Entrada destacada

El Gran Libro

El Libro Cuando nació la idea de escribir fue como la tormenta que de pronto aparece en el horizonte anunciando con relámpagos y truenos...

jueves, 12 de junio de 2025

El indio científico


“El Gran Experimento del Indio Científico”


Cuenta la leyenda —o quizá la última crónica de un periódico olvidado— que en algún rincón del tercer mundo, donde las cabras son psicólogas y los burros ministros de transporte, vive el gran indio científico: el doctor Huacatón Chaleco, genio autodidacta y optimista incorregible.


Su primer gran descubrimiento fue con las pulgas. Tras muchos experimentos en su laboratorio improvisado (una choza de lámina con Wi-Fi robado), se dio cuenta de algo sorprendente.


Si le arrancaba una pata a la pulga y le gritaba “¡Salta!”, la pulga saltaba.

Le arrancó dos patas: aún saltaba, aunque con dificultad.

A las cuatro patas: el salto era patético, pero existía.

Finalmente, cuando le arrancó todas las patas y ordenó “¡Salta!”, la pulga no se movió.


Conclusión científica:

“Las pulgas se quedan sordas si les arrancas todas las patas.”


Así firmó su primer paper, enviado a la prestigiosa revista de ciencias alternativas “Ciencia de Campo: edición gallinero”.


Pero Huacatón no se detuvo ahí.

Una tarde, mientras peleaba con su vieja licuadora, inventó por error el hilo negro. Se enredó los dedos, los cables, la bata y la barba. Cuando logró zafarse, se dijo:

— ¡Ah caray! ¡Mira nomás! He descubierto el hilo negro.


También, en uno de sus accesos de furia al perder el internet, descubrió cómo conservar la energía de la ira en frascos de pepinillos vacíos. Aunque todavía no sabe cómo reproducirla para abastecer la red eléctrica, asegura que es un avance.

— Detalles menores —dice—, el caso es que aquí también se cuecen habas, aunque a fuego bajo.


Sin embargo, el doctor Huacatón sostiene una teoría muy seria, quizá la más revolucionaria de todas:

“Todo lo que está pasando en el mundo es en realidad un experimento psicológico global.”


Sí, querido lector, usted es parte del proyecto “Globo Resistente 1.0”.

El experimento consiste en simular (o no tanto) guerras, pandemias, crisis alimentarias, colapsos económicos, dictaduras maquilladas y huracanes mediáticos de noticias falsas. Todo para observar hasta dónde aguantamos antes de explotar como globos pinchados.


— Es un simulacro —explica Huacatón—. Como un entrenamiento militar, pero sin uniforme ni seguro médico.


Cada redada, cada carestía, cada manipulación informativa son pruebas para medir la tolerancia humana. Los científicos —esos que se esconden en cuevas subterráneas bajo algún banco suizo— observan atentos, tomando notas, mientras apuestan entre ellos:

— ¿Aguantarán estos humanos un mes más? ¿Dos? ¿Hasta la próxima variante viral?


Lo curioso es que hasta ahora, la especie ha demostrado una capacidad de resistencia que ni las cucarachas.

Siguen trabajando, comiendo fideos instantáneos, publicando selfies y discutiendo en redes sociales mientras el mundo arde.

— Eso es admirable —afirma Huacatón mientras toma café de maíz—. Quizá al final nos den un diploma: “Graduados honorarios de la Facultad de Aguante Extremo.”


Así seguimos, en este laboratorio global, donde cada uno es ratón de su propia jaula, enfrentando pruebas diarias, cometiendo errores, tropezando con las mismas piedras, pero siempre encontrando alguna forma de reír… o de inventar el hilo negro por enésima vez.



¡Me parece excelente!

Vamos a ponerle ese toque irónico, un poco de humor negro, pero con ese trasfondo que nos hace reflexionar mientras nos reímos. Aquí va el relato:


“El Gran Experimento del Indio Científico”


Cuenta la leyenda —o quizá la última crónica de un periódico olvidado— que en algún rincón del tercer mundo, donde las cabras son psicólogas y los burros ministros de transporte, vive el gran indio científico: el doctor Huacatón Chaleco, genio autodidacta y optimista incorregible.


Su primer gran descubrimiento fue con las pulgas. Tras muchos experimentos en su laboratorio improvisado (una choza de lámina con Wi-Fi robado), se dio cuenta de algo sorprendente.


Si le arrancaba una pata a la pulga y le gritaba “¡Salta!”, la pulga saltaba.

Le arrancó dos patas: aún saltaba, aunque con dificultad.

A las cuatro patas: el salto era patético, pero existía.

Finalmente, cuando le arrancó todas las patas y ordenó “¡Salta!”, la pulga no se movió.


Conclusión científica:

“Las pulgas se quedan sordas si les arrancas todas las patas.”


Así firmó su primer paper, enviado a la prestigiosa revista de ciencias alternativas “Ciencia de Campo: edición gallinero”.


Pero Huacatón no se detuvo ahí.

Una tarde, mientras peleaba con su vieja licuadora, inventó por error el hilo negro. Se enredó los dedos, los cables, la bata y la barba. Cuando logró zafarse, se dijo:

— ¡Ah caray! ¡Mira nomás! He descubierto el hilo negro.


También, en uno de sus accesos de furia al perder el internet, descubrió cómo conservar la energía de la ira en frascos de pepinillos vacíos. Aunque todavía no sabe cómo reproducirla para abastecer la red eléctrica, asegura que es un avance.

— Detalles menores —dice—, el caso es que aquí también se cuecen habas, aunque a fuego bajo.


Sin embargo, el doctor Huacatón sostiene una teoría muy seria, quizá la más revolucionaria de todas:

“Todo lo que está pasando en el mundo es en realidad un experimento psicológico global.”


Sí, querido lector, usted es parte del proyecto “Globo Resistente 1.0”.

El experimento consiste en simular (o no tanto) guerras, pandemias, crisis alimentarias, colapsos económicos, dictaduras maquilladas y huracanes mediáticos de noticias falsas. Todo para observar hasta dónde aguantamos antes de explotar como globos pinchados.


— Es un simulacro —explica Huacatón—. Como un entrenamiento militar, pero sin uniforme ni seguro médico.


Cada redada, cada carestía, cada manipulación informativa son pruebas para medir la tolerancia humana. Los científicos —esos que se esconden en cuevas subterráneas bajo algún banco suizo— observan atentos, tomando notas, mientras apuestan entre ellos:

— ¿Aguantarán estos humanos un mes más? ¿Dos? ¿Hasta la próxima variante viral?


Lo curioso es que hasta ahora, la especie ha demostrado una capacidad de resistencia que ni las cucarachas.

Siguen trabajando, comiendo fideos instantáneos, publicando selfies y discutiendo en redes sociales mientras el mundo arde.

— Eso es admirable —afirma Huacatón mientras toma café de maíz—. Quizá al final nos den un diploma: “Graduados honorarios de la Facultad de Aguante Extremo.”


Así seguimos, en este laboratorio global, donde cada uno es ratón de su propia jaula, enfrentando pruebas diarias, cometiendo errores, tropezando con las mismas piedras, pero siempre encontrando alguna forma de reír… o de inventar el hilo negro por enésima vez.


Y Huacatón, optimista, nos deja su consejo final:

— Si todo es un experimento, ¡hagamos que valga la pena! Al fin y al cabo, el tercer mundo ya aprendió a coser habas incluso sin olla.



“Huacatón y el Oro Líquido del Tercer Mundo”


Mientras las grandes potencias se pelean por el petróleo, el gas, los minerales raros y los territorios estratégicos, Huacatón Chaleco, desde su modesto laboratorio de lámina y palos, descubrió el verdadero tesoro del futuro:


El agua pura.


— Estos locos andan peleándose por cosas que pronto no van a servirles de nada —decía mientras llenaba sus botellas de vidrio—. El día que el mundo entero esté deshidratado, el que tenga agua va a ser el nuevo rey.


En su pueblo, allá entre los cerros y las nopaleras, todavía brota un manantial limpio, que no ha sido tocado ni por fábricas ni por pesticidas, ni por tuberías con plomo ni por filtraciones de radiación.

Agua pura. Agua de verdad. Agua como la que nuestros abuelos tomaban.


Huacatón empezó a embotellarla. Al principio sólo vendía a los vecinos. Luego, un par de turistas despistados probaron el líquido celestial y se fueron contando la historia.

En menos de seis meses, la demanda explotó.


Ahora vende su “Agua Original Huacatón®”, a precio de oro.

Cada botella tiene una etiqueta sencilla, hecha a mano:

“No lleva cloro, ni flúor, ni microplásticos. Sólo agua como Dios la mandó.”


Y debajo, su advertencia clásica:

“Procedencia: confidencial. No insista.”


— ¿Por qué no dices de dónde viene? —le preguntaron los reporteros de la televisión internacional.


Huacatón, con su eterna sonrisa, respondió:


— Porque en cuanto sepan, empiezan los problemas. Van a querer ponerle impuestos, concesiones, permisos, licencias, sanciones, embargos y, de paso, algún conflicto diplomático.

Mejor que sigan peleando por el petróleo. Al fin, eso se acaba más rápido.


Algunos gobiernos ya lo buscan. Le ofrecen sociedades millonarias, le prometen alianzas estratégicas, le invitan a foros internacionales.

Pero Huacatón es firme:


Mire joven, uno ve las noticias: países que ni agua tienen, pero sí diez portaaviones nucleares; gobiernos con miles de drones, pero sin un litro de agua limpia para sus niños. Y todavía tienen el descaro de llamarse potencias. No, gracias.


Por ahora, sigue embotellando desde su cabaña, bajo la vigilancia de su perro Mestizo, su fiel burro Gerardo, y un ejército de gallinas revolucionarias.


— Aquí nadie se raja —proclama como siempre—. ¡La verdadera riqueza es la que todavía no han podido contaminar!


Así, mientras el mundo sigue hundiéndose en su propio absurdo, Huacatón demuestra que a veces el mayor acto de rebeldía es conservar lo simple, lo puro y lo sensato…

Y de paso, hacer buen negocio.



“Huacatón y la vacuna contra la estupidez”


Después de tantos inventos exitosos —desde las pulgas sordas hasta el oro líquido embotellado—, el indio científico Huacatón Chaleco decidió atacar el problema más grave, el virus más letal, la pandemia verdadera que ha azotado a la humanidad desde tiempos inmemoriales:


La estupidez.


Ya intentaron vacunas para virus, bacterias, pandemias inventadas y reales… pero nadie se anima a buscar el remedio contra el peor mal de todos: la necedad humana.

Así pensaba mientras acariciaba su barba de sabio.


Durante años se encerró en su laboratorio improvisado, rodeado de frascos, microscopios caseros, licuadoras adaptadas, y un viejo radio que sólo sintonizaba programas de chismes (para estudiar mejor el comportamiento colectivo de la especie).


Miles de experimentos, miles de fracasos.


Probó con yerbas del monte, esencias florales, minerales raros, incluso con combinaciones de chile habanero y jugo de nopal fermentado.

Pero nada surtía efecto.


Descubrió algo revelador:

Los animales no le servían como sujetos de prueba.

Los burros no son tontos, sólo pacientes. Los perros no son torpes, sólo nobles. Las gallinas no son necias, sólo prácticas.

La estupidez, esa mezcla de arrogancia, negación, ego desbordado y pensamiento mágico, es patrimonio exclusivo de la especie humana.


*— ¡Este virus es genético, cultural y espiritual! — exclamaba. — Se transmite de padres a hijos, de maestros a alumnos, de líderes a seguidores, de influencers a millones de cabezas huecas.


Intentó detectar el gen exacto, pero descubrió que no era uno, sino miles, entrelazados como cables enredados de teléfono viejo.

Y mientras más observaba, más se convencía:


Quizá en las células madre esté la respuesta… si podemos limpiar el origen, quizá podamos reiniciar el sistema.


Así, emprendió su búsqueda de una terapia celular, mientras el mundo seguía su curso absurdo:

líderes  diciendo barbaridades en cadena nacional.

Multitudes creyendo cualquier tontería viral.

Redes sociales rebosantes de gurús estafadores y expertos de cinco minutos.

Guerras declaradas por memes mal traducidos.


Huacatón suspiraba:


¿Cómo hacer que se les quite lo atarantados, que abran los ojos y dejen de envenenarse con sus propias ideas absurdas?


A veces cree estar cerca.

A veces piensa que es imposible.


Pero nunca pierde su toque de humor:


Bueno… aunque la vacuna no la consiga, al menos seguiré vendiendo agua pura de su manantial escondido entre las nopaleras y huevos fritos al sol. Eso, por lo menos, sigue funcionando.


El experimento continúa.


Porque al final, como siempre dice Huacatón:

“Mientras el mundo siga creyéndose muy listo, no podrá esforzarse en reflexionar, criticarse con sinceridad y cambiar de rumbo.


“Huacatón y el Congreso Mundial de Tontos”


Después de décadas de observar cómo la estupidez humana evolucionaba como una especie superior, el indio científico Huacatón Chaleco entendió que la única solución era enfrentarlo de frente.

Aclarando amanece, como dice mi compadre Rogaciano. Al pan, pan, al vino, vino. Ya basta de disfrazar la burrada de diplomacia.


Así nació la idea del:


“Congreso Mundial de Tontos, versión siglo XXI.”


Claro, no era el primero. Ya en tiempos anteriores —recordaba Huacatón—, allá en México existió aquel célebre y visionario Partido Único de Pentontos (PUP). Un experimento político que fue todo un éxito porque:

Se inscribieron políticos de carrera que querían ser algo más de lo que nunca fueron.

Hombres y mujeres “cultos” que confundían diplomas con inteligencia.

Celebridades que pensaban que hablar frente a una cámara los hacía sabios.

Y multitudes felices de pertenecer a algo, aunque fuera el club oficial de los atarantados.


El creador, un visionario del norte —que por andar “norteado” veía más claro que muchos centrados—, entendió antes que todos que la tontería organizada tiene más poder que la razón dispersa.


Pero ahora, lo de Huacatón iba más allá.


Esto ya no es aventura ni sueño: es estupidez institucionalizada. Y cada año nos graduamos con honores en inventar nuevas formas de ser idiotas.


Porque, vamos a ser francos —decía Huacatón en su discurso inaugural:


¿Acaso es muestra de sabiduría invertir trillones en armas biológicas, químicas y nucleares capaces de destruirnos 30 veces, mientras millones mueren de sed, hambre o enfermedades que ya tienen cura?

¿Es sabiduría diseñar misiles invisibles, pero ser incapaces de ver la miseria a la vuelta de la esquina?

¿Es evolución crear inteligencia artificial para manipular masas mientras millones pierden la capacidad de pensar por sí mismos?


¡No, señores! ¡Eso es tontería fenomenal con doctorado!


Por eso, Huacatón propuso el congreso bajo tres principios fundamentales:


1️⃣ Reconocimiento pleno de la estupidez propia


Cada delegado debía firmar su “Acta de Reconocimiento Personal de Tontedad”, aceptando ser parte del problema.

Porque sólo cuando uno admite ser pendejo, puede empezar a dejar de serlo.


2️⃣ Estatutos contra la confusión mediática

Prohibir la repetición obsesiva de noticias manipuladas.

Controlar el exceso de “expertos improvisados” en redes.

Declarar la mentira sistemática como crimen de lesa humanidad.


3️⃣ Reforma educativa urgente

Enseñar desde niños que la verdad es incómoda, pero necesaria.

Desmontar la falsa idea de que el éxito económico es el máximo logro.

Erradicar la absurda creencia de ser la cúspide de la evolución.


**— Si no hacemos esto —advirtió Huacatón—, llegará el día en que ya no quede ni indio con huarache para dar testimonio de esta barbaridad.

Ni burro pa’ cargar la memoria.

Ni gallina pa’ poner el último huevo frito al sol.

Ni siquiera un chapulín pa’ brincar el último bache.

Y todo, por no admitir a tiempo que somos los únicos animales capaces de destruir la única casa que tenemos mientras nos creemos muy listos.


El congreso fue, como era de esperarse, un éxito rotundo.


Claro, los tontos no asistieron.

Estaban ocupados discutiendo en redes sobre teorías absurdas mientras seguían consumiendo lo que les dictaban los mismos que les vendían el veneno.


Pero Huacatón, su compadre Rogaciano, su perro Mestizo y el burro Gerardo siguieron trabajando en su laboratorio, preparando el próximo desafío:


“El suero antitontedad de acción retardada, para cuando la humanidad finalmente despierte (si despierta).”





No hay comentarios:

Publicar un comentario