismo ocurre con quienes se creen sabios o intentan engañar con mentiras y calumnias que hieren a los demás.
En esos paisajes internos, la vida sencilla protege la naturaleza. Hay tanta belleza que es como vivir en el paraíso, aunque con la certeza de que esa plenitud existe gracias a la mortalidad. Porque es precisamente la muerte la que marca un tiempo límite para realizar lo mejor de uno mismo. Y por eso no se teme: la muerte no es un final, sino parte de un proceso de renovación lógica, que conserva lo verdaderamente valioso.
Este hombre no requiere dispositivos móviles, ni televisión. Su mente le revela lo que tiene sentido. Le basta admirar las creaciones de su imaginación, donde puede comprender el lenguaje de los animales, encontrar sitios cuyo paisaje le hace temblar de emoción. No necesita drogas. El alcohol lo detesta.
Es un hombre que ha llegado a un sitio donde pocos han llegado. Un lugar difícil de comprender. Ese estado que algunos llaman iluminación. Lo que los monjes buscan durante años de meditación profunda, pero él no lo sabe, porque no busca respuestas, no hay más preguntas, vive , piensa, imagina, sin límites en su pequeña habitación donde todo transcurre . En las paredes ha escrito , SOLO TRAS MUCHO ESTUDIAR ,MEDITAR SE COMPRENDE LO VALIOSO DE LA IGNORANCIA. TRAS MUCHO VIAJAR SE APRENDE QUE NO ES NECESARIO BUSCAR LO QJE SE LLEVA EN EL ALMA.
El héroe no es quien mata muchos enemigos, sino quien hace más amigos.
Todos se esmeran por alcanzar un sueño, yo me esfuerzo por no perder el que vivo!
JuanAntonio Saucedo Pimentel
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